Leo
en El Cultural de El Mundo un
artículo interesante en el que muchos insignes profesores de Filosofía se
lamentan de los malos tiempos que corren para la Filosofía en la enseñanza y
sobre los planes del Ministerio para recortar más todavía la presencia o las
horas de esa materia en los institutos y colegios. Y me quedo pensando.
El
oficio por el que yo cobro es el de profesor de Filosofía del Derecho en una
Facultad de Derecho. Mi formación no es de filósofo, sino de jurista, pero en
tiempos leí mucha Filosofía y hasta me empapé un poquillo de su historia. De
vez en cuando vuelvo a ese terreno a intento, sin demasiadas fuerzas,
mantenerme algo al día o saber al menos por dónde van los tiros. Tiros ya hay
pocos, pero abundan los petardos.
El
papel en los estudios anteriores a la Universidad de la Filosofía y de otras
materias de las que llamamos genéricamente humanísticas, como la Literatura o
la Historia, me parece problemático y equívoco. A la mayor parte de los
estudiantes no les aportan ningún fruto y muy discutible utilidad. Pero diría
que la razón principal está en el profesorado. Ni el más optimista de los
cálculos nos da para pensar que pueda haber de Filosofía, de Literatura o de
Historia suficientes profesores de una mínima calidad o con una vocación cierta
para enseñar tales cosas. Esa es la ley primera de la enseñanza: mal puede
transmitir pasión, interés o gusto quien no los tiene, por lo mismo que de
ninguna manera ha de acertar con las respuestas el que no conoce las preguntas
o no experimenta en sí mismo la necesidad de planteárselas.
El
test para descubrir dónde hay un buen profesor es de una sencillez pasmosa.
Basta con decirle al sujeto en cuestión lo siguiente: hable una hora de lo
suyo. Ni un minuto más se precisa. Esto vale exactamente igual para el docente
de Física, de Geografía o de Derecho Mercantil. A diferencia de lo que en otros
terrenos pueda suceder, aquí el amor no se puede fingir y la habilidad ni se
improvisa ni se adquiere apenas con artificiosos adiestramientos.
Cuando
me pongo a recordar a mis profesores en el colegio se me ponen los pelos como
escarpias. No era un mal colegio, creo,
pero la mayoría del profesorado ni sabía de lo que enseñaba ni, lo que es peor,
sabía por qué lo enseñaba. Pero de vez en cuando aparecía uno especial y con él
todo era distinto. ¿Por qué? Le gustaba lo que hacía, le veía sentido e iba poniendo
su semilla aun a sabiendas de que prendería en pocos casos. El profesor mejor
es el que se divierte mientras explica y obra con la esperanza de que alguno
más, entre tantos, se esté divirtiendo con él. El resto son pamplinas y
burocracias, inevitables trámites y servidumbres del número.
La
enseñanza, a cualquier nivel y fuera de las tareas administrativas inevitables
y de que haya que hacer cosas como calificar a todo quisque, cumplir con
programas o rellenar actas, es ofrecer oportunidades. No hay tampoco otro
criterio para clasificar el profesorado por su rendimiento real. Hay profesores
que con su hablar y su mostrar ofrecen oportunidades y otros, los más, que no,
que están allí como puestos por el ayuntamiento o como vacas atadas en un
establo. ¿Oportunidades de qué? Pues de que algún estudiante descubra una
vocación o se encuentre con informaciones o puntos de vista cuyo manejo le
resulte placentero.
Enseñamos
muy mal. Es un pecado caer sobre unos chavales que apenas han leído nada en su
vida y atizarles con el Arcipreste de Hita o con el Poema del Mío Cid o con
Espronceda. O con las Doce Tables, si ya es en Derecho. Y qué decir si
comenzamos las clases de Filosofía con los fragmentos de los presocráticos y
sus sorprendentes exégesis. Son ganas de fastidiar más que nada. Tendría
muchísimo más sentido animar al principio a leer un best-seller de John Grisham
o una entretenida novela negra de producción nacional o, si me apuran, algún
pedestre manual de autoayuda. Y luego ir retrocediendo y viendo quién puede
pillarle el truco al asunto y cómo se le encuentra la clave a los clásicos. Lo
otro, el arrancar con Homero o con Aristóteles o con La Celestina es tan estúpido
y desenfocado como ofertarle el más selecto vino riojano a un tipo que jamás ha
probado bebedizo que no sea biberón con cereales, agua, zumo de melocotón y
algo de calimocho los fines de semana.
