31 mayo, 2007

Tontunas legislativas. 4. Esencias y definiciones.

Hoy vamos con brevedad, pues andamos muy mal de tiempo. Mañana o un día de éstos podemos hablar más por extenso de algunas de las trampas más picaronas que se contienen en estas leyes que parece que no sirven para nada, pero que justifican viajes de consejeros autonómicos con sus secretarias y dietas para unos cuantos arrimados. Por hoy quedémonos con un par de joyas de las que te dejan los ojos haciendo chiribitas, metafísica postmoderna a tope. Y es que hay tantas esencias por ahí, flotando en el éter o colgándose de los presupuestos, que no da uno abasto.
Veamos.
1. Ley 11/2007, de 20 de marzo, de comunidades de valencianos en el exterior.
Artículo 2.2.- "Comunidad de valencianos en el exterior: conjunto de personas que viven fuera de la Comunitat Valenciana y que mantienen una especial vinculación con la misma, lo cual les da derecho a solicitar el reconocimiento de su valencianidad, conforme al Estatuto de Autonomía de la Comunitat Valenciana".
Artículo 3.- "La Generalitat reconoce el derecho de las comunidades de valencianos asentadas fuera de la Comunitat Valenciana a solicitar, como tales, el reconocimiento de su valencianidad, entendida como el derecho a participar, colaborar y compartir la vida social y cultural del Pueblo Valenciano".
"El reconocimiento de la valencianidad de las comunidades de valencianos en el exterior se realizará por decreto del presidente de la Generalitat, a propuesta del titular de la consellería competente en materia de participación ciudadana, previa solicitud del centro de valencianos en el exterior que organice esta comunidad".
Pues ya ven: la valencianidad es una cosa que se tiene aunque se esté fuera de Valencia, pero que sólo funciona si se te reconoce por decreto del Presidente de la Generalitat, en cuyo caso ya puedes enrollarte con el Pueblo Valenciano, así, con mayúsculas.
2. Ley 8/2006, de 24 de octubre, del estatuto de los andaluces en el mundo.
Artículo 2.4- "Las personas oriundas de Andalucía, así como sus descendientes, que residan en otros territorios de España o en el extranjero, tendrán la consideración de personas de origen andaluz".
Artículo 2.5.- "Tendrán la consideración de personas retornadas aquellos andaluces en el exterior y personas de origen andaluz que regresen a Andalucía para residir de manera estable".
Artículo 2.7. "Se reconoce asimismo la condición de andaluz en el mundo a todas las personas que, independientemente de su ciudadanía o su nacionalidad de origen, pongan de manifiesto su vinculación con Andalucía, su cultura, su economía y progreso, y que cumplan, en sus actuaciones, los objetivos de esta Ley o trabajen por la defensa o promoción de Andalucía en el exterior"
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Así me gusta. Las cosas claras y el chocolate espeso.
¿Estamos completamente seguros de que necesitamos a los legisladores autonómicos y de que nos sirven para algo serio? No, yo sólo preguntaba, que nadie se me enfade. Si acaso, que se me explique si es que les sobre mucho tiempo o qué.

30 mayo, 2007

Ya somos iguales a tope, aunque algunas sean marquesas

Amigos y amigas, ciudadanas y ciudadanos, he de comunicar a todos un feliz acontecimiento: ya somos iguales y se acabaron las discriminaciones. Un Juzgado de Badajoz acaba de dictar sentencia a favor de la mujer que disputaba un título nobiliario a su hermano varón y menor. Bien, muy bien está y así sea la igualdad entre hombres y mujeres. Pero, por cierto, ¿para cuándo la igualdad entre los ciudadanos, sin que unos pocos hereden títulos nobiliarios sin ni siquiera tener que someterse a un control de ADN (¡ay, cuantos condes y marquesitos llevarán el butano en las venas!), mientras otros nos quedamos para siempre –salvo oportuno braguetazo con infanta- de puros plebeyos? ¿De verdad es tan grande conquista de la igualdad el que ahora las mujeres hijas de noble tengan el mismo derecho que sus hermanos a heredar el título? A lo mejor, el día que haya tantas condesas, marquesas y duquesas como varones con los mismos títulos habrá avanzado la mujer un paso decisivo en la lucha contra su secular opresión. Desde luego, a las paisanas de mi pueblo les va a reconfortar un montón tamaña conquista.
Un servidor, retorcido y perverso como es, hallaría mayor satisfacción intelectual y más alto goce vital si los títulos se sorteasen entre todos los que llamen a la tele para contestar alguna pregunta chorras. O que se rifen un par de ducados y un marquesado entre todos los que acudan a votar en las próximas elecciones, verás cómo baja la abstención. Inclúyase en alguna de esas loterías el título de rey, claro. No olvidemos que ésa va a ser otra enorme conquista para la igualdad entre los españoles, cuando se ponga fin a la preferencia sucesoria del varón a la Corona.
Lo que en la sentencia de Badajoz se dirime es a quién corresponde el título de Marqués de la Alameda de Mendoza, que ahí es nada. La primogénita del Marqués reclamaba el título con base en tal primogenitura, mientras que su hermano varón lo quería y lo tenía por macho. El juez falló a favor de la dama en aplicación -muy problemática en el caso particular- de la Disposción Transitoria Única de la Ley 33/2006, de 30 de octubre, sobre igualdad del hombre y la mujer en el orden de sucesión de los títulos nobiliarios. En efecto, establece dicha Disposición que a los expedientes administrativos y judiciales sobre títulos que estuvieran tramitándose a día 27 de julio de 2005 se aplicará ya la nueva norma que elimina la preferencia del varón, mientras que se respetarán los títulos transmitidos con anterioridad a esa fecha y en aplicación de la legislación anterior, la que sentaba la prioridad del varón.
Sobre los razonamientos de la Sentencia he de confesar humildemente –es sincera la confesión, palabra- que no entiendo nada. Pero de eso a lo mejor hablamos otro día. Por hoy, bástenos calar en el profundo y muy avanzado sentido de la ley.
Dice su Exposición de Motivos que “Actualmente la posesión de un título nobiliario no otorga ningún estatuto de privilegio, al tratarse de una distinción meramente honorífica cuyo contenido se agota en el derecho a usarlo y a protegerlo frente a terceros”. Perfecto, pero entonces me pregunto: si ostentar un título nobiliario no supone ningún privilegio o ventaja, ¿dónde estaba la discriminación contra las mujeres en la anterior preferencia del varón? El asunto es puramente simbólico y, se supone, la discriminación era también simbólica. La Exposición de Motivos, por tanto, justifica así el nuevo régimen: “Sin embargo, las normas que regulan la sucesión en los títulos nobiliarios proceden de la época histórica en que la nobleza titulada se consolidó como un estamento social privilegiado, y contienen reglas como el principio de masculinidad o preferencia del varón sin duda ajustadas a los valores del antiguo régimen, pero incompatibles con la sociedad actual en la cual las mujeres participan plenamente en la vida política, económica, cultural y social”. Bueno, pues vale; si se trata de jugar con símbolos, juguemos como se quiera, no hay problema. Mientras no nos lo creamos y no pensemos que de verdad estamos luchando contra la desigualdad y la injusticia social...
Por otro lado, me juego una cena de las caras a que el régimen temporal que establece la Disposición Transitoria Única de la citada Ley se debe a que algún jerifalte gubernamental o parlamentario se lo estaba haciendo con señora que aspiraba a título y que con esa transitoria lo logró. Bien se sabe en este país de la nobleza de ciertos gestos y de cuánto hay que tragar para conseguir algunas cosas.

29 mayo, 2007

Más sobre lo ocurrido en el Musac

Hoy aparece en el Diario de León una entrevista con Pierre Hughe, uno de los artistas que exponen en el Musac. Puede que fuera la contemplación de su obra la que, en todo o en parte, provocó los sucesos que aquí se narraron hace un par de días.
Pinche aquí y aquí si quiere usted profundizar en el arte de la prosa sobre el arte.

¿Discriminan los jueces a las divorciadas?

