26 julio, 2013

Política y Tribunal Constitucional. Por Francisco Sosa Wagner



(Publicado en El Mundo el día 24 de julio)

La polémica ha saltado hace unos días al conocerse que el presidente del Tribunal Constitucional es o ha sido afiliado a un determinado partido político. Ello ha motivado una reunión extraordinaria de los magistrados que han respaldado por unanimidad a su jefe de filas alegando razones de interpretación de las normas pero probablemente también repasando mentalmente (algunos de ellos) su propia biografía.
La politización de la justicia constitucional es asunto ligado a su propio nacimiento. Quien la inventa en el siglo XX (precedentes los hubo en el XIX) fue el imaginativo jurista austriaco Hans Kelsen cuyas simpatías socialdemócratas y su admiración por Ferdinand Lassalle eran conocidas por todo el mundo. Nombrado tras la I Guerra Mundial magistrado vitalicio del recién creado Tribunal Constitucional fue sin embargo desposeído de su cargo por su postura en los pleitos referidos a la disolución del matrimonio, a la sazón, indisoluble en Austria. La Iglesia desata una campaña contra él, el Gobierno social-cristiano decide una reforma del nombramiento de los magistrados que los socialistas apoyan presionados por la amenaza de perder poder en su feudo vienés. A cambio estos obtienen dos puestos de los 14 en el nuevo Tribunal. A Kelsen se le ofrece uno de ellos pero se niega a ser magistrado «de un partido político» y además reprochó a los socialistas haberse prestado a un juego sucio y peligroso. A partir de ahí Kelsen, en medio de ataques feroces, decide abandonar Austria y acepta una cátedra que le ofrecen desde Alemania. En una Alemania que está a punto de tener como canciller a un tal Adolf Hitler… De allí pasará a Suiza y después a los Estados Unidos donde morirá a edad muy avanzada.
Este precedente austriaco es el que tienen en mente los juristas alemanes que diseñan su propio Tribunal Constitucional al finalizar la II Guerra Mundial. Y es el que tienen asimismo como referencia los juristas españoles que dieron a luz a nuestro Tribunal Constitucional cuando iniciamos nuestra andadura democrática.
Karlsruhe –lugar donde se encuentra la sede del Tribunal Constitucional alemán– es hoy, para el Estado de derecho alemán, un lugar de culto, un lugar donde se administra la gracia. Sus jueces son, para quienes buscan el Derecho, algo así como los santos tutelares a quienes se pide protección. Su prestigio es inmenso y ha servido de modelo no solo para España sino para casi todos los tribunales constitucionales que se han constituido por aquí y por allá. El ejemplo de los países del Este es muy significativo. Como ejemplo baste decir que la sesión constitutiva del Tribunal Constitucional de Sudáfrica se celebró en la sede alemana de Karlsruhe.
Lo interesante, sin embargo, es destacar ahora que muchos de sus miembros, desde su puesta en marcha, a principios de los años 50, han procedido claramente de la política y han mantenido su afiliación política. Permítaseme la pequeña vanidad de citar mi libro (de inminente publicación) Juristas y enseñanzas alemanas (I) 1945-1975. Con lecciones para la España actual donde expongo en muchas páginas la peripecia de este Tribunal extrayendo enseñanzas para nuestro medio.
Porque, si bien es verdad que el alemán es un tribunal de juristas que ha regalado y regala muchas horas de gloria al noble arte de juzgar y razonar lo juzgado, lo cierto es que nadie ha negado nunca ni niega su carácter político. Michael Stolleis, el gran estudioso de la historia del Derecho Público alemán (a quien mi libro está dedicado), lo resume bien: «los elementos políticos de su práctica, que se conocen desde los inicios, son considerados necesarios». Y Heribert Prantl, en una obra dirigida por el propio Stolleis, señala que «en verdad las sentencias del Tribunal son política, exactamente política constitucional, la que ha querido expresamente la Ley Fundamental … sobre los fines y los medios deciden los políticos. Si el camino emprendido es transitable o si la Ley Fundamental lo cierra es algo que deciden los jueces. ¿Es esto política? Naturalmente que es política pues quien decide qué es lo que puede y lo que no puede hacer la política, está haciendo política …». Es por lo demás un lugar común afirmar que el procedimiento ante el Tribunal se convierte, en la lucha entre los partidos, en una cuarta lectura de las leyes.
Su primer presidente fue Höpker-Aschoff, un político que había sido diputado en el Parlamento de Prusia y en el Parlamento del Reich así como ministro de Finanzas en Prusia antes de 1932. Durante el adolfato se esconde donde puede y tras la guerra es uno de los fundadores del partido liberal y de nuevo ministro de Finanzas, ahora en el recién creado Land de Renania del Norte-Westfalia. El segundo personaje en esta hora fundacional (Rudolf Katz) es asimismo un político de la democracia cristiana que se había visto obligado a abandonar Alemania y había vivido en el extranjero. Era ministro del Land de Schleswig-Holstein cuando fue elegido magistrado.
Otro presidente fue Gebhard Müller (su antecesor murió de forma repentina) que cometió su pecado nazi, luego en la democracia-cristiana, diputado y presidente de un Land antes de ir a Karlsruhe. Ocupó su poltrona durante 13 años y era conocido su activismo en asociaciones católicas. Le sucedió Ernst Benda quien, tras la guerra, se afilia a la CDU donde destaca y asciende rápido en su organigrama. En 1971 lo vemos ya de presidente del Tribunal y se estrena en su cargo afirmando públicamente que «yo soy y seguiré siendo militante de la CDU, decir otra cosa sería una hipocresía». Y así podríamos seguir desgranando nombres socialdemócratas que vistieron la toga roja (formalidad que vendría años después) procedentes de cargos políticos. Hay un momento en el que Adenauer, en la tribuna de canciller en el Bundestag, dijo que «de los 23 jueces, nueve son militantes socialdemócratas del SPD, dos o tres de la democracia cristiana CDU –¡dos! le corrige un diputado–, uno, de las filas liberales, FDP».
Siguiendo con este recuento puede decirse que, desde 1951 a 2000, el 28,5% de los jueces han sido –y lo siguen siendo durante su mandato– militantes con carné de la democracia cristiana; el 34,2% de los socialdemócratas y el 3,4% han pertenecido a los liberales.
El catedrático de Derecho Público Roman Herzog que fue presidente del Tribunal, había ejercido varios cargos de ministro y, a la salida del Tribunal, fue presidente de la República Federal de Alemania, ha puesto de manifiesto en sus Memorias (Jahre der Politik: Die Erinnerungen, 2007) su sensibilidad ante las críticas que el Tribunal recibe acerca del comportamiento de los jueces e incluso acusaciones abiertas de parcialidad no han faltado en su historia. La distinción entre conservadores y progresistas, que se usa en España, también existe en Alemania y se hace sobre la base de los colores rojo y negro (como en las peripecias de Julián Sorel en la novela de Stendhal).
El hecho de que el nombramiento provenga directamente de los partidos justifica el recelo descrito por Herzog y, por supuesto, ocasiones ha habido en que las decisiones tomadas han venido muy bien al gobierno de turno o a la oposición y en ellas han tenido un influjo determinante tal o cual juez. Pero una «coloración única» no existe como regla. Dicho en términos numéricos, y teniendo en cuenta que en cada Senado (Sala) se sientan hoy ocho jueces, una votación cuatro-cuatro en función de la procedencia partidaria de los jueces apenas se da, lo normal es que se produzcan «mezclas».
Ello se debe a que los jueces necesitan para ser elegidos una mayoría amplia, lo que es una garantía de su independencia aunque no es transparente el proceso de selección porque las negociaciones no se hacen a la luz del día. Una segunda garantía para la neutralidad del TC la asegura la no reelección de los jueces: se les elige con un límite de edad y un periodo determinado –doce años– pensados en interés de la continuidad de los trabajos del tribunal. Para el juez suele ser la culminación de una carrera. En estas condiciones, ha de pensar en su «necrológica» y sabe que lo que de él quedará es aquello que haya hecho como magistrado. Si es cierto que no gusta ingresar en la historia como un juez partidista, cada cual se esfuerza en comportarse de tal modo que nadie pueda dirigirle con fundamento una acusación tan grosera.
Pero Herzog admite que todos estos razonamientos no son creídos por los medios de comunicación, especialmente por los que se ocupan de las sesiones y decisiones del tribunal, medios que cultivan una especie de «astrología judicial» que sirve para predecir cuál va a ser el contenido de una sentencia. Y añade: «debo admitir que algunas veces sus profecías se cumplen». Pero con la misma regularidad erran en otras ocasiones. Y es que, por encima del tribunal, no hay más «que el cielo azul o Dios» –según se prefiera– pues sus decisiones no pueden ser corregidas más que por el poder constituyente y esto por lo general no ocurre. Por ello, por la importancia de lo que se decide en esa última instancia, sus sentencias están razonadas y fundadas hasta el último detalle. Que esto no es una garantía en términos absolutos, por supuesto, pero es que tales garantías no pueden darse en el trabajo de los hombres. «Es, en todo caso, la mejor garantía de entre las posibles».
Una última consideración. En Alemania siempre se tuvo muy claro que los jueces constitucionales habrían de desarrollar su labor lejos del poder, es decir, lejos de Bonn. Berlín no era mal sitio, por Colonia abogaba el propio Adenauer pues era «su» ciudad, pero no pudo imponer su criterio y al final se optó por Karlsruhe que era también la sede de otro importante Tribunal a cuya hospitalidad se acogió hasta que pudo disponer de edificio propio en las inmediaciones del palacio del Gran Duque de Baden.
¿Es impertinente reflexionar en nuestra España atribulada sobre esta experiencia?