Lo
de verdad extraño no es que haya tantos estudiantes que salgan de esas
disciplinas rebotados y jurándose que nunca más, lo llamativo es que, aun así, alguno
que otro quede enganchado o le tome afición. Y con esto llegamos a otra
variable esencial: cada uno es como es y no hay vuelta de hoja, pero al raro
hay que cuidarlo como oro en paño. El criterio realista no nace de preguntarse
cuántos a final del curso saben qué escribió Calderón de la Barca o en qué
siglo vivió Pérez Galdós, sino de mirar esto otro: cuántos se van a animar en
el futuro a leer alguna novela o algún poema; mejor dicho, cuántos de los que
no estaban animados ya antes van a ser lectores ahora y cuántos de los que
podrían haber estado dispuestos no se habrán desanimado para siempre por causa del
maldito profesor.
Nuestro
mundo ha cambiado. Antes todavía se cotizaba un cierto saber por el saber o
importaba eso que llamaban ser culto. Ya no. Siempre fueron unos pocos los que
tenían formación, porque la querían y la buscaban (si podían), porque el cuerpo
les pedía ese tipo de alimento, pero eran más los que tenían información y de
eso, para bien o para mal, se ocupaban escuelas y colegios. Ahora somos una
sociedad de profundos ignorantes o incultos y, sobre todo, se ha dejado de
valorar el saber del mundo y de su pasado. Hoy la mitad de los catedráticos
universitarios de la materia que usted quiera no aprobarían ni el más simple
examencillo de cultura general. No lo juzgo, pero creo que es así. A lo mejor
era absurdo que para ser peluquero hubiera en otro tiempo que saber o haber
sabido la lista de los reyes godos o qué obras principales escribió Hobbes o de
qué trataba el Lazarillo de Tormes. Pero tampoco hoy en día parece muy normal
que usted pueda llegar a catedrático de Químina Orgánica o de Derecho
Internacional sin tener ni remota idea de qué pasó en la batalla de Waterloo,
si Tomás de Aquino era creyente o ateo o por qué los matemáticos han venido
armando tanto lío con los números primos o con el teorema de Fermat.
Y
luego está la situación de la Filosofía misma, no ya en la enseñanza, sino en
general. A lo mejor es que yo ya no me entero, no lo descarto. Pero tengo para
mí que la Filosofía pinta hoy muy poco porque apenas quedan filósofos. Gente
que vive de la Filosofía sí, porque alguien tiene que enseñar en las
correspondientes facultades, pero los filósofos que digan algo que pueda
merecer la pena yo diría que son bien escasos. Y muchos de los extranjeros que
dizque todavía investigan y producen se han vuelto especialistas en cosillas
particulares o rizadores de rizos que
solo tres especialistas igual de obsesos pueden apreciar.
¿Y
los filósofos patrios? Hombre, pues habrá de todo, no digo que no. Nunca hemos
sido una gran potencia y nos sobran dedos de una mano para ir sumando filósofos
españoles que dejaran obra relevante, más allá de que en su pueblo tenga este
una calle o de que dejara aquel unos discípulos que obliguen a sus becarios a
dedicarles tesis doctorales. Por aquí hay algún buen divulgador, lo cual no es
desdeñable, pero lo que más abunda es una larga lista de tipos y tipas que
combinan en proporción diversa estos dos caracteres: son unos pedantes del
carajo y hacen la esquina buscando algún señorito que los mantenga. Entre
banales y venales han ido acabando con la seriedad y el respeto de la
Filosofía. Sí, llegará algún ministro todavía menos ilustrado y querrá
arrinconar la materia haciéndola optativa o metiéndola en el desván de la Historia,
y entonces firmarán unos cuantos unos manifiestos y unas cartas de protesta. Lo
malo es que unos lo harán desde el Observatorio que les pusieron para que
vigilaran el género violento, otros llevarán en la frente el membrete de alguna
Fundación para fabricar sobresueldos, el de más allá pronunciará unas palabras
desde la ventana de aquel Patronato, el otro perderá el culo por hacerse con
una universidad de verano o una de entretiempo. Y así. Entre todos no habrán
escrito cien líneas que no sean refritos y posturitas para epatar a los colegas
sin posibles. No son nuestros filósofos actuales más nombrados intelectuales
que se afanen con las preguntas sobre el ser o el deber, pues prefieren ser sin
preguntarse y se deben antes que nada a quien les pague algo, aunque sea por
callar. Una filosofía de lacayos es un cruel oxímoron y no ha de extrañarnos
tanto que el tejido se rompa por la parte más débil: quien tampoco anda sobrado
de luces concluye que está de más la Filosofía en la enseñanza secundaria. Y es
lamentabilísimo, más no faltará un punto de razón: si Filosofía es lo que
comúnmente hacen esos señores y esas señoras, apaga y vámonos. Sustitúyase por
ética de los negocios y que la expliquen ellos mismos, que al menos de negocios
van teniendo experiencia y a la ética ya saben cómo hacerle unos regates.