Ayer venía en los periódicos el nuevo record alcanzado en Gran Bretaña por una señora al divorciarse de su rico marido: obtuvo cuarenta y ocho millones de libras. Él le había ofrecido veinte millones de libras (treinta millones de euros, migajas), pero a ella le parecía poco. Los jueces, cachondillos, advierten en su sentencia de que hay que cuidarse de las que buscan novio con posibles para divorciarse luego y quedar bien forradas, pero eso no ha sido óbice para que le concediesen a ella el treinta y seis por ciento de la fortuna total de él. No es que me apene el hecho de que el hombre se haya visto de pronto sumido en la pobreza precisamente, pero este asunto ya huele a chamusquina, y no sólo en la pérfida Albión. Más de uno conozco yo en nuestros lares que se ha quedado a dos velas porque su ex se lleva un considerable pellizco de sus magros emolumentos. Aun a riesgo de que caigan sobre un servidor las iras de los ordeñadores de la corrección política y de los tópicos al uso, me aventuro a criticar un rato esa práctica, que a lo mejor es discriminatoria para las mujeres, incluso.
Las señora Charman, que así se llama la ricachona inglesa, alegaba, como fundamento de sus exigencias económicas en el divorcio, el hecho de que cuando se casaron, treinta años antes, ella estuvo seis años trabajando como funcionaria y luego dejó su oficio para dedicarse a la familia y los hijos. Se puede suponer que el marido, así descargado de las labores domésticas y familiares, haya tenido más tiempo y energías para acumular millones en el negocio de los seguros al que se dedicaba. Pero, con todo y con eso, ¿no cabría utilizar algún criterio más equitativo para calcular la compensación de tan sacrificada madre y ama de casa? Se me ocurren unos cuantos, así a bote pronto:
a) Calcular cuánto habría ganado la mujer si no hubiera abandonado su trabajo, aun poniéndose en la mejor de las tesituras para ella y pensando en que hubiera llegado al máximo en su profesión, pero teniendo en cuenta su preparación y las expectativas razonables que, con optimismo pleno, podía abrigar cuando dejó su empleo. ¿Cuánto habría podido ganar como funcionaria o a qué puesto y sueldo habría podido aspirar, en el mejor de los casos, si no se hubiera quedado en casa?
b) ¿Cuánto de sacrificado e intenso fue su cometido como ama de casa y rectora de los asuntos domésticos? Visto cómo se las gastaban los Charman, no es difícil imaginar que le echaran unas buenas manos varias mucamas, un par de niñeras, un ama de llaves y algún que otro mayordomo. En suma, que cuanto mejor haya vivido la buena mujer y menos sudores le hayan costado los asuntos del hogar, tanto más se le debe descontar lo que ya disfrutó. ¿O acaso vamos a computar como trabajo doméstico el de las señoronas que están en casa -bueno, y tomando el té, en ell gimnasio...-, pero no hacen propiamente ningún trabajo doméstico? Es muy curioso que las grandes pensiones de divorcio les caen a las esposas que mejor han vivido a costa de sus maridos y sin limpiar cacas a los niños ni planchar una triste camisa. ¿Por qué ha de ser así?
c) ¿Cuánto ayudaba en casa el marido? Sospecho que el señor Charman no daría palo al agua cuando llegaba a su hogar. Pero, ¿qué pasa cuando se trata de un varón moderno que va a la compra, friega los platos, baña y acuesta a los niños, pasa el aspirador los sábados y hasta hace sus buenos pinitos en la cocina? ¿Le merece la pena al varón arrimar el hombro en la sede conyugal si al final va a tener que pagar como si nunca hubiera dado ni golpe?
Por otro lado, estamos todos muy de acuerdo en que conviene que desde el Derecho se pongan los medios para incentivar a que la mujer viva y trabaje en igualdad con el varón y para superar estereotipos sociales que ayudan a mantener la imagen de subordinación y dependencia. Cuando los jueces premian de tal manera a la mujer que deja su trabajo –o no busca uno- ¿están favoreciendo o perjudicando a las mujeres como grupo? Cuando los jueces fijan tan altas pensiones ¿practican la discriminación positiva, la negativa o la mediopensionista? Ciertas políticas de discriminación positiva, como, por ejemplo, establecer la preferencia de la mujer en ciertos concursos en caso de empate de sus méritos con los de un aspirante varón, se justifican como fomento del acceso de las mujeres al trabajo y para que se hallen en paridad con los hombres en empresas, universidades, laboratorios, etc. Perfecto. Pero, ¿no va contra esas políticas y esas filosofías el recompensar con una pensión suculenta a la mujer que prefiere quedarse en casa antes que dar el callo por las de su género en uno de esos puestos? ¿Qué pasa si un señor X en su empresa ha perdido un ascenso frente a una compañera por causa de esas políticas de promoción de la igualdad femenina y luego, en casa, pierde hasta la camiseta cuando quiere divorciarse y le toca pagar medio sueldo y medio patrimonio a su esposa que nunca quiso currar fuera y que, además, tenía dos asistentas y una "interna"? ¿Qué cara se le va a quedar al hombre cuando le cuenten que todo ello, lo uno y lo otro, se hace por mor de la igualdad entre los sexos? Pues que se opere, qué carajo. Otra salida no tiene.
Hemos oído y leído muchas veces y en bastantes sentencias que el cónyuge que no trabaja tiene derecho a mantener después del divorcio el nivel de vida alcanzado? ¿Y eso por qué? ¿No bastaría, si acaso, con que le quedara asegurado un nivel de vida simplemente digno y por un tiempo razonable, proporcional a lo que duró la convivencia y por el periodo que razonablemente pueda necesitar para ganarse la vida por sí mismo? ¿Por qué, en suma, ha de mantenerse de por vida la señora Charman tan rica, o casi, como el señor Charman? ¿Es una buena política de protección de la familia el convertirla en un negocio para uno, y a costa del otro, cuando el amor se acaba? ¿Y si se acabó porque ese cónyuge se puso insoportable? ¿Se debe pagar lo mismo? ¿Por qué debe el Derecho otorgar un seguro de (buena) vida al divorciado o divorciada que no trabajaba fuera de casa y no cubre en cambio y con igual generosidad otras “desgracias”?
En resumen, ¿no se habría hecho justicia sobrada adjudicándole a la señora Charman dos o tres milloncejos de libras, para ir tirando mientras se le pasa el disgusto y busca una casa de sólo quinientos metros? Ya con eso habría quedado estupendamente pagado su ingente trabajo y su sacrificio como ama de casa y entregadísima esposa. ¿No tiene cierta guasa echar cuentas de a cuanto le ha salido cada semana que se quedó en casa? ¿No se ofende de ese modo, no se falta al respeto a las de su promoción que siguieron en su puesto de funcionarias por no haber topado con novio tan rico o, mejor aún, por haber querido mantenerse como personas independientes incluso dentro del matrimonio?
No sé, creo que hoy me he levantado demasiado feminista. Que me disculpen, pues, las machistas, pero mi solidaridad con las damas me lleva a detestar ese mensaje que los jueces nos transmiten: si eres mujer y tu marido es rico, quédate en casa, no seas tonta.

28 mayo, 2007

E(l/r)ecciones

Estoy seco, ago(s)tado, exprimido, lelo. Y con esas ganas de fumar que te asaltan cuando estás desganado. Para colmo, no acabo de recuperarme de la visita al Musac de hace unos días y de la impresión por los acontecimientos que allí se vivieron. En resumen, que no se me ocurre nada que escribir hoy aquí, por lo que no me quedará más remedio que comentar las elecciones de ayer, que ya ves qué tema y qué emoción más grande.
Algunas cosas van quedando claras. Por ejemplo, que vota muy poquito más de la mitad de la gente. Si a los que se abstienen sumamos otro buen puñado de electores que votan en blanco, nos sale eso, que son muy pocos más de la mitad los que toman partido. Los que toman por el partido. Por cierto, qué difícil es ver en los periódicos digitales el índice de participación, y más difícil aún conocer el número o porcentaje total de votos en blanco.
Curiosamente, la participación total es casi cuatro puntos porcentuales más alta en las autonómicas que en las municipales, lo que tal vez se explique porque no había elecciones autonómicas en Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía, comunidades fuertemente abstencionistas. Ya se sabe que los ricos son perezosos; o que lo de ir a votar es cosa de pobretones sin identidad nacional ni perro que les ladre.
Pues de ese cincenta por ciento -poco más- de ciudadanos que se animaron a echar la papeleta por alguien, poco menos de la mitad votaron por el PP y otros tantos por el PSOE. De lo que se colige lo siguiente: una cuarta parte de los españoles es del PP aunque diluvie y otra cuarta parte del PSOE aunque caigan chuzos de punta. Y esa adscripción no la cambia ni un terremoto ni nada que hagan o digan (o deshagan o callen) los candidatos de un partido y del otro. Son convicciones firmes, pues se parecen a las que mueven a las hinchadas de los grandes equipos de fútbol. Puede Zapatero hacer lo que le dé la gana, que esos incondicionales lo van a votar aunque rebuzne. Y si el que rebuzna y se echa al monte es Rajoy, tres cuartos de lo mismo.
Ah, ¿que también hay gente que votó por IU, por ejemplo? Puede ser. Pero, entonces, ¿por qué cuentan desde ya como alcaldías seguras del PSOE aquellas que puede controlar ese partido o agrupación independiente?
¿Y la otra gente, la que no vota o vota en blanco? Pues seguramente a ésos tampoco los va a apear nadie de sus trece, salvo que haya un atentado gordo el día antes de la jornada de reflexión. Pero, a falta de tal –por fortuna-, apartan de sí el cáliz de tener que pronunciarse por Rajoy o Zapatero, que para ellos tanto montan.
Con todo esto uno se pregunta: ¿para qué se hacen las campañas electorales? No quisiera pecar de exagerado, pero apostaría a que nada de lo que haga o diga en la campaña este o aquel partido hace que cambie el voto –o la decisión de no votar o de votar en blanco- ni un dos por ciento de la gente. Entonces, ¿por qué no se hacen campañas de un par de días, como máximo? Para colmo, los únicos que podrían ganar algo, que son los bancos que dan créditos para pagar tanta foto, tanto salón y tantos viajes, acaban quedándose a dos velas, pues los partidos no tienen la costumbre de pagar sus deudas, sólo faltaba. Aunque, bien pensado, puede que los bancos ganen igual.
Eso sí, qué contentísimos están hoy todos. Tan monos.

27 mayo, 2007

Historia con mucho arte que ocurrió en un museo.

