13 diciembre, 2005

Gregarios

Hay muchos misterios. También en los asuntos sociales y políticos. Uno que me parece de los más hondos, un auténtico enigma es éste: ¿por qué las personas y partidos que hace unas décadas eran marxistas duros, comunistas y así, se han pasado últimamente con armas y bagajes al nacionalismo y al apoyo de toda ideología o filosofía –indigenismo, comunitarismo, relativismo cultural, etc.- que exalte las virtudes de la tribu y las ventajas del grupo, en detrimento del individuo y su primacía moral y política? ¿Por qué quienes hace años querían unir a los parias de la tierra en la lucha final, ahora quieren fragmentarlos en comunidades, culturas, pueblos y naciones? ¿Cuál es la razón de que su universalismo, que buscaba en la unidad de los proletarios de todos los países –clase universal, decía el viejo Marx, que poco se parecía a los que lo siguieron- la vía para hacer una revolución que acabara con fronteras y Estados e impusiera la justicia planetaria, se haya trasmutado en un parroquialismo casi obsceno, en un localismo que cuestiona toda pretensión de igual atención para los ciudadano del mundo y prefiere que todos se diferencien por razón del lugar en que los parieron, la tradición que los acoge o la lengua y los ritos que les inculcaron desde la cuna –en el mejor de los casos, pues otras veces se trata de una autoinoculación de lengua y folklore por adultos que buscan raíces con las que combatir su fobia a los espacios abiertos, a la autonomía personal, en suma-?
Se me ocurre que la respuesta tiene que hallarse por el lado de alguna coincidencia entre aquel marxismo pervertido de antes y este grupalismo de ahora. Y creo que ese elemento coincidente es el gregarismo. Probablemente lo que emocionaba a muchos de aquellos progres antañones, que militaban en los partidos de la revolución proletaria, no era tanto la idea abstracta de reparto y justicia que figuraba en sus programas, como la sensación de estar integrados, fundidos y confundidos en partidos de masas (todos los partidos querían ser de masas y la mayoría no pasaban de un pequeño grupo de amiguetes que vestían igual, leían las mismas cosas y soltaban las mismas monsergas malamente aprendidas) y la esperanza de que un día estarían entre los miles que, todos a una, cantando himnos enardecedores y ondeando banderas de vivos colores, tomarían las Bastilla nuevamente, o el palacio del Zar, o el edificio público que se pusiera a tiro. Seguramente lo que más les estimulaba era el sueño ese de ser masa, parte del organismo vivo de la revolución, igual entre sus iguales, uno más entre miles y millones. Todo antes que sujeto libre, crítico, autónomo, pensante, capaz, independiente. Buen repetidor de consignas, ejemplar manifestante en manifestaciones, jugador en la selección innúmera de los justos por decreto, cola de la vanguardia, conciencia abandonada en brazos de líderes y grupos, oveja disciplinada que da lustre al rebaño y es orgullo de pastores.
Puede que por eso a muchos les costara tanto abandonar el barco cuando ya se iba sabiendo en qué rudas tiranías habían ido a parar las revoluciones soñadas y qué clase de energúmenos degenerados eran sus mandamases, los Stalin, los Mao y compañía (y, en perfecto paralelismo, ya conocemos quiénes estaban del otro lado, en las cuadras de enfrente, con seguidores de programas opuestos pero talante personal bien similar en esto del gusto por hacer piña). Apartarse de una idea no es difícil, una vez que el sujeto cae en la cuenta de que es equivocada o que lleva a consecuencias perniciosas. Lo duro es dejar el rebaño. Al que tiene mentalidad de cordero le asusta la inmensidad de los prados, la falta de cercados y, sobre todo, la ausencia del pastor y de sus perros. Antes rodeado de carneros decrépitos que ser oveja sola, mejor arriesgarse a que el pastor nos desolle un día –y a cuántos les pasó, literalmente- que saltar la valla para vivir y pensar por libre. Un hombre un voto, qué horror, ¿qué ordena el partido?