Que
no se me enfaden demasiado los filósofos de bien. Si lo desean, otro día
hablamos del profesorado de Derecho o de las gentes de mi disciplina, la
Filosofía del Derecho. Los primeros llevan siglos de ventaja en lo de saber
cómo sentarse a la diestra del poderoso y en las técnicas para enriquecerse
poniendo en latines cualquier arbitrariedad. Los segundos, los míos, de momento
viven de los derechos humanos y tratarán de que seguir ordenañado la moralina
para vivir del cuento y parecer buena gente, encima. En nada habrá buena oferta
entre docentes e investigadores mientras no se tenga una sociedad que demande
algo mejor de soplagaitas y adoradores del canapé. Será mejor que esperemos sentados.
11 comentarios:
"Esa es la ley primera de la enseñanza: mal puede transmitir pasión, interés o gusto quien no los tiene, por lo mismo que de ninguna manera ha de acertar con las respuestas el que no conoce las preguntas o no experimenta en sí mismo la necesidad de planteárselas".
No puedo estar más de acuerdo ¿me dejarás usarlo?
Filosofía y Derecho constitucional deberían ser materias obligadas en la ESO, más que el cálculo trigonométrico o el juntapalabrismo anglosajón, o en todo caso anterior.
De hecho Filosofía, debería ser troncal de todas las carreras universitarias, quizá.
Aún digo más, en las aulas deberían haber solo estudiantes, personas con ánimo e interés por aprender. Sería todo más sencillo de entender y de explicar.
Un saludo.
En los gymnasiums alemanes -o, al menos, en Baviera- la asignatura "Filosofía" no existe en los planes de estudio. Los alumnos aprenden quiénes son Locke, Hobbes, Rousseau en Ciencias Sociales; Feuerbach, Nietszsche y Marx en Religión; y Platón, Santo Tomás, San Agustín, Séneca y otros más en Latín y Griego. El bagaje filosófico con el que acaban no creo que sea patético comparado con el nuestro (creo que tenemos un trienio filosófico, no? entre ESO y bachiller).
En fin, esa "gran cohorte" de "filósofos" que habla para El Cultural lo hace desde el corporativismo.
Su opinión (la de usted) me parece mucho más sincera y desinteresada, e interesante.
Un saludo.
"Antes todavía se cotizaba un cierto saber por el saber o importaba eso que llamaban ser culto. Ya no."
Precisamente hoy he leído este interesante artículo: "Sí, soy un inculto, pero gano mucho más que tú. ¿Qué pasa? ¿Eh?".
Saludos.
Yo que soy licenciada en Filosofía estoy de acuerdo con eso, y con que la filosofía no es una profesión, sino una actividad por sí misma por la que no tendrían que pagar. Muchos son, en efecto, especialistas en rizar el rizo (para tener lentejas al final del mes), y la actividad investigadora es un poco frustrante a veces por eso. Y saber que estás dedicando años de tu vida a producir cosas de dudoso valor filosófico (de verdad) y cuyo destino va a ser la aburrida lectura de 4 gatos iguales que tu es frustrante que no veas. (Pero, todo sea dicho, también es cierto que hay muchos profesores de universidad a los que se les paga por dar clase, que lo hacen bien, y que luego si escriben artículos (y les motiva hacerlo), pues está bien). Otro problema es que con tanto artículo perdemos el norte y la capacidad para encontrar lo bueno de verdad (pero no soy yo quien para perorar sobre lo bueno!).