Hace tres días estuve en el MUSAC, reciente y ya muy prestigioso museo de arte contemporáneo en León, ciudad que merece ser conocida por algo más que por haber parido un ratón. Al llegar vi a un puñado de gente que comentaba algo excitadamente. Me acerqué por ver qué había ocurrido y di con un viejo conocido, quien me narró la siguiente historia sobre lo que acababa de pasar.
Un grupo de veinteañeros con aspecto de pertenecer a alguna asociación cultural estaba visitando el Museo y contemplando las sorprendentes obras que seguramente no es necesario que aquí describamos. Previamente les habían dado una charla sobre fundamentos del arte de nuestro tiempo, para ponerlos en situación y que no comenzasen con la cháchara habitual de esto es una tomadura de pelo, mi hermano de cinco años hace cosas más interesantes o qué morro le echa el personal y de quién será primo este genio. Parece que el especialista que les habló dominaba la materia o, al menos, esa nueva rama de la oratoria consistente en persuadir con maña a públicos variados de que esa caja de cerillas pisoteada que hay en medio de un recinto enorme y por lo demás vacío, es un alegato conceptual contra el fetichismo del objeto artístico y una liberación de la obra de las compulsiones del marco impuesto a modo de jaula o mordaza, etc., etc. Debía de ser bueno el conferenciante, digo, pues los jóvenes acabaron fuertemente motivados y dispuestos a sumergirse de pleno en eso que el expositor llamó un aquelarre hermenéutico mediado por la reducción eidética de la cotidianeidad como fuente de experiencias estéticas tan aleatorias como inconscientes.
A continuación comenzó una visita por los espacios del Museo, donde tenían lugar cuatro exposiciones. En la primera, una sala vacía albergaba un televisor no muy grande puesto en el suelo y en cuya pantalla una señora pelaba y picaba cebollas sin parar, con una sonrisa en la boca. Del aparato no salía ningún sonido, pero en toda la sala se escuchaba el ruido de un tenue goteo, plac, plac, plac. La guía iba diciendo que el artista, un australiano de Sydney que ahora vivía en Las Vegas y que era cofundador de una corriente llamada PlacArt, muy influyente en círculos minoritarios de la nueva texturalidad nórdica, había querido provocar en el espectador de su instalación una disociación entre sus recuerdos y sus reconstrucciones conscientes de la realidad, por un lado, y, por otro, una recomposición de su autopercepción como ser-en-el-mundo que se reinventa cuando tiene que adaptarse a figuraciones no convencionales. Y que ese efecto se lograba por el hecho de que la señora que pelaba cebollas sonreía en lugar de llorar y por la circunstancia de que el goteo se percibiera en una sala donde no había rastro de agua ni humedad ninguna.
Los jóvenes seguían atentos a la guía y parecía que se tomaban muy en serio sus elucubraciones sobre el sentido de cada obra o montaje. Y así llegaron a otra sala donde un artista canario, Paco Mancuerna, había preparado una instalación (no estoy seguro de si ésa es la denominación adecuada y de si fue así como mi amigo la llamó) en la que ocurría lo siguiente. La pared que quedaba enfrente de la entrada de la sala era un gran espejo en el que inevitablemente comenzaba a mirarse cada uno que allí llegaba. Una cámara oculta en la misma pared iba grabando esas miradas y esas posturas y proyectando tales imágenes sobre el techo con un retraso de unos diez segundos. Allí la guía hizo saber a los presentes de que el propósito del creador no era otro que el de ayudar a caer en la cuenta de que nuestra vida no es sino un sucederse de imágenes que, con ser nuestras, no toman realidad ni adquieren capacidad de influjo, y no digamos posibilidad de perduración, mientras no se reflejan en algo, un río, un espejo, los ojos del que nos mira, incluso. Y que los modernos medios de reproducción de imágenes tienen un efecto dislocador de la realidad, pues pueden detenerse en una imagen, multiplicarla, retocarla, etc. y, de esa manera, vamos perdiendo la propiedad sobre nuestra figura, esencia de nuestro ser, aprendemos a interactuar con esas imágenes congeladas, administradas, procesadas, y acabamos incapacitados para diferenciar lo real y lo irreal en los acontecimientos que nos rodean, lo que es espontáneo y lo que está preparado, lo crudo y lo cocido (según mi amigo, hombre leído, la guía parafraseó el famoso título de Lévi-Strauss, no se sabe si por propia iniciativa o porque tal asociación era idea del autor mismo de la instalación).
Terminada esa parte de la explicación, los miembros de ese grupo comenzaron a gesticular y a componer distintas posturas ante el espejo-cámara, al tiempo que echaban vistazos a ese techo que los mostraba con un retardo de pocos segundos. En una de éstas entró en la sala Manolín Pirolas. Esto merece una mínima aclaración sobre el personaje. Manolín Pirolas es un loco inofensivo que vive en el barrio de San Mamés y que es muy conocido de los parroquianos que después del atardecer frecuentan los bares y garitos de la zona. Sin embargo, veleidades artísticas o aficiones museísticas no se le atribuían hasta el momento. Se ve, por lo que mi amigo me dijo y ahora voy a contar aquí, que tampoco sabían nada de él los muchachos que se encontraban en aquella sala.
El apelativo de Manolín Pirolas no es gratuito ni caprichoso, como nada que haga el pueblo por su cuenta y riesgo y sin necesidad de semiólogos ni críticos de arte. El hombre, que, por cierto, rondará los cincuenta años, se llama Manuel, dicen –y parece que dicen bien- que está pirado y en cuanto se toma dos vasos de vino tiene la obsesión de ir sacándose el miembro viril nada más que ve reunidas a más de cuatro o cinco personas, y ya se sabe –y, si no, aquí lo aclaro yo- que en estas tierras algunos al pene lo llaman familiarmente pirula.
Pues apareció Manolín en el lugar, se supone que bien aprovisionado de morapio para sus adentros, y al ver aquel grupo de gente cuya imagen multiplicaba un espejo y una pantalla debió de pensar que era la ocasión de su vida, el instante esperado para el supremo lucimiento de su arte. Y se sacó el pene enfrente del espejo con una sonrisa de oreja a oreja y jugando con él ante la vista de todos como si fuera un trozo de goma flexible o cosa así. Los presentes quedaron un buen rato sumidos en la perplejidad. Para colmo, la guía en ese momento había salido y nada pudo explicarles. Y las explicaciones no eran ociosas pues, pasado el pasmo del primer instante, a unos cuantos se les vino a la cabeza buena parte de lo que allí mismo, en el Museo, habían estado oyendo ese día: que si en el arte más actual es esencial la interacción, que si el nuevo artista busca provocar en el espectador el shock y la sorpresa, que si ya no se trataba de acumular meras impresiones sensoriales de colores y formas, sino de esculpir, como si dijéramos, las experiencias, de construir paréntesis experimentales sin prólogo ni previo aviso para que, al sentirse el espectador sumido en un mundo que en cierto modo es virtual y provisional, pero plenamente dotado de conciencia y materialidad, prescinda por un instante de prejuicios, represiones, tabúes y cálculos y se lance a interactuar y a moldear por sí mismo y junto con los otros esa vivencia que, de pronto, se ha tornado tan sorprendente como libre y maleable a discreción. Estas cosas y otras similares debieron de recordar y parece que fueron unos cuantos los que llegaron al mismo tiempo a idéntica conclusión: aquel señor que se había sacado el colgajo y enredaba con él con beatífica expresión era sin duda parte de la obra que contemplaban o en la que, por mejor decir, habían pasado a estar insertos. Ninguno era del barrio de Manolín Pirolas ni lo conocía de nada, por lo que la confusión resulta bien comprensible. Súmese a esto la circunstancia de que en los carteles que anunciaban esta exposición de Paco Mancuerna la cara de éste aparecía completamente cubierta por una gran mancha roja que podría interpretarse como sangre, al tiempo que a la altura de las orejas alzaba las manos con todos los dedos separados y un ojo dibujado en la yema de cada uno, ojos que lloraban, ojos sanguinolentos, ojos heridos, distintos tipos de ojos, todos con su toque dramático. O sea, que no sabían cómo eran la cara y la pinta del artista y tomaron por tal al pobre Pirolas.
No se sabe quién empezó primero, pero a cada uno, o a la gran mayoría, les debió de atacar en el mismo momento el temor de que los demás pensaran de él que no está capacitado para comprender las incitaciones del arte de hoy o que no es capaz de librarse de sus apriorismos y sus temores para abandonarse a esa interacción a la que tan retadoramente se lo invita y una vez que, quiéralo o no, ha dejado de ser puro espectador de la obra y se ha tornado parte de ella, al tiempo que la obra misma entra en su propia vida en el nivel de experiencia singular que interrumpe rutinas previstas. Total, que al poco rato estaban la mayoría de los varones presentes con su pene al aire y muchas de las chicas se habían levantado la camiseta y se quitaban el sujetador, todo entre risas y exclamaciones de sorpresa y emoción y ante los ojos atónitos de Manolín Pirolas, que no sabía qué pensar, si es que había alcanzado de sopetón el paraíso tanto tiempo soñado o si una banda de gandules con mala fe intentaba burlarse de él. Más por salir de dudas que por cualquier otra cosa, decidió Manolín pasar a mayores, se abalanzó babeante sobre los senos de una matrona rubicunda y empezó a atizarles lametones, al tiempo que con la mano izquierda tomaba el pito de un mozalbete que caía a su lado y se ponía a menearlo como si en ello le fuera la vida. El así aprehendido se quedó rígido -me refiero al muchacho-, a punto de perder la confianza en su propia capacidad para estar a la altura de un arte de tanta hondura y temeroso de echar a perder lo que seguramente constituía el clímax de aquella exposición de Paco Mancuerna, que mira que ya es suerte que le haya coincidido a uno precisamente esta ocasión excepcional. Así que se quedó el hombre quieto y más acobardado que propiamente sumiso, pero sin atreverse a apartarle a Manolín la mano ni a proferir protesta de ningún tipo. Por contra, la amplia rubia de los grandes pechos sonreía y gozaba en pleno trance estético, soñando de pronto con convertirse en musa de Paco Mancuerna, protagonista de los happenings que habrán de hacer historia del arte y vete a saber si artista ella misma, pues llegado el arte a estos vericuetos de la experimentación, la interacción y el desafío de las reglas sociales, tenía ella un par de ideas que podían rendir fruto más que satisfactorio. Manolín lamía y sorbía como un poseso y a la rubia se le iban los ojos al techo, no sólo por la emoción sino porque gustaba de contemplarse en aquella gran pantalla y gozar de la obra con tanta plenitud y de esa manera multifuncional y polimorfa.
Grande fue el tumulto que se organizó en apenas un minuto y apareció una vigilante del Museo que, tras quedarse petrificada sus buenos segundos, pensó que lo que estaba sucediendo allí era un delito o, como mínimo, una colosal gamberrada. Se puso a vocear “señores, por favor, señores, por favor, salgan y no me obliguen a llamar a la policía”, sin que se le pasara por la imaginación ni una sola vez que pudiera ser lo allí representado parte de la representación buscada por el artista, etc., etc. A ella no se le ocurrió tal cosa de los demás, pero los otros sí lo pensaron de ella y la tomaron por otro de los personajes que, bajo la sabia batuta de Paco Mancuerna, trataban de forzar hasta el extremo la tensión dialéctica entre lo previsible y lo imprevisto, entre lo organizado y lo espontáneo, entre la regla y la excepción que se reglamenta para acabar de nuevo chocando con la excepción. Y así. De modo que unos cuantos de los que ya no sabían muy bien qué hacer con sus vergüenzas al aire, pues no se sentían tan osados como el artista, Manolín, y no se habían lanzado sobre parte alguna de sus compañeras semidesnudas, pensaron que con aquella compañera del artista todo sería más propio y natural y allá se fueron llenos de manos a buscarle las curvas y los abultamientos. Cuanto más gritaba ella, atrapada en aquella red de brazos y jadeos, más se convencían todos de que la pareja de artistas estaba forzando la situación para que pronto estallara en un fogonazo lúdico y en un espasmo trascendental.
Nada había estallado aún cuando llegó la policía, aunque eran ya dos o tres las parejas que se habían animado a copular en los rincones, mientras la vigilante se había desmayado, Manolín había perdido el pene que tenía asido y se había concentrado exclusivamente en las ubres de la dama y ésta se sentía levitar y daba gracias a Dios por esta vocación artística que tan inesperadamente la estaba invadiendo toda. Llegó la policía porque un muy alarmado portero la había llamado antes de correr a esconderse en los baños por lo que interpretó el principio de una revolución peligrosa o el indicio primero de la rebelión de algún grupo de desalmados contra el sistema y la globalización. Fueron los policías sacando uno a uno a los concurrentes, comenzando por un muy feliz Manolín, al que conocían de sobra, y se los iban llevando a la comisaría para declarar y poner sobre papel lo acontecido. Casi todos los así trasladados tardaron un buen tiempo en convencerse de que en verdad eran policías los policías y, aun así, alguno siguió pensando que era tan absolutamente prodigioso este montaje que hasta a la policía había conseguido implicar en la obra el muy genial Paco Mancuerna, del que ya casi todos creían para entonces que era hombre destinado a dejar en nada el recuerdo de un Duchamp, un Braque o un Brancusi, por mencionar sólo unos pocos de los que se les iban pasando por la cabeza.
Parece ser que por allí andaba un afamado crítico internacional de arte, Jeremias Stanton, profesor en Yale y conocido sobre todo por las lúcidas crónicas que en un par de las más prestigiosas revistas mundiales firmaba cada tanto para glosar las exposiciones de más relieve o la actividad de los museos punteros en las cosas del arte de ahora mismo. Entre lo que vio y lo que fue averiguando con su elemental castellano, acabó el bueno de Jeremias por alcanzar su propio trance. En efecto, tanto en una reciente monografía titulada The Pervasive Art and the Mental Contraction como en un par de artículos publicados en la Monthly Review of Transterritorial Art (MORETRA), venía este profesor y reputado crítico sosteniendo que el arte tenía que romper su ensimismamiento e incrustarse en la vida, de modo tal que no hubiera un público que contemplara las obras artísticas, sino obras artísticas que se apropiaran del público, lo pulieran y lo configuraran a su modo hasta llegar a poseerlo y a privarlo tan fuertemente de sus defensas y de su propia identidad que acabaran los sujetos siendo puro arte, pero arte fungible y arte por el arte, sin trascendencia ni pretensión de perdurabilidad. Y, ante lo que allí había pasado, comenzó a gritar como un poseso “ha ocurrido, ha ocurrido, cambia un paradigma, comienza una nueva era y yo tenía razón, yo tenía razón”.
Hasta aquí lo que aquella tarde de hace dos días me narró mi amigo. Confieso que el asunto despertó mi curiosidad y me propuse prestar atención a los acontecimientos venideros. Así que ayer a primera hora me hice con los dos periódicos de la ciudad para ver cómo trataban la noticia. La impresión es que los redactores habían tenido serios problemas para construir una versión verosímil de lo acontecido en el Museo y se demoraban en recoger versiones e interpretaciones de los hechos radicalmente contradictorias, aun narradas por sus propios protagonistas. Más claras tenían las ideas un par de profesores locales que publicaban sendos artículos en los diarios. En el más conservador escribió uno de ellos una tribuna titulada “Los riesgos del arte contemporáneo. Elementos para una reflexión urgente”. En las páginas del periódico más progresista el artículo del otro profesor se titulaba “El arte contemporáneo como catalizador. Que no se pare la historia”. Así que, por lo que sé y lo que puedo suponer, ayer se comentó mucho el incidente tanto en las peluquerías como en los departamentos universitarios de letras, pero sin que un guión único de los hechos o una valoración clara de los mismos llegaran a imponerse.
Sí he podido saber hoy mismo, hace apenas una hora, que en estos dos días transcurridos desde lo sucedido las visitas al Museo se han multiplicado por diez y que son muchas las personas, no todas jóvenes, que se hacen fotos en la sala de autos en actitudes provocativas o amagando que se quitan sus ropas. El director del Museo, Eliseo Gómez von Stammtisch, declaraba este mediodía en los informativos locales que se siente muy satisfecho por esta inyección de vitalidad para el Centro y que se confirma que gracias a los nuevos artistas se han rebasado definitivamente los límites entre realidad y ficción y todos podemos alcanzar una plenitud vital que no está reñida con el saber de lo transitorio de nuestro paso por esta obra colectiva que es la sociedad, al fin y al cabo.
De Manolín Pirolas ha saltado la noticia de que el profesor Jeremias Stanton se lo quiere llevar a Norteamérica por ser la encarnación de un nuevo arte en el que el autor no se sabe dueño de la obra pero la determina por encima de cualquier otro propósito individual o colectivo. Al que todos andan buscando desesperadamente, hasta ahora sin éxito, es a Paco Mancuerna, del que comienza a correrse el rumor de que propiamente no existe. Hay quien mantiene que es el alter ego, la otra personalidad de Manolín Pirolas, quien, de un modo u otro, se está convirtiendo en uno de los personajes más prometedores del panorama cultural leonés.
Informaré aquí mismo en días sucesivos de cualquier novedad que sobre el tema surja.