25 julio, 2013

Paisaje triste de amanecida


                Ayer por la noche apenas dormí, creo que ni veinte minutos. Me vino un insomnio insobornable. Primero creí que se me pasaría leyendo, pero no; luego pensé que metenía despierto la novela negra que estaba acabando, pero la terminé y seguía con los ojos muy abiertos. No sé si será por los cafés diurnos o porque ya me va a tocar esa maldición de las deshoras. El caso es que, harto de cama y espera, a las seis y media de la mañana me levanté y me fui a disfrutar el amanecer con un buen paseo por el monte. Vivo fuera de la ciudad, aunque no lejos, y en cuanto salgo de casa y cruzo una calle, tengo senderos para caminar, campo y más campo para los pies y la mirada. Así que me propuse cansarme y andar al menos dos horas y media o tres, un recorrido largo con premio de sueño a la vuelta.

                Me metí por sendas de tierra que se iban alejando y por los que hacía quizá cuatro años que no me andaba. Se me fue encogiendo el pecho, la poética del amanecer devorada por el asco y la pena, la depresión volando en círculos sobre mí, aguardando, paciente, el postrer decaimiento. Hay vegetación  baja, flores amarillas y de color violeta en este tiempo, aromas de tomillo, grupos de pinos y retorcidos robles poco sociables, pájaros arrancando el día, algún arrollo con un hilo de agua en esta época o el cauce seco de regueros invernales. Subí por un camino rojizo y sus bordes eran cenefas de basura, variedad de escombros, todo lo que puede un humano sin alma arrojar sobre la belleza para matarla. Había somieres con despeinados alambres, viejos sofás de tres plazas con las espumas al aire y trozos del tapizado colgando como pieles cancerosas, alguien había cambiado el tejado y echado aquí un camión de tejas rotas, algún electrodoméstico oxidado, tablas con clavos, ventanas con algún resto de cristal traicionero, telas desteñidas, papeles de cualquier cosa, bolsas de plástico, juguetes amputados y esa muñeca medio desmembrada que no falta ni en las películas ni donde el hombre se hace metáfora de su hosquedad.

                Cuántos coches y camionetas y remolques y camiones pequeños habrán subido por esa cuesta de tierra bermeja para echar en las lindes su carga miserable, para liberar la casa de lo inservible y arrojarlo sobre el paseante, sobre la humanidad aún viva, sobre las aves y las abejas y los pajarillos, carboneros, que me saludaban desde cualquier arbusto. Hice fotos, bastantes, y aquí abajo pongo algunas. No las miren apresuradamente, tómense tiempo y recuerden que amanecía.