Creo, no obstante, que es fundamental que haya una buena enseñanza de cosas interesantes que se puedan aprender de Filosofía. Seguramente los planes estén hechos con el culo, y no se indican las cosas valiosas que se pueden sacar de cada tema, con lo cual se da sin sentido, pero creo que a este país le iría mejor si se estudiara más filosofía, más ética y más en serio. Estudiar a Descartes de memoria no tiene sentido, pero entender cómo se las ingeniaban para salvar a la nueva e incipiente ciencia de las garras de aquella Iglesia fanática e intolerante sí. Entender cuáles han sido las soluciones creativas que se han ido dando a los problemas que surgían en cada época, sí. Etc. (No sé si seré buena profe, pero desde luego yo soy de las de la vocación (que de nada sirve, porque no hay oposiciones... :)) )
Por cierto, los alemanes tienen 7 años de ética y política. Nosotros tenemos una hora a la semana en un sólo curso y en la que se nos enseña a reciclar. Menudo desastre...
Yo también soy licenciado en filosofía. Me guardaré de pontificar aquí acerca de si lo que con el nombre de filosofía se enseña en los institutos, junto con el resto de las materias, son más o menos imprescindible para la vida de los futuros ciudadanos. Lo que sí me resulta llamativo es que yo finalicé mi Bachillerato sabiendo cuántos versos tiene un soneto, pero no qué es y a qué obliga un contrato; cómo se ordena la tabla periódica, pero no cómo funciona un crédito hipotecario; cómo se calcula un límite, pero no cómo se elabora una ley. Y etcétera.
He tenido acceso a su blog a través de un grupo de alumnos, ex-alumnos y profesores de filosofía en facebook. Como simple alumno de la licenciatura de filosofía paso copiarle, con las modificaciones obvias y necesarias, la respuesta que he publicado en dicho grupo según iba leyendo su texto:
Creo que se equivoca bastante en el planteamiento de su texto.
Dedica buena parte de la primera mitad de su artículo a hablar sobre un cáncer de la educación en España, el profesorado. Pero lo hace en general, (porque los problemas que usted achaca son de índole general, no sólo afectan a los profesores de "materias humanísticas") desde primaria hasta la universidad y no concretamente sobre el profesorado de filosofía, que creo que es de lo que va el tema, al menos el título "El lugar de la filosofía", como poco, lo sugiere.
Coincido en buena parte con este fragmento de su análisis, existe mucho profesor desmotivado, lo que no entiendo es qué tiene que ver todo eso de la vocación y el profesorado desganado con la filosofía. Me atrevería a decir que es la carrera, o si no de las carreras más vocacionales que existen.
Es cierto que un gran problema de la educación es la de unos docentes que no sientan interés por transmitir sus conocimientos. Y este problema deberá atajarse en la formación de dichos docentes. Pero aquí se equivoca usted en el planteamiento, pues parece tratar de hacer ver que ésto sólo ocurre en las disciplinas "de letras", nada más lejos de la realidad. Además de que, dando por correcta (que no lo es) su visión de que el problema afecta especialmente a los profesores de materias humanísitcas y que las causas éste, como usted mismo dice, residen en la baja calidad de los profesores, la solución pasará, digo yo, por mejorar la formación de éstos, no por hacer desaparecer sus disciplinas.
Volviendo a la filosofía, habré tenido mejores o peores profesores de filosofía tanto en mi formación secundaria como durante la carrera, profesores que me hayan llegado más o menos, que sepan más o menos y con mejores o peores métodos de enseñanza. Pero creo que nunca he tenido un profesor de filosofía que no ame su disciplina y, lo más importante, que, en mayor o menor medida, no disfrute transmitiendo su pasión por ésta.
En cambio, sí que he tenido profesores de matemáticas, por poner un ejemplo, que estaban hasta las narices o bien de las matemáticas mismas, o bien de su dedicación a enseñarlas o bien de todo un poco.