24 mayo, 2007

Democracia chocarrera

Una buena manera de acabar con la democracia debe de ser (pseudo)democratizarlo todo. Podemos jugar a votar lo que nos dé la gana, pero no conviene que confundamos el culo con las témporas, y me temo que a eso nos están induciendo. La democracia, la decisión mayoritaria por la vía del voto libre, no es un procedimiento ni para averiguar verdades ni para establecer dónde se hallan el bien o la justicia, sino una manera de apañarse para decidir quién gobierna en cada tiempo, de modo que lo haga el que moleste a la menos gente posible, aquel cuyo programa y cuyas propuestas gocen de mayor sintonía con los electores. Simplemente eso y nada más que eso. Pero el que gana unas elecciones no es por eso ni más listo ni más sabio ni más guapo ni nada por el estilo.

Votar para otros menesteres puede ser un juego entretenido, pero conviene que a las cosas se las llame por su nombre. Si se organiza aquí una votación popular para establecer cuál de los dioses tan verdaderos y poderosos es el dios más verdadero, capaz y estupendo, va a ganar por goleada el dios de los cristianos. Ergo, ése es el dios fetén. Pues no, mire usted, es el que obtuvo más votos allí donde se organizó semejante certamen chorras. Si preguntamos a los “electores” si es mejor cantante la Netrebko, que tanto apasiona a mi amigo Sosa, o Rosa, la de Operación Triunfo, ésta va a ganar por goleada. El ganar una votación no da la razón en nada, sólo significa ganar una votación. Cuando se trata de decidir a quién le va a corresponder mandarnos, bien está, por lo ya dicho; pero sería una suprema mentecatez decidir por mayoría y con llamadas a un 902 o con sms quién debe dirigir un instituto de investigación contra el cáncer o a quién ha de corresponderle el próximo premio Nobel de física. Aunque todo se andará; si no, al tiempo.

Pero ahora está de moda lo de organizar concursos "democráticos" para cualquier estupidez y, de paso, siempre se hace un poco de negocio a costa de los lerdos que se toman en serio tales pasatiempos. El último invento ha sido ése de preguntar cuál es el personaje más importante de la historia de España. Manda narices. Aquí casi nadie tiene ni pajolera idea de la historia de España ni de nada que no sea fútbol y encamamientos de pago, y, de propina, ya se ocupan las reformas educativas de que no caigamos en la tentación de conocer un pasado sin adulteración y simplezas para imbéciles, pero ahora resulta que tenemos que establecer entre todos qué personaje histórico mola más y fue más relevante. Y, cómo no, pasa lo que pasa, y se pasa mucha vergüenza. Vean qué resultados. El español más importante, fundamental, decisivo y todo lo que queramos decir, nuestro rey de oros, Juan Carlos I. Ahí lo tienen, sin despeinarse. En cuarto lugar, su señora, doña Sofía, otra sin cuya aportación este país no sería ni su sombra y continuaría en la edad de piedra. Como somos seres sumamente familiares los parroquianos de esta cosa llamada España, el séptimo puesto lo ocupa su hijo, el Príncipe Felipe, sólo un peldaño por debajo de Ramón y Cajal, al que imagino que mucha gente apoyó porque no hay ciudad ni villorrio que no le dedique una calle. Ya se sabe que, para que te conozcan, o tienes calle o sales en la tele aunque sea tocando(te) las maracas. Y qué me dicen del puesto quince, ocupado por Letizia, Doña, sólo un lugar por debajo de Zapatero, que estará que trina, supongo. Su abuelo no ha sacado ningún voto, para más inri.

Para seguir con esta crónica de lo profundo que es el sentido histórico de los españoles (o al menos de los que ven la tele y entran al trapo), basta reparar en que el puesto veinticuatro lo ocupa Miguel Indurain, el cuarenta Pau Gasol, el veintiséis Lola Flores, el treinta y dos Isabel Pantoja y el cuarenta y uno David Bisbal.