                En una, si nos fijamos, veremos un fondo de agua turbia. Había ahí hasta no hace mucho una lagunilla mínima donde siempre encontraba ranas que se lanzaban al agua al oír pasos, festivo chapoteo. Cuando Elsa tenía un año o dos llegaba hasta ahí con ella, cargada en la mochila, y nos sentábamos un rato a lanzar piedrecillas y descubrir animales. Ahora está la pequeña laguna anegada de mierda, le han descargado encima una tonelada de vergüenzas nuestras. No sería raro que a algún caminante le salieran, desde ese fondo, espíritus malignos y súcubos o los ecos de algún dichoso hogar destructivo, quién sabe si voces y felices gritos maldicientes que todavía impregnan ese marco de una puerta que asoma entre los juncos o aquel microondas del que gotea hasta el fondo de la charca un óxido familiar y atávico. Un poco más arriba, donde por fortuna el camino se rendía y comenzaba una senda estrecha que ya no permitía más que el civilizado pie, busqué un sillón desvencijado, me senté y creo que lloré un rato en seco. Ya despuntaba el sol. Al levantarme para huir al fin y andar otro buen trecho por parajes más amables, vi un ala de insecto grande colgando de una tela de araña muy tenue, con la luna al fondo. Ni brisa ni clemencia en el despertar del día.

                Hay ayuntamiento ahí, no es el salvaje Oeste ni estamos en un suburbio africano. A escasos cuatro kilómetros de donde tomé estas fotos tiene el municipio un punto limpio donde puede uno llevar cualquier desecho grande, cualquier objeto que sobre. Si haces obras en casa y tienes escombro, con una simple llamada te manda la oficina municipal correspondiente un contenedor y te recoge esos restos cuando termines. No sé si cobrarán algo, pero poco ha de ser, si acaso. Aunque bien sabemos que en esta España yupi-cutre sigue habiendo muchos, y no tan viejos, que por ahorrarse un euro o dos todavía son capaces de deshacer un río o de quemar un bosque; y aún se sienten, después, pícaros y espabilados, listos y ejemplares, indómitos y asilvestrados especímenes de la Meseta.

                Me alejé sin volver la vista y alcancé rincones todavía puros. Iba pensando si habrá políticas públicas que puedan domesticarnos y atar la bestia, la educación tal vez, o las sanciones. Pero me inclino a creer que lo único efectivo serían unos nidos de ametralladoras servidos por tiradores expertos y voluntariosos, con munición abundante. Sin compasión.

                Ya iba de vuelta, entre fincas con cereales que se alternaban con monte bajo y grupúsculos de pinos y, de pronto, a unos veinte metros por delante de mí saltaron tres gamos. Creo que eran gamos, pero siempre me confundo. A Elsa, a la hora de comer, le conté que me había topado con tres bambis en el monte, no lejos de donde alguna vez ella camina conmigo. Pero le rogué que me guardara el secreto. Conozco a muchos que mañana mismo saldrían a matarlos, enardecidos, puede que aprovechando el viaje para arrojar a un riachuelo o a una charca natural un par de puertas viejas o unas estanterías rotas. Aunque creo que lo que mayor placer les causa, antes de darle un balazo a un corzo, es dejar un sillón roto en el medio de un prado.

                Elsa no me dijo nada. Es tiempo de silencio.



18 julio, 2013

¿Se vuelve a ser virgen después de la restauración del himen? Sobre magistrados del TC e incompatibilidades.

                El señor presidente actual del Tribunal Constitucional español es o ha sido hasta hace poco militante del Partido Popular, que fue el partido que lo propuso para el cargo de magistrado. Se ha descubierto hoy que, al menos hasta el año 2011 y siendo ya magistrado, pagó puntualmente las cuotas de su partido. No lo ha declarado así porque estime que es legal y legítimo y nada haya que ocultar, sino que lo ha admitido cuando salió en la prensa y no podía negarlo, a la vista de las pruebas. Ahora dice que no hay inconveniente y que la legalidad lo permite, que la militancia en partidos de los señores magistrados del TC, presidente incluido, es aceptada por su Ley Orgánica. Esto es Jauja.
 
                Lo mataron porque era suyo. Me refiero al TC. Aquí no va a quedar institución con vida ni perrillo que le ladre. Se lo están llevando todo por delante. Después de ellos, el diluvio. Ellos serán los responsables de que a nuestros hijos o nietos les quede un país económicamente derruido, moralmente putrefacto y jurídicamente selvático. Bien es verdad que obran con nuestro consentimiento, expreso el de unos, tácito el de los más. Los estamos dejando hacer y deshacer, sobre todo deshacer. Peo no voy a insistir en tales evidencias hoy, sino que vamos a ponernos el traje de jurista, que ya tiene que ser poco menos que un traje de amianto, visto que nos rodean pirómanos constitucionales.
 
                Esta misma tarde el TC ha emitido una nota de prensa en la que concluye que "la Constitución y la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional, por consiguiente, no establecen para los Magistrados del Tribunal Constitucional incompatibilidad alguna con el hecho de pertenecer o haber pertenecido a partidos políticos, asociaciones, fundaciones y colegios profesionales". Desde el momento en que ya es la institución misma del TC la que asume ese planteamiento, y no meramente su presidente, es el TC como tal el que se va al garete y renuncia a toda salvaguarda de la independencia e imparcialidad de sus magistrados. Pitas, pitas, pitas. A tanto y la cama.
 
                Nos viene ahora el popular presidente del TC con que qué pasa y que no hay obstáculo legal a que él pague o haya pagado religiosamente las cuotas de su partido, el Partido Popular. Hombre, majetón, si dices tú que es jurídico a más no poder, a ver quién te tose o a dónde recurrimos tu nombramiento o ante quién hacemos valer que tu cutis es de hormigón constitucional. Pero veamos, puesto que aquí estamos en un blog y podemos hablar todavía de Derecho y Constitución sin que nos deslumbren los neones o nos echen mano a los principios.
 