Pero siempre aparece un amo para quien desea ser esclavo y nuestros amigos progresistas pronto pudieron echarse en brazos de un nuevo gregarismo. El proletariado los dejó en la estacada, pero no van a quedarse solos. Nuevos profetas surgieron (mejor dicho, resurgieron, pues su mensaje es más viejo que Matusalén y han tenido predecesores a porrillo, tantos como reaccionarios en la política mundial han sido), para decirles que no hay para el hombre liberación y justicia fuera del grupo, al margen de la horda, sin el calor del rebaño; que ha muerto la esperanza de que seamos los humanos iguales en derechos o en la satisfacción de necesidades mínimas, pero que podemos consolarnos haciéndonos idénticos con nuestros vecinos, para, así, diferenciarnos de los de más allá y sentirnos especiales por ser miembros clónicos de un grupo distinto. Todos hablando la misma lengua, bailando los mismos sones, comiendo los mismos platos, vistiendo los mismos trajes –en mi tierra anda un afamado político de izquierda haciéndose trajes regionales a medida para los actos oficiales, trajes que le quedan más falsos y postizos que una depilación a un chimpancé- creyendo y contando los mismos cuentos, quejándose al unísono por idénticos agravios, reales o supuestos.
Ni creían antes en la justicia para los proletarios y la humanidad, ni creen ahora en la liberación de los pueblos oprimidos, por cuya autodeterminación dicen que luchan. Lo que les gusta es sentirse calentitos y apretados entre sus iguales, ser masa, soñarse parte de algo que los supere, cuerpo de tropa orgullo de sus generales, ratoncitos para el laboratorio de la historia local. Son lo que sale del cruce entre un mentecato y un miedica. Y son unos reaccionarios. Y son los culpables de que no haya esperanza de que nos libremos los humanos de las cadenas. Porque aman las cadenas mucho más que a los hombres, y nunca van a dejar en paz a los que no quieren vivir encadenados ni a la tierra ni a la patria ni a los jefes ni a los dioses. Por eso tienen la obsesión de hacer obligatorias las señas del rebaño, el afán por ponerle a la gente la marca de su cuadra, la señal de su patrón, como se hace con el ganado. Y los marcan con la lengua obligatoria, la historia obligatoria, la religión obligatoria. Para que cualquiera que los vea sepa que tienen dueño, que no son libres, que no pueden dejar los muros que los encierran.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Entonces, ¿los partidos políticos deberían desaparecer?, son los que fomentan el rebañismo, nuestro programa, nuestros votantes ...
Y ¿las asociaciones sin ánimo de lucro?, vaya ahora que había descubierto el chollo.
Y ¿los deportes de juego colectivo?, fomentan ese rollo de tú no sientes la camiseta y tal.
¿Y el matrimonio? y ¿hacer la declaración de la renta conjuntamente?
Los que antes querían unir a los parias, era porque existían en Europa, hoy en día los bisnietos de esos parias viven a costa de recordarlos transmutados en ONG, oye , que sí, que yo soy rico, pero como mi bisabuelo , bla, bla ...
Pero una sociedad de hombres individuales libres y sin fronteras equivaldría a una especie de caos, en la Universidad , pongamos en Derecho, no se pasaría de primero estudiando todas y cada una de las teorías que a cada uno se le ocurriesen, es más , no se estudiaría a nadie, ¿por qué he de estudiar algo que no comulga con mi sentir? - diría alguien y en ese momento alguien creo que legitimamente diría ah pues yo como tú , no me sale de los cojones estudiar ni a Kant ni a Comte, ya son dos de ahí a reunir 100 se tarda poco, por el otro lado alguien diría, pues a mí me parece bien estudiar a ambos filósofos y se le juntarían otros tantos, otro diría oye que mi agüela hablaba llionés y otros tres o cuatro a querer aprender esa lengua ¿por snobismo?, no, legitimamente, pero en grupo, por cualquier motivo, no sólo por miedo o por balar juntos.¿ Y escuchar la exposición trabajada de un alumno en clase? ¿por qué? si yo soy libre ¿para qué escuchar a nadie? Cada uno entraría y saldría de clase cuando quisiese. Los valores y los ideales no existirían pues el que más de dos los reconociesen ya serían rebaño o al menos yunta.
No, la unión es buena para el conjunto, para que no sea un conjunto un rebaño, lo que no tiene que existir es el ventajismo económico por cualquier motivo, la pregunta es ¿yo estoy en el rebaño por mi voluntad o por los privilegios económicos y recomendaciones que quiera alcanzar ?. Sólo la segunda de las respuestas en sentido afirmativo daría la razón a garciamado al mil por mil, en mi opinión.