No hay que dar a las anécdotas más importancia de la que tienen ni merece la pena perderse en interpretaciones de este tipo de bobadas inducidas por la caja tonta, pero creo que un par de cosillas sí cabe resaltar, aparte del hecho, obvio, de que muchas encuestas del CIS cada día se parecen más a estos camelos de la tele. Una, lo que podemos llamar el presentismo de la ciudadanía. Un tanto por ciento altísimo de la gente que votó a Bisbal o a Letizia, por ejemplo, sería incapaz de nombrar un solo personaje de la historia de este país que no sea de su pueblo o pariente suyo, o que no salga en la tele esta temporada. Así que vaya usted a contarle a ese personal polémicas doctrinales sobre cuándo aparece el concepto de España o qué significaron los Reyes Católicos o qué ocurrió en la Primera o la Segunda República o quién fue y qué hizo Franco. A dos velas. La humanidad comenzó con Jesulín de Ubrique o poco antes, y la historia de España con Butragueño.

La otra cosa es que semejantes concursetes son una buena manera de trivializar el voto y de acostumbrar a la gente a mezclar churras con merinas. Nada de información, nada de reflexión, nada de análisis ni debate, sólo el jijí-jajá y significa lo mismo cuando voto el domingo en las municipales que cuando llamo a Mira quién baila para salvar a no sé qué caimán que mueve bien el trasero al danzar un chachachá. Y por esa razón los políticos, para tener éxito electoral, tienen cada vez que menear mejor la cintura y sonreír de la manera más postiza y bobalicona. ¿Ideas?, ¿programas?, ¿conocimientos? Vade retro.

Seré un exagerado o estaré sufriendo hoy el enésimo ataque de elitismo ramplón, pero estos programas “democráticos” sí que me parecen pornografía de la mala, perjudiciales para la salud individual y colectiva. Y pensar que esto se emite en abierto sin que nadie proteste o se preocupe de que puedan verlo los niños... Qué grima. Cuánto más formativa, beneficiosa y sana sería una buena porno de las auténticas, créanme.

Un último dato. Según cuentan los periódios, el programa en cuestión, titulado "El español de la historia", lo vieron dos millones de personas. Dos millones. Si tantas moscas van...

Oratoria parlamentaria. Por Francisco Sosa Wagner

Cae en mis manos un libro de retórica parlamentaria publicado por uno de los Parlamentos regionales cuyo objeto es conseguir que los diputados argumenten con sindéresis y se expresen con rigor y acierto léxico y gramatical. El uso de las preposiciones, de los neologismos, de formas dialectales, los recursos oratorios, los silogismos, todo se halla tratado en esta obra con ejemplos sacados del Diario de sesiones: aquí se reprime a un diputado por no saber distinguir entre “debe ser” y “debe de ser”, es decir, entre la obligación y la posibilidad, y allí a otro que descuida las terminaciones en “ado” o emplea rimas internas o a quien, para referirse al tiempo adverso ofavorable, alude a la “climatología”.

No extraña este esfuerzo porque lo cierto es que en España se ha producido un fenómeno bien curioso: a mayor número de parlamentos -tenemos diecisiete más las Cortes generales-, menor número de parlamentarios. Quiero decir de parlamentarios que sepan expresarse, pronunciar discursos, tejer argumentos en la tribuna... ganarse el sueldo en suma labrando el lenguaje y confeccionando oraciones consistentes.

En el siglo XIX ocurría justo lo contrario: solo había un parlamento pero había muchos parlamentarios. No soy un “laudator temporis acti”, es decir, no creo que cualquier tiempo pasado fue mejor porque, en realidad, fue bastante peor, pero es cierto que aquel siglo dio buenos oradores capaces de pronunciar en la tribuna discursos macizos, a veces llenos de ingenio, siempre espolvoreados con referencias cultas que demostraban que quien hablaba tenía lecturas y frecuentaba a los clásicos. Se suele citar a Castelar pero este ejemplo es tópico y además Castelar no lo invocaría yo entre los más afortunados. Hay otros personajes que fueron grandes tribunos y van desde el divino Argüelles hasta Alcalá Zamora pasando por Posada Herrera. Azaña, Prieto y Lerroux fueron magníficos parlamentarios y dejaban prendida con la fuerza de su verbo a la clientela que les escuchaba. Y eran buenos tanto en las Cortes como en el mítin.

Claro que a lo mejor se debía a que tenían algo que decir. Bien pensado es probable que estos hombres discursearan con acierto porque sabían qué querían transmitir y, si daban con las palabras exactas, es porque traían en su morral unos cuantos proyectos madurados a base de darles vueltas en el magín. Así es fácil hablar desde una tribuna parlamentaria.

Lo de hoy es de mayor merecimiento pues son capaces de subir al estrado sin un pensamiento propio al que poder administrarle unos cuantos mimos. Convengamos en que tiene su mérito la oratoria por la oratoria. Pronunciar discursos banales, montar un desfile de palabras, pasear una cabalgata de tópicos y organizar un festival de lugares comunes no es empresa fácil.

Junto al discurso parlamentario, otra modalidad de la oratoria es la del mítin. A mí me gusta mucho el mítin. Es verdad que está muy desprestigiado porque -según sostienen gentes cultas- el mítin es ese lugar convertido en la bazofia de la democracia, un escenario del que se ha adueñado el insulto o la gracieta chocarrera, un altar erigido a la zafiedad. Y lo peor -siguen laméntandose estos pedantes- es que los oyentes aplauden a rabiar y hasta jalean al orador con piropos.

A mí, sin embargo, me parece una conducta lógica y de la misma forma que un torero para triunfar en la corrida se lleva a la plaza su propio toro y el médico afamado tiene sus propios enfermos que no cambiaría por nada del mundo pues padecen dolencias de confianza, el político con raza tiene a su propio público, que va de la ceca a la meca celebrando sus ocurrencias. ¿O es que un profesor puede tener sus alumnos y un director de banco sus clientes y, sin embargo, un concejal no puede disponer de sus incondicionales para echarles una soflama?

Seamos justos: a cada uno lo suyo. Y además nada más tierno que ver al diputado que contrae el voto de discursear -en familia- a quien le vota.

23 mayo, 2007

Divinos divertimentos

Que me perdonen los dioses (y sus fieles sobre todo, y especialmente los amigos), pero esto no hay por dónde cogerlo. Uno, que es ateo tranquilo y que no gusta de gastar la pólvora en salvas, habiendo, como hay, tanto malandrín terrenal al que zumbarle, da por buenas sin mayores meditaciones teologías, teogonías y teodiceas, con la sola condición de que lo dejen en paz a su bola y con sus cosas, hoy tomándose una cervecita mientras ve un partido de fútbol, mañana zampándose una chuleta de cerdo o de toro y pasado practicando el sexo con la pareja de la manera y en la postura que le parezca más antinatural y pecaminosa al cura de turno, en su inexperiencia alimentada de códices y manías de beduinos o pastores arameos.
Pero es que las cosas llegan a un punto en que ya dan ganas de decir algo, por una vez. Asumamos que hay un Dios (o varios, o una pandilla de ellos) que creó el mundo y puso cada chisme en condiciones de funcionar. Demos por sentado incluso, si no es tanto pecado como para que puedan quemarlo a uno por semejantes especulaciones, que se aburría como una ostra y que se deleitó con el juguete hasta el punto de complicar bastante su funcionamiento. Bien, lo que se quiera, pero un tipo que es capaz de organizar una movida así no puede ser tonto del todo. Sólo los bobalicones se quedan colgados de los detalles más irrelevantes y si Dios existiera no podría ser bobalicón, digo yo, y creo que digo bien.
Por otro lado, un constructor tan esmerado y diestro de tan prodigiosos artilugios y resortes como los que, mismamente, adornan el cuerpo humano, no habrá querido montar tanta virguería para nada, para luego andar todo el día con esto no lo uses, aquello no lo toques, por aquel agujero no te metas, ese humor no lo viertas acá o acullá... Diablos (con perdón), si lo que quería era legislar que se hubiera hecho unas tablas de la ley para Él solo, que para eso tendrá también su conciencia autónoma -más autónoma que ninguna, se supone- y podrá prohibirse cosas. Si lo que buscaba eran esclavos y esbirros, que se hubiera construido soldaditos de plomo y no estos seres, nosotros, a los que se dice libres pero se les tocan las narices con vetos y amenazas que no tienen más razón de ser que la de probar si su paciencia y su estulticia son mayores que su inteligencia.
Porque vamos a ver, ¿alguien que crea en un Dios medianamente majo y tratable y del que se pueda pensar que de verdad montó todo esto y no es un impostor que se lleva méritos ajenos, puede explicar cómo es posible que la mayor parte de las religiones gasten las energías en tamaña lista de chorradas? ¿De verdad que se honra a Dios pensando que puede ser verdad que Él –o sus delegados, intérpretes, managers o matarifes autorizados- pierde el tiempo –aunque lo tenga todo, por ser eterno; aun así- en prohibir a éstos o a aquéllos comer cerdo, carne no sé qué viernes –marisco se puede, tranquilos todos-, matar vacas –aunque se muera de hambre todo dios-, tener perro en casa, beberse una botellita de vino tinto, tocarse la pilila o el chichi (a uno mismo o a quien esté igualmente por la labor) sin haber pasado por cierto rito y un porrón de juramentos, mirar con deseo la obra divina de un cuerpo ajeno o... mezclar en una chaqueta lino y algodón? Por Dios, hombre, por Dios; un respeto para Dios. Yo ni siquiera digo que Dios no exista, me abstengo todo lo que haga falta. Sólo que, si existe, no puede ser así. Y que, si es así, hay que ir pensando en organizar elecciones.
Me viene todo esto a mi cabeza pecaminosa al leer la noticia de que Zara se ha metido en Israel en un lío y va a tener que indemnizar a no sé cuántos porque ha vendido prendas de vestir masculinas en las que se mezcla lino y algodón, cosa que, al parecer, para judíos ortodoxos y en opinión de los rabinos que tienen acceso a las grandes verdades (?) de esa fe, es un pecado de no te menees, pues a Yahvé, por lo visto, le dio en su momento por prohibir la “ropa híbrida”. Tendría un día torcido, yo qué sé.
El caso es que vaya tela. Así está la cosa divina. Y luego nos quejamos de nuestros políticos. ¿Qué se puede esperar? Cómo no le va a gustar a la Salgado andar prohbiendo cosas. Se siente como Dios la tía.