                El art. 127 de la Constitución dice que ""Los Jueces y Magistrados así como los Fiscales, mientras se hallen en activo, no podrán desempeñar otros cargos públicos ni pertenecer a partidos políticos o sindicatos". Pero resulta que el Tribunal Constitucional y sus magistrados no forman parte del Poder Judicial, el suyo es un estatuto constitucional especial, eso es sabido. Así que vamos a ver su régimen de incompatibilidades, que está detallado en el art. 19 de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional, a tenor del cual el cargo de magistrado del TC es incompatible "con el desempeño de funciones directivas de los partidos políticos, sindicatos, asociaciones, fundaciones y colegios profesionales y con toda clase de empleo al servicio de los mismos". Es decir, un magistrado del TC no puede ser ni directivo de un partido ni empleado de un partido. Por ejemplo, no puede ser el empleado del partido que limpia las letrinas de su sede central. ¿Y simple militante? El mismo art. 19 LOTC termina así: "En lo demás, los miembros del Tribunal Constitucional tendrán las incompatibilidades propias de los miembros del Poder Judicial". Esas incompatibilidades las fija, en primer lugar, el aludido art. 127 de la Constitución, donde se dispone que los miembros del Poder Judicial no pueden pertenecer a un partido o un sindicato. El "En lo demás" vale para eso: todo lo no mencionado expresamente en el art. 19 LOTC se rige por lo del Poder Judicial. Tengo entendido que el TC hace unos años interpretó otra cosa, interpretó lo que favorecía la impunidad política de sus miembros. Razón de más para enmendar esa interpretación. Cuando el supremo intérprete de la Constitución es supremo valedor de sí mismo, se van al carajo la Constitución y el Tribunal Constitucional. Es lo que hay, y por eso ya va sobrando el órgano y los organistas.
 
                El señor presidente del PP y los de a caballo de su mismo partido vienen con que la interpretación adecuada es la que no ve inconveniente legal en la simple militancia, ya que la ley prohíbe a los magistrados ser directivos de partidos (o de sindicatos, asociaciones, fundaciones...) o empleados de los mismos, pero no dice nada de que no puedan ser militantes. Según esa interpretación, si la ley no menciona la militancia es porque el "en lo demás" del art. 19, cuando remite a las incompatibilidades del Poder Judicial, no vale para la militancia.
 
                Son unos cachondos y me resultarían tremendamente divertidos si no estuvieran jugando con el pan de  mis hijos y con la vida y los derechos de un servidor y de sus conciudadanos. Porque, según esa interpretación de parte, resultaría que para los magistrados constitucionales la ley endurece más el régimen de incompatibilidades, sumando otras a las para los jueces y magistrados del Poder Judicial establecidas, pero con una excepción, la de que los magistrados constitucionales sí pueden ser militantes de partidos y sindicatos, cosa que a los magistrados ordinarios les está vetada. O sea, que el juez que a mí me juzga si se me imputa un delito no puede ser militante del PP o del PSOE, por ejemplo, o de UGT o CCOO, los magistrados del tribunal de segunda instancia al que apelo, tampoco, pero los magistrados del TC a los que recurro en amparo, en su caso, sí pueden militar. Curioso y carente de explicación. A lo mejor es por un principio constitucional que se me escapa, o por un valor que andan ponderando a mis espaldas.
 
                Esto es como si a las monjas de los conventos les viniera impuesta la castidad, pero a las madres superioras se les permitiera follar a tutiplén; o como si los curas párrocos no pudieran casarse, pero los obispos sí y hasta con varias (o varios) a la vez. Y gracias todo a que la ley la interpretaran las madres superioras o los obispos de acuerdo a su interés y su rijosa condición.
 
                Bien se sabe que el derecho es dúctil y que no hay norma a la que no se le pueda dar la vuelta un poquito por vía de interpretación. Pero todo tiene su límite, que es el del sentido común, por un lado, y el del descaro muy fuerte, por otro. Imaginemos que, al modo muy tradicional, en un Código se definiera el delito de violación como el que comete quien sin consentimiento "yaciere carnalmente" con otro. ¿Qué diríamos del sinvergonzón que adujera que cuando él forzó al otro o la otra no estaban yacentes, sino que lo hicieron de pie? Pues diríamos que no cuela. Pues esto de hoy es igual. La razón de ser de las incompatibilidades de los señores magistrados, tanto los del Poder Judicial como los del Tribunal Constitucional, está en el intento de proteger su independencia y de promover su imparcialidad. Así que ya me dirán, si por esa causa no se permite que un magistrado del TC sea empleado de un partido o una fundación o una asociación, ¿cómo vamos a aceptar que la misma ley le tolere la militancia en un partido, un partido sobre cuyas decisiones va a tener que decidir en el ejercicio de su alto cargo? El que no lo vea es ciego voluntario, y bastante sordo.
 
                Pero estoy por decir que todo eso es lo de menos, formalismos que, al fin, de poco nos sirven. Pues por mucho que interpretemos la ley de modo razonable y acorde con los requerimientos más objetivos y obvios de la independencia y la imparcialidad de todo tipo de jueces y magistrados, bastará formalmente con que el llamado a la gloria del TC se dé de baja en su partido el día antes de su toma de posesión en la magistratura constitucional. Como dirían en mi pueblo, para el caso, patatas; o que para ese viaje no hacen falta alforjas ni merece la pena ponerse tan jurídicamente exquisitos. La cuestión es de cultura político-jurídica y constitucional. No vale que la mujer del César deje el club justo antes de casarse y por imperativo legal y se compre una mantilla y un rosario. Si luego va a seguir recibiendo en su casa o cuando el emperador se ausenta, poco se habrá avanzado.
  
                Si lo que muy loablemente pretendemos es la imparcialidad de los magistrados y su real independencia, la norma actual se queda muy corta. No es bastante que durante el desempeño de su magistratura no militen, debería exigírseles que diez años antes no lo hayan hecho ni hayan tenido cargo con nombramiento dependiente de partido o de gobierno alguno. Y muy estrictas y largas incompatibilidades también al terminar en el TC o en el Poder Judicial. Lo otro, lo que hay ahora, es un puedo y no quiero, amago irrelevante, hipocresía. Alguien contaba hoy en una emisora de radio que de los magistrados constitucionales de ahora mismo hay tres o cuatro que han tenido altas responsabilidades de partido o de gobierno. Pues eso, que lo del señor Presidente del Tribunal viene a dar igual. En la oscura noche de la deslealtad constitucional y del amaño interpretativo todos los magistrados son puros; y castos.