De hecho, en un punto, y sin concretar, usted nos desvela el test definitivo para descubrir un buen profesor: que pueda hablar, de forma inesperada, durante una hora sobre su materia. Al no precisar, no me ha quedado bien claro qué es lo que pretende con este test y qué es lo meritorio de éste. Pero si se trata de demostrar conocimientos y pasión por la especialidad creo que pocos serán los profesores de filosofía que no puedan estar horas y horas hablando con apasionado fervor sobre las múltiples preguntas que, mediante la filosofía, abordamos. (Ahora bien, si el objetivo es precisamente el contrario, lo que se valora es la concisión y lo que pretende es demostrar que "Ni un minuto más se precisa." y que el profesor de filosofía saldría mal parado en ese supuesto reto de resumir su materia en una hora, no le quito razón, pero creo que fracasaría al igual que cualquier otro especialista... Se me antoja complicado que un especialista en física cuántica pueda explicar a un grupo de neófitos todo lo intrincado de esta rama de la física en una sola hora, vamos ni en 10 ni en 20, ya no hablemos de toda la física en general, por poner un ejemplo)
No se me ocurre otro motivo para esta primera parte más allá del burdo intento (intencionado o no) de manipulación para que, generalizando sobre algo común y que a todos nos ha pasado, a saber: tener un profesor que detesta su profesión, los lectores se identifiquen con toda la primera parte del texto y así luego entre mejor la segunda, que sigue careciendo de solidez en los argumentos.
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En esta primera parte también utiliza un argumento que creo está más que refutado, el de la utilidad. Sobre esto, hace unos meses pude leer un artículo del catedrático de lógica y filosofía de la ciencia en la universidad de Málaga Antonio Dieguéz Lucena, que parece escrito ayer mismo y que, sin embargo, es de la década de los 90, si mal no recuerdo. Le adjunto el artículo y le recomiendo encarecidamente su lectura. http://webpersonal.uma.es/~DIEGUEZ/hipervpdf/HUMANIDADES.pdf
Sobre esto sólo añadiré que si nos guiamos por el criterio de la utilidad podríamos dejar de perder el tiempo en enseñar la mayor parte de lo que se enseña en los colegios, a cada cual que le enseñen lo que le vaya a ser útil en su profesión y si a los 5, 10 o 15 años no sabes a qué quieres dedicar tu vida, pues te aguantas. De hecho, ¿para qué crear escuelas? mejor que las distintas empresas se dediquen a educar a nuestros hijos en lo que será su futuro. (Bueno, esto creo que ya está comenzando a hacerse, o bien se pretende...) Ni que decir que al panadero y al político medio español sólo se les enseñará a amasar, a uno el pan y al otro una fortuna a base de desvergüenza y prácticas ilícitas.
Creo que esto es una perogrullada, pero pocas cosas más importantes se me ocurren para transmitir de generación en generación que la historia del pensamiento humano. Es por todos sabida la célebre cita de Nicolás Avellaneda "Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla." poco más hay que decir. Si la historia del ser humano es importante para éste, no lo es menos la filosofía como parte de esta historia, concretamente historia del pensamiento humano. Pero más allá de mera historia del pensamiento también es necesaria como actividad enriquecedora y natural del propio ser humano. Como filosofía en sí misma, como refugio para cualquier momento de la vida y, especialmente, para estos tiempos que corren. Aunque en esto, ser filósofo, poco puede ayudarnos otra persona, salvo como hacía Sócrates con la mayéutica, realizando las preguntas adecuadas que nos guíen un poco en esta aventura del conocimiento inabarcable, de la verdad inconmensurable.
Esto último tiene que ver con otro de sus argumentos: la metodología usada para enseñar. En este punto puedo coincidir bastante con usted, pero no con el uso que hace de esta observación.
En mi opinión todo el sistema educativo está mal enfocado, desde primaria hasta las licenciaturas o grados. Y, aprovechando la ocasión para hacer autocrítica, ya que usted dice que le falta a los filósofos*, creo que no seré el único (es más, me atrevería a decir que es un sentir general) que ha quedado muy desilusionado con la carrera de filosofía al cursar ésta. (Aunque les ha ocurrido prácticamente igual a todos mis amigos, matriculados en todo tipo de carreras) Pero esto no lo achaco solo al profesorado, aunque tiene una responsabilidad importante, claro está, sino a la estructura toda que rodea a la enseñanza, desde el comienzo de ésta e incluso a toda la sociedad, a los pilares de la educación. (Para este tema mejor remito a un breve vídeo de youtube titulado "Paradigma del sistema educativo" y a una película-documental reciente llamada "La educación prohibida", se puede encontrar también en youtube, para los que aún no la hayan visto y estén interesados).