22 mayo, 2007

Si no quieres taza...

Como hoy va de citas de pluma ajena, dejo estas dos, tomadas del ABC (ahjjjj, vade retro) de ayer, lunes 21:
Hermann Terch:
"Lo extraordinario es que esta sociedad española que supuestamente se movilizó contra supuestas mentiras hoy no reacciona ante la mentira como único sistema de comunicación de un Gobierno con sus gobernados. En cuestiones del llamado «proceso de paz», pero no sólo en este, se ha producido un fenómeno extraordinario en el que los partidarios de Zapatero y sus pretorianos asumen que éstos les mienten pero lo justifican y defienden".
Juan Manuel de Prada:

"Todavía hay quienes, errando el diagnóstico, siguen empleando la etiqueta burlona de «presidente por accidente» para referirse a Zapatero, como si el susodicho fuese una especie de meteorito que aterrizó en la vida pública española llegado del espacio exterior. Nada más alejado de la realidad: Zapatero es la quintaesencia de la sociedad española, su expresión más nítida, su emblema más representativo. Zapatero es el producto de la sociedad española: dimisionario, claudicante, dispuesto a vender su primogenitura por un plato de lentejas, dispuesto a comprometer lo que haga falta con tal de espantar las preocupaciones que sólo admiten una solución enérgica y mantenerse aferrado a la poltrona, náufrago del relativismo y la delicuescencia y, por supuesto, rezumante de rencor, el rencor de quienes en el fondo se avergüenzan de lo que son pero temen que se lo recuerden. Y la sociedad española, que también teme que le recuerden el estado de postración moral en que se halla, que no soporta que la distraigan de su borrachera de prosperidad, hace oídos sordos ante la vergüenza y se tapa las narices ante tanta pestilencia. Tenemos lo que nos merecemos; pero algún día no muy lejano acabará el festín, y todos estaremos para entonces rebozados de mierda".
Fin de las citas.
Ay, ay, ay, que son conservadores, que son malones, que crispan, que le hago el juego a la derecha por citarlos. ¿Saben qué? Me la suda (con perdón). Si para no hacerle el juego a la derecha (¡qué viene el coco!) hay que tragar con esta panda de impresentables que nos gobierna (en mi opinión, of course, por eso lo digo; si no lo opinara no lo diría; pero, como lo opino, lo digo, en lugar de callarlo y seguir pareciendo guay y progre a los que controlan tal denominación de origen. Es que todo hay que explicarlo, caramba), yo paso de tragar. Que venga la derecha o que venga el lucero del alba (vía urnas, eso sí). ¿O alguien piensa seriamente que podemos empeorar?

Elección de alcaldes en Alemania: sugerente experiencia. Por Francisco Sosa Wagner

Nuestro amigo Francisco Sosa publica hoy en El Mundo el articulo que a continuación copio, tan interesante como siempre. Se imagina uno a los políticos de por aquí mirando para otro lado y poniendo cara de no sabe-no contesta al leer reflexiones como ésta.


Elección de alcaldes en Alemania: sugerente experiencia.

Francisco Sosa Wagner

Para juzgar la calidad de una democracia se impone examinar sus componentes más significativos y uno de ellos es, sin duda, la elección de los alcaldes. Pocos discuten que el sistema democrático español anda herido y dando tumbos, porque los partidos políticos lo degradan día a día con su afición a meterse donde les llaman y donde no; el problema radica en encontrar los correctivos y aparejar los remedios adecuados. Por eso pienso que conocer algunas experiencias extranjeras puede venir bien, quizás hasta aprendemos de ellas y algo aprovechará al cuerpo social.

En Alemania se está imponiendo, desde la última década del siglo XX, la elección directa de los alcaldes. Los Länder de Baden-Württemberg, Baviera y Hessen fueron los adelantados de una opción que, después, han seguido los demás territorios del país. En Hessen, concretamente, en un referéndum celebrado en 1991, el 82% de los votantes se pronunció a favor de esta modalidad de democracia directa.

Aunque hay diferencias entre los distintos territorios federados (en Alemania no existe una legislación local federal), este cambio relativo al modo de elegir a los primeros ediles, unido a una expansión acusada del referéndum para resolver asuntos locales, ha supuesto una renovación de trascendencia en los usos políticos y ha conducido a un parcial quebrantamiento del monopolio ejercido por los partidos a la hora de imponer sus propias opciones y sus candidatos. Tal alteración de las reglas tradicionales ha tenido una consecuencia beneficiosa y bien perceptible: la recuperación, por parte de la ciudadanía, de espacios libres del influjo partidario. Como, en general, se nos llena la boca invocando «fórmulas de progreso», creo que no hay nada mejor, en tal dirección, que reforzar el poder ciudadano: cuantos menos intermediarios tenga la democracia, mejor enderezado estará su rumbo.

Significativo es a este respecto el citado Land de Baden-Württemberg donde casi un 50% de los alcaldes no son afiliados de partido político alguno, sobre todo en municipios pequeños en los que no se necesita una organización sólida para conducir el proceso electoral. Además de significativo, es curioso que el resto de los alcaldes adopte una actitud de clara distancia respecto a sus propias formaciones, precisamente para reforzar su credibilidad: incluso se llega a ocultar la militancia partidaria en los carteles publicitarios. En este Land -heredero de un viejo reino y de un gran ducado- se han creado muchas asociaciones de electores libres que, en conjunto, se han visto remuneradas con el 42,7% de los mandatos obtenidos en las asambleas municipales, incluso de ciudades de unos 80.000 habitantes. También en Baviera -y en algunos otros Länder-, el número de alcaldes independientes ha adquirido enorme fuerza.

La resistencia a estas transformaciones siempre ha procedido de los políticos tradicionales, que han tratado y tratan de retener o recuperar los hilos de los comicios locales, uno más de los muchos palillos que componen el delicado conjunto del sistema político federal.

En Hessen, cuando se introdujo la elección directa, los candidatos eran personas activas en el municipio y en él gozaban ya de suficiente reconocimiento, de un nombre. Lo mismo puede decirse de Baviera. Sin embargo, en otros Länder, muchas veces los candidatos proceden de fuera del municipio, ya que se considera un mérito carecer de amigos -y de enemigos- en el territorio, lo que acrecienta la imparcialidad y garantiza su futura objetividad.

Con todo, es fundamental que el candidato ofrezca una imagen de cercanía al ciudadano, una absoluta predisposición a estar abierto a sus demandas y a escuchar con paciencia sus quejas, especialmente en los municipios pequeños y medianos. Por ello, durante la campaña hay mítines y otros actos políticos clásicos, pero, además, es indispensable organizar muchos encuentros directos con los votantes en los que éstos tienen ocasión de expresarse y debatir con los candidatos. En zonas rurales y en los barrios o suburbios se suele utilizar la tarde del sábado para estos fines o incluso la mañana de los domingos, tanto en espacios escogidos para ello como en aquéllos donde usualmente los ciudadanos se concentran o, simplemente, están -por ejemplo, en los jardines de sus casas cuando el tiempo es propicio-, lugares todos ellos por los que el candidato ha de pasar o debe visitar.

En la actualidad, se utilizan también, junto a estas formas de presencia y contacto físico, las páginas web y los blogs, muy útiles en las grandes aglomeraciones urbanas, al igual que el teléfono. Así, por ejemplo, se selecciona por los organizadores de las campañas un asunto concreto -guarderías, transportes, parques, escuela, etcétera-, y, después, se solicitan llamadas de los electores a los que cada candidato atiende personalmente. Es muy importante, en todas estas formas de relación, contestar fundadamente, transmitir la impresión de que se conocen los asuntos y de que se dispone de una solución razonable y razonada. Si no es así, toda la estrategia destinada a asegurar la cercanía y el interés por los problemas de los ciudadanos se malogra. Campañas consistentes en simples ataques al adversario, sin ofrecer alternativas creíbles y lógicas, son muy mal vistas por los ciudadanos, que descalifican a los políticos que cultivan tales prácticas.

Asimismo, la formación profesional juega un papel relevante: la mayoría de elegidos por estos procedimientos en Baden-Württemberg son juristas o especialistas en Administración Pública, mientras que en otros Länder, como Hessen o Baviera, se advierte una mayor diversificación profesional o laboral.

Las posibilidades de ser reelegido son altas. En general, se interpreta como una humillación que un candidato que ocupa el puesto no sea confirmado en el cargo. En las ciudades pequeñas y medianas de un Land como Hessen, el 60% de los alcaldes que se presentan a la reelección, la ganan. La participación se suele situar en torno al 50-60% en las pequeñas poblaciones, bajando ligeramente en las grandes. En algunos territorios -tal es el caso de Brandenburgo-, la elección se considera nula si no acude a votar al menos el 15% de los electores.

Todo ello se inscribe en un modelo de gobierno municipal que, como he señalado al principio, es muy variado en Alemania, al menos en el uso de denominaciones tradicionales o propias, menos en la configuración de fondo. Desde hace años, se viene imponiendo lo que se conoce como sistema del sur, que atribuye las decisiones municipales a dos órganos: el pleno y el alcalde, elegidos por espacios temporales que fluctúan entre los cinco años para los plenos y ocho -a veces- para los regidores.

Resultan de especial interés los mecanismos abiertos de algunos Länder para la integración de los citados plenos municipales; por ejemplo, la libertad del elector para configurar una especie de menú que le permite librarse del que le ofrece un determinado partido político. Esto se logra gracias a diversas técnicas, entre las que destaca la posibilidad de votar a candidatos que figuran en distintas listas electorales (así ocurre en Baden-Württemberg y en otros ocho Länder).