                 Que por dejar en el instante de ser militantes de un partido o por no pagar actualmente la cuota se los tenga ya por aptos e imparciales con rigurosa independencia es como si consideráramos recuperada la virginidad tras la restauración de un himen perdido en el tálamo y a conciencia. Estaba bien, cuando tal importaba, para engañar a algún marido bobalicón y reaccionario. Pero a nosotros que no nos tomen tan cruelmente por imbéciles, por favor.
 
                Si para el Tribunal Constitucional no podemos tener mejor regulación y magistrados de más garantía, más nos valdrá ir pensando en suprimirlo. Mejor será que la Constitución la defendamos nosotros solos. O que la hundamos nosotros si nos da la gana, y no que vaya por el mismo camino que la mujer del César y su mismísimo marido.

Constitucional de carretera

Pues estupendo
A partir de las siete de la tarde, happy hour jurisprudencial y números eróticos en la barra. Los fines de semana, fiesta de togas. Todo los días, Constitución en pelota picada y con billetes en el canalillo. Número especial de verano: los recursos de Amparo y los poderes de Mary Ano.

17 julio, 2013

Pues no sé qué cursos serán estos, pero no son de redacción ni estilo.

He recibido varios correos electrónicos institucionales con invitación para apuntase a un curso o algo que se llama "Talleres de innovación centrada en la persona". Queriendo saber de qué iba eso, encontré que está organizado por un ente o cosa denominado "CEI TRIANGULAR E3. LOS HORIZONTES DEL HOMBRE". Casi da un poquillo de miedo. Puede verse todo aquí

Me gusta mucho la prosa informativa en el apartado "Sobre el curso". Es de esta guisa:

"Esta actividad formativa tiene por finalidad concienciar y formar sobre el proceso de Innovación Centrada en las Personas. Las jornadas tendrán una parte teórica y una práctica, donde trabajaremos sobre las 3 áreas del CEI Triangular E3: envejecimiento, evolución humana y ecomovilidad, según el grupo que elijáis.  No se pretende que asistan sólo expertos en cada área, entre otras cosas porque probablemente las áreas son más extensas de lo que nosotros mismos nos imaginamos o al menos en los talleres buscaremos abrirlas. De hecho consideramos más importante elegir un área en función del grado de pasión que se sienta por ella. Así que invitamos a todos aquellos que quieran complementar vuestra manera de trabajar y vuestro conocimiento, con una manera más centrada en la empatía con el usuario final, la creatividad, los procesos sistémicos, ágiles y flexibles, a que soliciten estar en esta actividad. No escatimaremos esfuerzos en aportar de forma totalmente abierta nuestra experiencia haciendo que las ideas tengan valor y lleguen al mercado". 

Yo no digo más nada. Tampoco me doy por tuteado. Eso sí, si me pongo de usuario final de algo, ni encuentro la empatía en este adefesio estilístico ni me fío ni un pelo de los proceso sistémicos ágiles y flexibles. Con los procesos sistémicos sabes como empiezas, pero nunca imaginas cómo vas a acabar.


16 julio, 2013

Corruptores



            Me temo que me voy a quedar sin mi costumbre de escuchar la radio por las mañanas desde que me levanto hasta que me pongo a mis labores. Se están volviendo insoportables las emisoras, con su malsano maniqueísmo. Van en la estela de los politicastros, y para sus muy contrafácticos sermones de cada día no les vale de nada la evidencia de las mentiras y los errores. Erre que erre. Las cadenas afines al PP se desdicen de todo lo que a las ondas gritan cuando los pillados in fraganti y con las manos en la masa son del PSOE. Las emisoras partidarias del PSOE piden para el otro gran partido las condenas y dimisiones que no admitían para los suyos cuando los suyos eran los cubiertos de mierda.

            Les falta a todos el elemento kantiano, no están dotados para la universalización, supremo principio de cualquier ética que se quiera algo racional. Nuestro país y nuestros medios de comunicación son más bien de la ley del embudo o de aquella otra proclama según la cual la legislación vigente es nada más que para el indiferente. Acuérdense de qué les tocaba al amigo y al enemigo.

            No hace falta que lo expliquemos, pero mencionemos de pasada qué es eso de la universalización. Cuando yo digo que hacer X es malo y no hago acepción de personas, mi tesis es universal. Reemplácese la variable X por “robar”, “matar niños”, “torturar ancianos”... En cambio, si yo afirmo que hacer X es malo, pero añado o dejo ver que a ese juicio se aplica una excepción cuando quien lo hace es el sujeto A o el miembro del grupo G, soy un chaquetero, a no ser que las propiedades de A o de G sean en verdad relevantes en relación con X y constituyan una explicación generalmente aceptable de dicha excepción.

            Ejemplos. Yo afirmo que matar deliberadamente a otra persona es moralmente muy reprochable salvo que quien mate sea un menor o enfermo mental sin capacidad para dominar sus actos o valorarlos maduramente o que se trate de los soldados de un ejército en guerra y sean enemigos los que maten en la batalla y sin vulnerar las leyes de la guerra (tómese el ejemplo en lo que vale y no entremos a debates sobre la guerra y su sentido o sinsentido). Ahora compárese con estas otras afirmaciones posibles mías: “matar deliberadamente a otra persona es moralmente muy reprochable, a no ser que el que mata sea del partido político P, o sea de mi pueblo o sea pariente o amigo mío...”.

            El que no es capaz de ver la corrupción del razonamiento moral en las afirmaciones de ese último tipo padece un serio defecto cognitivo y tiene una sociabilidad realmente defectuosa. Y no podemos negar que hay mucha gente así por estos pagos. Es, pongamos, el que cuando en el colegio un niño le pega al suyo va a protestar como un energúmeno, pero cuando es el hijo suyo el que le zurra a otro no admite para su vástago castigo ni objeción y proclama que será porque el otro algo malo había hecho. Es el que se escandaliza cuando su vecino o compañero obtiene por enchufe un puesto o ascenso en la Administración pública, pero corre siempre a buscar enchufe para sí y ningún remordimiento tiene si es él mismo el favorecido por el dedo sucio.