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*(Aquí sí que quiero ser contundente, ninguna otra rama del saber humano se ha cuestionado y cuestiona más que la filosofía su propio carácter, su utilidad y su papel en cada uno de los tiempos que ha atravesado, ninguna otra disciplina es más crítica y autocrítica que la filosofía. ¡Por favor! si gran parte de su utilidad secundaria, pues la filosofía solo puede tener una utilidad que sea derivada de su primera y única función: el saber por el saber, es la crítica que hace sobre las distintas ramas del saber. De ahí el desarrollo de la filosofía de la ciencia en sus múltiples ramas, las ciencias cognitivas, las matemáticas, las ingenierías, etc. es precisamente porque los especialistas de estas ramas, en su mayor parte, no se han cuestionado sobre las cuestiones referentes a su propia naturaleza, por lo que ha sido necesario que la filosofía las aborde. Por poner el ejemplo más claro y sencillo ¿es necesario ponerse hablar de algunas atrocidades como la bomba atómica? Y voy más allá, sólo una formación multidisciplinar como la de un filósofo, con estrecha relación y diálogo con los distintos especialistas de las ramas a abordar, puede abarcar esta tarea de crítica, pues para la crítica es necesaria cierta visión global que difícilmente un especialista puede tener).
Comentando el ejemplo concreto que usted ha puesto sobre lo obsoleto de la enseñanza de la filosofía me limitaré a señalar que, precisamente, y a título personal, creo que los presocráticos son de los mejores comienzos que se me ocurren para despertar el interés por la filosofía en los alumnos. Los motivos son muchos, pero principalmente, por su ingenua inquietud por la filosofía, su profunda y sincera admiración por el cosmos, por la verdad, el arjé. Al menos en mi caso particular fueron todo un acicate para el estudio de la filosofía.
Aunque eso es sólo mi caso particular, lo que sí comparto con usted es que, tal vez, no sea necesario empezar siempre por el principio. Coincido con Antonio Cádiz en que tampoco se trata de "amoldar el curso a la supuesta ineptitud del oyente". El curso es el que es, y la historia de la filosofía es la que es, no podemos modificarla, pero sí es posible adaptarla, no a la ineptitud, sino para que sea más comprensible para las personas a las que va a ser transmitida.
Un profesor, ante todo, (y aunque con los recortes y la masificación de las aulas sea prácticamente imposible) debe conocer a sus alumnos y debe encontrar la mejor forma para acercarse a ellos. Si un profesor de historia de la filosofía entiende que sus alumnos de bachiller van a ser más receptivos a ésta comenzando por el final, no veo el motivo por el que no deba hacerlo. Siempre y cuando, al final, el alumno sea capaz de tener una visión global de la evolución de la filosofía a lo largo de los años, que es de lo que se trata al estudiar historia de la filosofía. Es cierto que para comprender la evolución de algo, generalmente, conviene empezar desde el principio, pero no creo que sea siempre necesario y, es más, pienso que en algunos casos concretos hasta puede ser más fácil comprender algo comenzando desde lo coetáneo y desgranando esto hacía atrás que empezando desde el principio, que nos puede resultar mucho más lejano e incomprensible. Y la historia de la filosofía que se da en bachiller no creo que sea tan compleja como para no poder permitir el orden que el profesor estime más adecuado para sus alumnos.
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Antes de acabar quiero comentar un párrafo en el que usted parece criticar estos tiempos en los que ya no se valora el saber por el saber o eso que llaman ser culto. (Aunque lo hace de una forma tan ambigua que cualquiera se aclara, espero su respuesta). En el párrafo anterior señala, a mi modo de ver con acierto, el vacuo esfuerzo de la falsa erudición, lo importante no es "cuántos a final del curso saben qué escribió Calderón de la Barca o en qué siglo vivió Pérez Galdós, sino de mirar esto otro: cuántos se van a animar en el futuro a leer alguna novela o algún poema", coincido en que lo importante no es inculcar a toda costa una gran erudición, sino que cada alumno desarrolle sus inquietudes naturales, manteniendo, claro está, una mínima base cultural que creo es del todo necesaria. Vamos, lo que para mí viene siendo la función principal de un profesor: ayudar a cada cual a ser lo que realmente es.