De lo que se trata es, en definitiva, como subraya el profesor Herbert von Arnim, estudioso de estas cuestiones y activo defensor de la renovación democrática, de moderar el influjo de una clase política que agarrota las estructuras donde se forma la voluntad popular e impone su huella en las instituciones públicas más relevantes, incluso en aquellas erigidas para actuar precisamente con independencia y autonomía.

Cabe concluir que, si bien es cierto que los sistemas democráticos europeos están viviendo una crisis importante -diversos factores contribuyen a su falseamiento-, en algunos países, como Alemania, se están realizando esfuerzos para aplicarles un tratamiento antiarrugas. Al nuestro, le deben de faltar las isoflavonas y los antioxidantes.

Otra vez Savater en El País.

Como se dice una cosa, se dice la otra. Vuelve El País a publicar artículo de Savater, para gozo de un servidor y unos cuantos más y para desesperación de los que, como Mileurosamatoris, lo ven como un sujeto lamentable, mucho más lamentable que Arnaldo y Pernando, luchadores por la libertad y la democracia que se juegan la vida y el tipo por sus altos ideales.
Habla Savater con fina ironía de las cosas que dice Pérez Royo. ¿Este Pérez Royo no era uno que corría la maratón de Nueva York? ¿Cuándo lo van a nombrar Secretario de Estado de Deportes o algo así?
Por cierto, tampoco está nada mal la columna de hoy de Rosa Montero.
Copio el artículo de Savater.

Indios y sociólogos. Por Fernando Savater.

No sé si a ustedes les pasará igual: si a mí me tomasen por tonto Habermas o Vargas Llosa, por ejemplo, lo aceptaría con resignación puesto que a su lado probablemente lo soy; pero que me consideren idiota Conde Pumpido o López Garrido, por no hablar de Pepe Blanco... vaya, es algo que le humilla a uno. Y mi impresión general es que este Gobierno ha decidido que lo mejor es tratar a la clientela levantisca como si no tuviese demasiadas luces -"¡pero qué sabrá usted!"- incluso cuando se les está intentando dar en vez de liebre ya no gato, sino rata disecada. El truco empleado es elemental aunque repetido con renovado énfasis: consiste en decir que en modo alguno se va a hacer o a consentir algo y luego hacerlo o consentirlo pero llamándolo de otro modo. Por tanto, el Gobierno nunca pactará con ETA un precio político del final de la violencia, pero ofrece una mesa política en cuanto acabe la violencia o si se suspende un rato suficientemente largo; no excarcelará a De Juana Chaos, pero se complacerá en verlo paseando fuera de la cárcel, que no es lo mismo; no absolverá de apología del terrorismo a Otegi, aunque no se extrañará de que no se le condene; no permitirá a Batasuna presentarse a las elecciones, pero autorizará decenas de listas de ANV que son "pacíficas y legales" aunque funcionen a todos los efectos como si fueran de Batasuna y por tanto parezcan de Batasuna, qué desconfiada es la gente; y por supuesto no se han reunido últimamente con los delegados etarras con fines de mercadeo, digan estos lo que digan, aunque de vez en cuando se les acerquen a buscar información, que no todo lo resuelve Google. Siguiendo así, el día que ETA pegue un tiro a alguien no se tratará de un asesinato propiamente dicho, sino todo lo más de otro afortunado que pasa a mejor vida...

Lo de las listas de ANV, sobre todo, está convirtiéndose en un auténtico máster de cómo tomar el pelo desde el Gobierno a la resignada grey de los gobernados. A cada telediario apretamos el cinturón de los embelecos un punto más. No sólo hay que creer que Batasuna no se presenta ni poco ni mucho a las elecciones gracias a la firme diligencia gubernamental, no sólo la parte autorizada de ANV nada tiene que ver con ETA pese a los apoyos que recibe de y brinda a los proetarras, sino que según el Fiscal General hasta se ha ido demasiado lejos en el celo prohibitivo. ¡Y aún hay quien pretende encerrar a la sufrida gente abertzale en un Guantánamo electoral! Es lo que viene a explicarnos a los duros de entendederas Javier Pérez Royo en Liquidación electoral de una minoría (EL PAÍS, 19 de mayo de 2007). Con la misma elocuente vehemencia con que otrora justificó a quienes iban a las puertas de la cárcel de Guadalajara para hacer la ola a los condenados del GAL, hoy denuncia que se está intentando ante nuestros ojos nada menos que la liquidación electoral de 150.000 o 200.000 ciudadanos españoles del País Vasco a los que se priva en la práctica del derecho de sufragio. Y así será, si se les impide votar de la manera que cada uno de ellos considere individualmente apropiada y se vean obligados a ejercerlo de la manera que los demás le imponen. A esos perseguidos solamente se les deja la opción de apoyar las candidaturas de los partidos que no les gustan o de abstenerse, es decir que se les condena al limbo electoral. ¡Menudo atropello! Por lo visto, no basta que haya candidaturas nacionalistas, nacionalistas radicales o francamente independentistas. Si el público lo demanda, es imprescindible que se autoricen también otras que no se desliguen de la violencia terrorista, que apoyen la estrategia de ETA y que recauden para ella financiamiento y audiencia política, abierta o encubiertamente. El derecho fundamental de elegir debe primar sobre la condición democrática o no de lo elegido, sea lo que sea. ...Pues fíjense, yo no me lo creo. Puede que el derecho, sea constitucional o de otro tipo, no siempre coincida punto por punto con el sentido común del lego pero tampoco es una pieza absurda como las del teatro de Ionesco. Y hay argumentaciones jurídicas que corroboran en este caso el escepticismo ante los razonamientos de Pérez Royo: remito al lector a la obra de otro catedrático de derecho, Carlos Fernández de Casadevante, La nación sin ciudadanos (ed. Dilex) cap. VIII, titulado "Ni todas las ideas, ni todos los proyectos políticos".

Pero si por un momento acepto el planteamiento de Pérez Royo, entonces yo también temo formar parte de la minoría electoral liquidada. Porque yo tampoco tengo un partido a mi gusto al que votar. Yo quisiera votar a un partido socialista con una firme posición de rechazo tanto ante el terrorismo de ETA como ante sus pretensiones políticas, un partido socialista que se atuviese al espíritu y la letra del Pacto Antiterrorista tal como fue redactado en su día, un partido socialista que buscara en este punto político fundamental el apoyo del resto de los constitucionalistas y que no debilitara el diseño unitario del Estado de Derecho para conseguir apoyos de los nacionalistas periféricos que no creen en él por mucho que tales concesiones garantizasen su hegemonía en el Congreso. Y como tal partido socialista de mi ideal no existe y por otra parte no puedo inclinarme por una derecha empeñada en el terreno educativo en preferir feligreses obedientes a ciudadanos conscientes, me veo obligado al limbo del voto en blanco. ¡Ay, que zapatética situación la mía! ¡Arnaldo, Pernando, cómo os comprendo y compadezco!

En una de las historietas del genial Fontanarrosa, el gaucho don Inodoro Pereyra se enfrenta a los indios que llegan en destructivo malón. "¿Qué pretendéis?", les pregunta y el jefe responde: "Vamos a arrasar vuestros campos, quemar vuestras casas y violar a vuestras mujeres". "Pero... ¡eso es una barbaridad!", comenta don Inodoro y el otro responde: "Ah, no lo sé, yo soy indio, no sociólogo". En el País Vasco, los indios del malón abertzale siguen manteniendo sus pretensiones tradicionales, pero ahora renovadas y reforzadas: intimidar a los oponentes políticos, extorsionar a la población social y económicamente, convertir su ideario de máximos en un trágala obligatorio para todos del que sólo están dispuestos como mucho a negociar los plazos de cumplimiento. Ya lo están demostrando en la campaña electoral en el País Vasco y hasta el ministro de Justicia lo ha experimentado en carne propia (como no hay mal que por bien no venga, al menos tras los incidentes de Sestao seguro que Fernández Bermejo no necesitó recurrir ese día a ningún laxante). Y después de las elecciones, podemos prepararnos para lo peor. Pero claro, los indios no tienen por qué ser sociólogos. Ese papel lo cumplen otros, que nos explican sus intenciones fundamentalmente pacíficas, su deseo de renunciar a la violencia aún no del todo maduro, las posibilidades futuras de entenderse con ellos porque entre gente de izquierda todo acaba arreglándose, sus derechos vulnerados por la inicua Ley de Partidos y los intolerables caprichos de la derecha montaraz que se empeña en hablar de terrorismo para que la gente no se pasme como es debido ante los logros económicos y sociales del Gobierno. Nunca les habían faltado a nuestros indios proetarras voces sociológicas de elucidación y encomio, pero nunca antes las habían tenido tan abundantes y situadas a tan alto nivel en el ordenamiento estatal.

Ya sé que estas elecciones municipales no son ni debieran ser unas primarias, pero me temo que en gran medida van a funcionar como tales. Porque algunos estamos preocupados sin duda por la corrupción urbanística y temas afines, pero por mero instinto de conservación sentimos otras cuestiones como prioritarias. Y no podemos dejar pasar esta oportunidad de mostrar con la ocasión de voto que se nos ofrece nuestro rechazo ante la explicación sociológica y la ambigüedad gubernamental que refuerza en lugar de impedir el peligro que corren nuestras cabelleras.

21 mayo, 2007

Escenas ejemplares

- Pepe, me tienes harta. Harta me tienes, harta.

- Qué dices, mujer. ¿Ya has vuelto a crisparte? Qué carácter, por Dios. Encima de que estás gorda como un cesto...

- Sí, tú cambia de tema y sigue con lo tuyo. Sabes perfectamente por qué digo que me tienes hasta el moño.

- No, no lo sé.

- Cínico, mentiroso, hipócrita, cobarde...