            Esos son idiotas morales. Pero los hay todavía peores. Pues peores son los que sí están dotados para apreciar ese matiz, pero a posta hacen abstracción de toda pretensión de racionalidad intersubjetiva y barren para casa con descaro y alevoso disimulo. Son los hipócritas morales. El hipócrita moral capta lo irracional y asocial de su actitud, pero la mantiene buscando su beneficio (¡ay, esos periodistas que vamos sabiendo que también reciben sobres!) y ofendiendo la cordura de su auditorio con su muy especioso argumentar.

            Todo se entiende mejor con ejemplificación futbolística. Los partidos de fútbol se rigen por un reglamento bastante claro. Supongamos que, además, comulgamos con tal reglamento porque nos parece que recoge y  regula adecuadamente las exigencias del fair play y de la justicia de los resultados. Ahora pensemos en un partido de fútbol amañado porque un equipo pegó al árbitro un buen dinero para que éste pitara un penalti injusto. Las actitudes de los aficionados del equipo beneficiado pueden ser de tres tipos. Una, la del que reprueba esa maniobra y no quiere bajo ningún concepto ganar torneos de tal manera. Dos, la del idiota moral, al que el amor a sus colores hasta le impide tomar conciencia de la ilicitud y reprochabilidad de tal proceder. Tres, la del hipócrita, que de sobra se da cuenta de que no es ni legal ni moralmente tolerable esa corruptela, pero que echa balones fuera con argumentos del tipo “otros también lo hacen”, “el año pasado se nos robó un partido a nosotros y nadie dijo nada”, “no haríamos esto si los árbitros fuesen de verdad imparciales”, “no se ha probado que fuera nuestro equipo el que pagó a este árbitro”, “habríamos ganado de todos modos, pues jugamos mucho mejor”, etc., etc.

            Si se me acepta y queda clara la clasificación anterior entre personas moralmente maduras, idiotas morales e hipócritas morales, podemos intentar contestar, juntos, unas pocas preguntas. Por ejemplo, qué porcentaje de votantes de partidos corruptos hasta el tuétano podemos encajar en uno u otro apartado. A día de hoy y con los datos de hoy, veo sumamente complicado que para el votante del PP en el conjunto de España o de CiU en Cataluña o del PSOE en Andalucía o Asturias, por decir lo mínimo, podamos dar otro veredicto que el de idiota o hipócrita, según los casos y sin ánimo de ofender demasiado. Estamos tratando de hacer teoría moral, no de participar en la melé. El que quiera, que incluya otros partidos y con otros datos sabidos.

            Sin perjuicio de los deméritos y las miserias de otros, o de muchos otros, lo que están haciendo en este tiempo Rajoy y sus huestes del PP es absolutamente fatal y terrible para este país nuestro y esta ciudadanía. No se puede dar peor ejemplo. Ese mal ejemplo no es sólo de incumplimiento flagrante de las normas morales básicas de un país decente, sino de desprecio radical al Derecho de un Estado de Derecho, empezando por el Derecho penal. Mienten día tras día, se contradicen sin rubor, intentan matar al mensajero (la andanada de reproches que le cayó a El País por las fotocopias le toca ahora a El Mundo por los originales, es para morirse de risa y de tristeza) y desacreditar a los jueces, niegan o tergiversan la evidencia patente de su rapacidad, fingen indignación ética cuando se revela a los cuatro vientos su indecencia y su doblez. 

        Pero no es sólo eso, si solamente fuera eso aún habría esperanza. Lo más desolador es que los silencios de Rajoy ante la evidencia de su propia deshonestidad y la de tantos de su equipo indican que trata de hacerse impermeable frente a todo reproche moral posible. Ésa es la lección que nos está dando Rajoy y eso es lo que esta sociedad va a aprender para siempre si a Rajoy le sale bien la jugada: que puedes hacer lo que quieras con tal de que ni te sonrojes ni te disculpes y siempre que legal y penalmente salgas indemne. Que para la política no hay más regla que la del poder y que toda moral social se estrella en sus altas murallas y sus caras de granito. Todo vale cuando no me vencen, no hay reproche posible ni aceptable más allá del reproche jurídico-penal, y por eso si no hay pruebas suficientes para una condena penal o si los delitos están prescritos o si no es de naturaleza penal mi ilícito, aunque sea una radical asquerosidad lo que yo he hecho, puedo presumir de ser virginal e inocente en todos los órdenes, angelical y puro, triufador inmaculado y justo.

            Si Rajoy sale bien librado después de que a cualquier observador mínimamente imparcial ya no le pueden quedar dudas de que él y los suyos cobraron sobresueldos en dinero negro y favorecieron el cohecho y toda la corrupción posible, de que mintió él y mintieron los suyos día a día y hora tras hora sobre sus relaciones con Bárcenas y sobre tantas cosas, si Rajoy y su partido, así y sin cambiar nada ni despeinarse y manteniéndola y no enmendándola, ganan las próximas elecciones, aunque sea por poco, si vuelven a tener ocho o diez millones de votos, será señal definitiva de que este país se ha acabado y ya jamás y de ninguna manera vamos a salir del fango, a dejar de ser fango, indecencia en perpetua consumación, corrupción congénita e irremediable.

            Rajoy y el PP, y no sólo ellos, son en este instante unos corruptores. Unos corruptores mucho más dañinos para el futuro de nuestros hijos que el más feroz de los criminales. Salvando las distancias que haya que salvar y tomando la comparación nada más que en lo que valga, me pregunto y pregunto al amable lector: ¿acaso con la corrupción, el dinero negro, la ilegal financiación del partido y la inmoral financiación de las personas está haciendo Rajoy algo distinto de lo que hace Miguel Carcaño con el cadáver de Marta del Castillo? ¿Acaso unos y otros hacen cosa distinta de marear la perdiz, tratar de despistar, escurrir el bulto y reírse de todos nosotros en nuestras propias narices? Hoy, que no tuve tratos con Bárcenas; mañana, que sí pero que poco; al día siguiente, que le escribía correos afectuosos pero para no sucumbir a su chantaje... Puaj. Hoy, que nunca hubo sobres con  billetes; mañana, que sí, pero que pocos; pasado mañana, que muchos, pero que eran para obras pías... Hoy, que son fotocopias y que no valen; mañana, que son originales, pero falsificados; al otro día, que se trata de documentos auténticos, pero que no prueban nada; cuando la prueba sea incontestable, que el delito prescribió y que, además, cobraron en legítima defensa y los empresarios que pagaban obraban en estado de necesidad...