Esto me parece importante, lo chocante es que en el párrafo siguiente parece criticar que "Hoy la mitad de los catedráticos universitarios de la materia que usted quiera no aprobarían ni el más simple examencillo de cultura general." Parece quejarse de que a los alumnos se les enseñe cultura general, para luego criticar que los catedráticos no la tengan. Supongo que más bien querrá decir algo como lo que yo he señalado: la importancia de no obcecarnos en obligar a que los alumnos sepan todo tipo de cosas que no les interesan, sin olvidar la necesaria base cultural que todo ser humano necesita para moverse por el mundo.
Sobre el caso concreto de la filosofía no entiendo la utilidad de todo este párrafo en su análisis, creo que precisamente los catedráticos en filosofía son los que mejores puntuaciones podrían sacar en esos exámenes de cultura general que usted mismo propone. (Y no porque éstos sean mejores o peores que otros catedráticos, sino por la naturaleza propia de la filosofía y el filósofo, su carácter interdisciplinario, su inquietud natural por el saber hacía todo lo que le rodea... en definitiva, por su pretensión de saber último).
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Para finalizar, se centra usted no ya en los profesores de filosofía sino en los filósofos actuales, sobre la investigación y el sentido de ésta. En este tema seguro que mis compañeros del ya citado grupo de filosofía de facebook saben mucho más, e incluso creo recordar que ese tema ya fue abordado en dicho grupo. No niego que pueda haber mucha investigación fútil. Debido en buena parte a las instituciones y su forma de evaluar esta investigación. Una vez leí en el grupo algo sobre las posibles "modas" a la hora de investigar y como puede ser más rentable enfocar las investigaciones hacia ciertos temas o autores de modo que este hecho condicione el primer y más importante mandamiento de la filosofía: saber por saber. Me pareció muy interesante esta observación y bastante plausible, aunque claro está, desde mi profundo desconocimiento sobre el funcionamiento de la investigación académica. Cómo filósofos no podemos olvidar ese carácter autocrítico que nunca debe abandonarnos y debemos preguntarnos qué estamos haciendo o qué vamos a hacer, según el caso, con la filosofía. Al menos, creo que debemos someter a juicio, para ver qué hay y no hay de cierto en afirmaciones como "Y muchos de los extranjeros que dizque todavía investigan y producen se han vuelto especialistas en cosillas particulares o rizadores de rizos que solo tres especialistas igual de obsesos pueden apreciar. " o "de que dejara aquel unos discípulos que obliguen a sus becarios a dedicarles tesis doctorales. Por aquí hay algún buen divulgador, lo cual no es desdeñable, pero lo que más abunda es una larga lista de tipos y tipas que combinan en proporción diversa estos dos caracteres: son unos pedantes del carajo y hacen la esquina buscando algún señorito que los mantenga."
Pero más allá de que debamos cuestionarnos sobre la posibilidad de que esto o parte de esto ocurra e intentemos arreglarlo, me parece estúpido decir que la mayor parte de la investigación filosófica de hoy en día es desechable pues, por citar solo algunos ejemplos la ética, los derechos civiles, la ética en la política, el diálogo inter-cultural, etc. son particularmente necesarias en esta España que tenemos y también en el mundo entero actual y creo que no es menos importante la reflexión sobre la ciencia en general, la biología, los avances tecnológicos, la piscología, hacía dónde nos lleva el desarrollo de la informática, la inteligencia artificial y las posibles responsabilidades morales que se deriven de ésta, etc.
Para finalizar, ahora sí, según he ido escribiendo este texto y releyendo el blog, creo que su intención ha sido más bien la de hacer de abogado del diablo que la de denostar a la filosofía, como en un principio me había parecido.
"Una filosofía de lacayos es un cruel oxímoron y no ha de extrañarnos tanto que el tejido se rompa por la parte más débil: quien tampoco anda sobrado de luces concluye que está de más la Filosofía en la enseñanza secundaria. Y ES LAMENTABILÍSIMO, más no faltará un punto de razón: si Filosofía es lo que comúnmente hacen esos señores y esas señoras, apaga y vámonos."
Este intento de crítica constructiva a la filosofía (si es que de eso trataba el texto, usted podrá aclarármelo mejor) tratando de explicar los motivos de aquellos que, no andando sobrados de luces, concluyen que está de más la filosofía, me parece eso, un intento y además fallido y mal argumentado. La filosofía tiene muchas cosas que criticarse, ya he señalado algunas, pero no me parece que su enfoque sea el más correcto para abordar los posibles problemas de ésta.
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