            Yo qué sé. En verdad, la letra importa muy poco. Lo espantoso y dañino a más no poder es la música, el ejemplo, esa perversa melodía de inmorales y anómicos haciendo su apostolado polvoriento, acorralándonos, desmoralizándonos, en todos los sentidos posibles de la expresión. Estamos a su merced y no tenemos fuerzas para resistirnos y sobreponernos a ellos. Quedan nada más que unos pocos jueces valientes. Será por poco tiempo, ya los van rodeando también. Esto es un estercolero y se reserva para los gusanos el derecho de admisión.

15 julio, 2013

La palidez, esa musa. Por Francisco Sosa Wagner



En san Juan de la Cruz, en su “Cántico espiritual”, es donde podemos leer: “no quieras despreciarme / que, si color moreno en mí hallaste, / ya bien puedes mirarme / después que me miraste / que gracia y hermosura en mí dejaste”.

Es así la Amada quien se atreve a pedirle al Amado que la estime y advierta sus gracias pues ya su piel no es morena y por tanto fea y lógico objeto de desprecio. Fue al mirarla cuando el Amado le suprimió ese color desgraciado recobrando una blancura hermosa y llena de encanto.

En estos días estivales en los que vemos a tantos exponerse, barriga tersa, a los rayos solares, conviene volver a los clásicos para recordar lo mucho que sufría una mujer en el pasado cuando estaba morena. La Amada del poeta recobra la palidez añorada gracias al amor de la misma manera que las mujeres en muchas culturas orientales -caso muy claro de Japón- recurren a cremas que eliminan la pigmentación e incluso se administran polvo de arroz -así, las geishas- para aproximar sus rostros a un lienzo apto para ser pintado en él la batalla de las Termópilas. 

En España hace treinta o cuarenta años las morenas eran las proletarias, las mujeres que trabajaban en el campo abiertas a los soles y al mugido de los vientos. O los hombres que picaban piedra en las carreteras bajo el pájaro del sol, incansable e impiedoso él allá en lo alto.

Luego vinieron las rubias de los países hiperbóreos a mancillar sus cuerpos de nieve en nuestras playas y crearon escuela: la morenez se empezó a cotizar alto y se ha pagado por ella, incluso con la vida cuando la hace añicos el melanoma asesino. En países como Alemania proliferaron los “estudios solares”, unos establecimientos donde el personal se ponía a tostar en unos ingenios diabólicos con la misma determinación con la que tratamos al pan bimbo antes de untarlo de mantequilla en el desayuno. Hubo una fiebre de estos locales pues unos días en tales parrillas creaban el trampantojo de haber pasado una temporada en Marbella o en la isla de Chipre, entregado a dulces experiencias y a las mejores quimeras fornicadoras.  De la misma manera que en nuestro Siglo de Oro unas migas de pan en la barba producían la imagen envidiada de haber comido una porción de torreznos bien frititos.

Hoy se vuelve a la mesura en estas prácticas y aunque es bueno tomar el sol sabemos que la palidez no es signo de penuria. Parece incluso que a las chicas que trabajan como modelos no les es permitido tomar el sol para no arruinar sus encantos.

Y es bueno que así sea y que nos dejemos guiar por las imagénes del sol blanco que es el padre de una luz que se mira presumido en un espejo inmortal, y de la luna, la “pálida coqueta del crimen y del amor” que cantó Manuel Machado.
La luna, esa bombilla que se ha dejado encendida la Noche.

Es en fin la palidez -nuestra musa- una vaga parienta de la inocencia. La inocencia, ay, que nos falta en esta España de peristas y receptadores.   

12 julio, 2013

Los pechos de la corrección política



                España es nombre que algunos no quieren y que no describe nada. Sería más exacto que nos llamáramos Farisea. O Pudibundia. Sobre el sexo y los sexos sigue vigente la represión, aunque convertida ya en represión expresiva. La manera que hoy se tiene de procurar que algo no se haga es insistir en que se violan derechos. Muchos de los que así se dicen protegidos son los en verdad coartados. Bien deberían saberlo ya las mujeres. Además, cuando no se quiere que las cosas ocurran, se procura que de esas cosas que realmente pasan no se hable, o que se hable con sordina y eufemismo. Que tus manos hagan lo que quieran con tal de que tu boca no pronuncie las palabras malditas. Y nada de fotos. Que tus manos roben, por ejemplo. O que toquen un pecho de mujer en público. Aunque, bien en el fondo, el reproche es para la mujer que saca pecho y tolera las manos.   
        
                Están que arden los periódicos españoles, pues han descubierto que en las fiestas de San Fermín, en Pamplona, hay hombres que, de tres en fondo, tocan los pechos a las mujeres y mujeres que se dejan tocar el pecho por los hombres, en público y con risas. Los reporteros se han esmerado y hay un montón de fotos en las portadas, a lo mejor es porque esas fotos ayudan a vender periódicos. En tiempos de crisis, todo vale.






                Pongo aquí tres fotografías de las que veo en la prensa de hoy. Mírenlas tranquilamente. Hay coincidencias bien claras. Siempre una mujer aupada sobre los hombros de un hombre, con la camiseta alzada y los pechos al aire, o en trance de quitarse la ropa. Esa mujeres ríen a mandíbula batiente. Alrededor de sus senos zumban manos masculinas y algunas se posan sobre sus ellos. Tremendo escándalo entre la blancura sepulcral de opinadores y medios. Qué afrenta, qué despendole, qué escándalo, bárbara agresión sobre la mujer, delito de género en ciernes, acoso, dice algún diario. Analicemos un poco y hagámoslo sin temor, como si no fueran a llamarnos cualquier cosa por explicitar lo que cualquiera ve, como si estuviéramos acostumbrados a llamar pan al pan y vino al vino sanferminero, cual si no hubiera censores y mordazas, como si consideráramos plenamente iguales a mujeres y hombres.

                Como preámbulo, e incidentalmente, bendita hipocresía gubernamental nos gastamos. Un Secretario de Estado de alguna cosa de los sexos declara que no deben permitirse esas “imágenes deplorables de acoso a mujeres”. ¿Ven? Se lo dije. Vetemos las imágenes, no el acoso, cuando lo haya. Espectacular este Gobierno nuestro que calla y calla sobre los mil y un robos y fechorías económicas de su propio partido y de más de cuatro(cientos) de sus cuadros y sus cargos y que se lanza a pedir legalidad y justicia al descubrir a unas damas semidesnudas entre manos de hombres en una fiesta. De los papeles de Bárcenas, de los sobresueldos en negro, de los supuestos préstamos no devueltos, de las donaciones empresariales bajo cuerda y para la caja B (o para el cuaderno de Bárcenas, que es contabilidad B) nadie suelta prenda de Rajoy para abajo. Eso sí, no hay derecho a que a unas chicas de fiesta les soben las tetas, o a que ellas lo permitan. Que venga la policía y que los detenga a todos. Contra el delito económico, puritanismo new age.

                No sé si habrá mucha gente a la que le dé más asco que a un servidor toda violencia sexual y que más desprecie el baboso acosar a las mujeres. Pero ahora quitémonos el maquillaje farisaico y la capa de la tópica corrección y preguntémonos qué acoso hay en el caso este, cuál.

               Primero. Imaginemos que el reparto de papeles fuera al revés, un hombre alzado sobre cualquier cosa y un grupo de mujeres risueñas y con vino que pugnan por tocarle las partes o las posaderas. Creo que he visto algún reportaje sobre fiestas de boys y en despedidas de soltera. ¿Algún problema? Ninguno, bien al contrario, sana alegría y simpática diversión, diríase por doquier. Ah, pero con las mujeres y su busto, cuidado. Sacra res. Entiendo, entiendo, es completamente cierto que la burrez y la violación y el delito contra la libertad sexual suele tener, con mucho, autor varón. Eso es innegable. Pero pasemos al punto siguiente.

                Segundo. No estamos contemplando a una recua de machos desnudando a la fuerza a una mujer y buscando sin su consentimiento el tacto de sus carnes. No hay en las fotos mujeres con cara de angustia o de miedo o al borde del llanto. Si lloran, será de risa. Van a lomos de un hombre, se levantan la camiseta, están en trance de quitarse ropa porque les da la gana. ¿Algún problema? Ninguno veo. A mí no me gustaría estar ni en el lugar de ellas ni con la cara de ellos y en su sitio, pero eso va en gustos. Tampoco me metería en medio de ese barullo ni para tomar vino ni para cantar. Mi idea de la fiesta es otra y los licores me gustan mucho, pero sin ruido y en diferente ambiente. Con la carne y el sexo me pasa otro tanto. Pero, repito, no vamos a discutir de gustos ni de lo que cada quisque entienda por divertirse.

                Refrénese el que vaya a preguntarme si estoy insinuando que son unas guarras o unas libertinas esa féminas de las fotos. Para nada. Este liberal que suscribe está dispuesto a defender a capa y espada el sagrado derecho de los ciudadanos y las ciudadanas a hacer con su cuerpo lo que les apetezca, siempre y cuando que la contraparte, si la hay, pueda consentir y consienta. De haber pecado, será del represor o del mirón que teclea su protesta con una sola mano. Por lo de protestar, digo, no por lo de la otra mano. Es más, para mí la imagen lamentable en aquella tesitura fotografiada no la dan esa mujeres, olé por ellas, sino los caballeros que parece que no comen caliente o que le metieron viagras al tinto barato. Es poderío genuino el de la hembra que hace rugir a cien lobos hambrientos con sólo enseñar las tetas, la simpleza de unas tetas, si bien se mira. En resumen, que si esas señoras están allí y así porque quieren, y si además les da gusto verse de tan primitiva manera aclamadas y buscadas, pues ellas sabrán y nada tengo que objetar. Pero acoso no veo, a salvo de mayor información y de detalles que no conozco ni nos han contado.

                Tercero. Sí existe algo de esas fotos que me inquieta y me escandaliza: tanto ellas como los cabestros del pañuelo rojo salen con toda su cara, perfectamente reconocibles e identificables. Si el que estira la mano fuera el director del diario de turno o la que se abre la camisa y se baja la falda fuera la jefa de redacción, dudo bastante que encontráramos tal imagen impresa, o, cuando menos, aparecerían veladas sus facciones. Claro, pues, que es posible que se esté vulnerando algún derecho fundamental, el derecho de cada uno sobre su imagen. ¿Será para alguna de tales mujeres retratadas más problema el mar de manos o el que las reconozcan en casa o en el vecindario fariseo? Esas tres o cuatro chicas que ahí y así vemos no ganarían un pleito contra los que hacia su piel se abalanzan entre risas de todos, ni el más leve juicio de faltas. Al periódico tal vez sí y con un buen abogado. Así que menos cuento. Por mucho que el acontecimiento fuera público y en público, y aun cuando al público allí presente se le enseñaban las carnes deliberadamente, no creo que haya autorización para publicar en la prensa esas fotos en tetas. Por eso, normalmente se cobra. Más aún, ¿se imaginan cuál sería el argumento defensivo de los diarios si una de ellas pusiera una demanda con base en la ley que protege la propia imagen? Pues dirían que ella estaba de esa guisa porque quería y que con libertad se estaba enseñando así ante la gente. Pues es lo mismo que yo digo sin falta de que ninguno me demande o se me querelle.

                Habrá igualdad entre los sexos cuando nadie se espante porque una mujer en una fiesta y entre adultos se desnude o se deje tocar por manos de hombre, y cuando ante una mujer o un hombre desnudo no rebuzne ni brame ninguno, ni macho ni hembra. Nos queda para eso un largo trecho, y más porque vamos para atrás en lugar de avanzar. No pasarán ni diez años antes de que algún gobierno español vuelva a insistir en que la masturbación daña la médula espinal, sin preocuparse, sin embargo, de cuán perjudicial es para la espalda y la columna vertebral esa manera de cargar sacos y sacos de billetes de quinientos euros. Daríamos pena si no fuéramos tan cabrones. Y tan machistas.