- Así es como te explicas. Muy bien. Se lo contaré a nuestros hijos.

- ¿Que les contarás qué? Mira cuéntales esto. Has vuelto a pegármela con esa zorra y esta vez os han descubierto. Tengo las pruebas.

- ¿A qué llamas tú pegártela?

- Pues a que te has acostado con ella, a que te las has follado, caray.

- Estás muy equivocada, haces caso de cualquier infundio. Eres una irresponsable por andar pensando y diciendo eso.

- Ah, ¿sí? ¿No os descubrieron encamados y no ha dicho el conserje que lleváis años viendoos cada mes en ese hotelucho de mala muerte?

- No es lo que tú piensas.

- No os encamáis, no me digas más. Habláis del tiempo y de la subida de la bolsa. De cajón, cómo no se me ocurrió.

- No follamos, si es eso lo que te interesa.

- ¿Y por qué te acuestas con ella entonces? ¿Para ver si tiene granos en el culo?

- Para estar informado, mujer.

- ¿Cómo que informado?

- Pues para saber lo que se trae entre manos, para enterarme de si ella quiere acostarse conmigo y tomar las medidas oportunas para que no ocurra tal cosa.

- Te metes en la cama con ella para enterarte de si ella quiere acostarse contigo.

- Sí, pero no follamos.

- ¿Tú no quieres?

- No.

- ¿Y ella?

- Es lo que trato de averiguar.

- ¿Y no basta con que se lo preguntes?

- No, las mujeres sois muy sibilinas.

- Y entonces te la follas para comprobar si ella quiere follar contigo, ¿me equivoco?

- Sí, te equivocas. No follamos.

- ¿Entonces cómo sabes si ella quiere follar, según tu teoría?

- Con la puntita.

- ¿La puntita, so cerdo?

- Sí, la puntita nada más.

- Y qué haces tú con tu sucia puntita, si puede saberse?

- Sólo amagar.

- ¿Y te parece poco?

- Apago la luz y no le digo ni una palabra, puedes estar tranquila.

- ¿Y ella a ti qué te hace?

- No hay ella.

- ¿Cómo que no hay ella? ¿Con qué me vas a salir ahora?

- Es él.

- ¿Él? ¿Qué él?

- Un travestido.

- ¿Y a qué te dedicas tú con un travestido en la cama, so guarro?

- A averiguar qué quiere hacerme, para estar prevenido si un día me tropiezo con uno en serio.

- ¿Y qué quiere hacerte? ¿Lo que me imagino?

- Sí.

- ¿Y tú lo dejas?

- La puntita nada más. Y con la luz apagada y en silencio, no tienes por qué preocuparte.

- No sé, no sé.

- Confía en mí, soy tu marido.

- ¿Puedo creerte?

- Claro, sabes que te soy y te seré fiel hasta la muerte.

- Me quedo un poquitín más tranquila.

- Así me gusta, detesto verte tan crispada por esas mentiras que te cuentan de mí.

- Vale. Ahora dame un caprichito. Vente a la cama un rato conmigo, Pepín.

- Ahora no puedo, tengo una cita.

- ¿Una cita? ¿Con quién?

- Tengo que seguir consiguiendo información, ése es mi deber.

- ¿Otra vez con el de la puntita?

- No, ahora son unos chavalotes de Bilbao.

- Bueno, pero no vuelvas tarde, amor.

- Claro que no. Pero, por si acaso, no hace falta que me esperes despierta.

- Vale, cielo. Que te sea leve.

CODA.- "No ha habido ningún diálogo -señaló-. Lo que es evidente, porque es la responsabilidad del Gobierno, es que hay que tener la mejor información de lo que pasa en ETA en cada momento". "Lo publicado hasta ahora es un dislate", sentenció.

20 mayo, 2007

Intelectuales y ferias

Al leer una entrevista con Bernard-Henri Lévy, me entero de que la revista Prospect ha sacado la lista de los cien intelectuales más importantes del mundo en la actualidad. Pueden verla pinchando aquí.
Nos tienen manía a los españoles, está clarísimo. No sale ni uno de estas tierras. Y eso que cuando toca firmar ciertas cosas aparecen de pronto dos o tres mil, de tres en fondo. Sí, ya sé, cuando las firmas son contra ETA o contra el que da subvenciones quedan en muchas menos.
De todos modos, un par de ellos sí podrían haber metido, hombre, tal vez Almodóvar, a lo mejor Gamoneda o Jiménez Lozano, yo qué sé.
Aunque también puede deberse todo a que la elección ha sido por votación, supongo que entre los lectores de la revista. Dicen que hubo veinte mil votos.
Son la monda estos tipos. ¿Cómo quieren que los españoles votemos si nos lo ponen todo en inglés? Debería haber un telefonito para votar, en el que se dijera: "si quiere que le planteemos la cuestión en inglés, marque uno; si quiere que le planteemos la cuestión en castellano, marque dos; si quiere que le planteemos la cuestión en euskera, marque tres; si quiere que le planteemos la cuestión en gallego, marque cuatro". Así nos entereríamos y podríamos votar por los nuestros de cada uno.
En estos tiempos para ser intelectual hay que tener votos. Como para ser maravilla de la humanidad, que mira que hasta la Alhambra está en campaña. El pobre Kant, con ese carácter suyo tan retraido y poco dado al espectáculo, no sacaría ni para chufas. Y Sócrates, con lo feo que parece que era, tampoco.

19 mayo, 2007

Diario independiente. II.

Paso a primera plana el comentario de Ariadna, pues nos muestra por dónde van los tiros hoy en El País. ¿Qué dirían/diríamos si fuera un periódico (más) conservador el que así se portara, podando mensajes por críticos con la dirección y por apoyar a Savater? Que qué fachas y tal. Pues eso.
Fuera las mordazas y abajo las caretas, carajo. Va llegando la bendita hora en que las cosas empiecen a llamarse por su nombre y de acabar con esta odiosa costumbre de que tengan diferente apelación según quién las diga o las tenga. La mentira es mentira aquí y en Sierra Morena, la digan Aznar o Zapatero. La indecencia también. La censura lo mismo. Etc. Y nada de ello es monopolio de la derecha ni de la izquierda. Así que a ver si afinamos y dejamos de hacer el capullo maniqueo.
Esto es lo de Ariadna y atentos a la pista que nos da:
"Nada que añadir a lo que Garciamado o Arcadi Espada han escrito sobre la no publicación del artículo de Savater. Impresentable. Obviamente El País está en su derecho a no publicar ese artículo, y cualquier otro. Pero me llama la atención que se meta en semejante berenjenal, sabiendo que con su negativa a la publicación del dichoso artículo hará que lo lean -o que lo empiecen a leer- incluso quienes normalmente lo habrían pasado por alto. La red, y los blogs, tienen muchísimas cosas positivas; hoy se está produciendo un curioso fenómeno bloggista: parece ser que en el Blog de Bassets, en El País, están borrando todos los comentarios que mencionan el caso Savater: tras unos minutos, desaparecen. Ahora creo que ya no se pueden ni publicar. Muchos de ellos proceden, por lo que se ve, de los anteriores comentaristas del Blog de Arcadi Espada, que los están publicando en su nuevo Blog-http://nickjournalarcadiano.blogspot.com/, de donde Arcadi Espada los toma para publicarlos a su vez en la entrada del suyo. De ese modo, los comentarios 'censurados' en el dichoso blog están apareciendo por todas partes, como aparecerá por todas partes el artículo de Savater tan torpemente ignorado.
Extraña maniobra, la de El País, ¿no?
Buen sábado a todos".

Periódico independiente

Bueno, pues ya ocurrió, en El País se han animado a rechazarle un artículo a Savater. De alguna manera hay que pasar a la Historia y es probable que el hecho lo recojan los cronistas futuros como indicio de lo que está ocurriendo por aquí en estos tiempos. Prohibido criticar mayormente al inmoral (¿o será amoral?) que nos gobierna. Es de los nuestros. ¿Y quiénes hostias somos nosotros/son ellos?
El artículo de Savater era ese de Casa Tomada que aquí recogíamos el otro día. Lo cuenta todo muy bien Arcadi Espada en su blog hoy. Me permito copiar ese texto de Arcadi Espada y luego digo algo más:
"El primer artículo (si la hemeroteca no anda errada) que Savater escribió en El País se titulaba Los nacionalistas o el destierro como estilo. Lo publicó el 5 de mayo de 1976. Hace treinta años casi exactos. En treinta años jamás habían rechazado un artículo suyo. Y en una larga época, incluso, se mostraban muy felices cuando podían publicarlos. Esto se ha acabado hoy. El Correo publica Casa Tomada, un lúcido y hermoso artículo que Savater había enviado a El País el pasado 7 de mayo. La lectura del texto y la actitud del diario inducen a una perplejidad desmoralizada. ¿Qué le ha ocurrido a ese periódico para que su director aplique el derecho de veto a este artículo? ¿Qué tiene este artículo? Sí: la afirmación de que Zapatero ha fracasado. Sí: la crítica a un editorial y a un artículo del propio periódico. Y una elegante metáfora cortazariana, nosotros que le quisimos tanto. Lo más suave que puede decirse de esa censura es que se trata de una muestra insospechada de aldeanismo intelectual y de sectarismo político. Porque, desgraciadamente, no creo que pueda aplicársele el subtítulo que llevaba aquel primer artículo nabokoviano: "Las razones de Estado en las historias de amor".
La posibilidad de que algo le haya ocurrido a ese periódico se combina con otra: lo que le haya ocurrido a Savater. Pero el resultado, este sábado, es el mismo: el primer intelectual de España (que eso sí no ha cambiado) ya no cabe en El País".
Fin de la cita.
Si queremos tener completo el panorama del país y de El País, echémosle un vistazo a la tribuna que hoy publica ese periódico independiente. Toda una cortina de humo. El tipo de prosa con olor a talco y de ética meliflua que tanto vende en estos tiempos y que permite a sus cultivadores estar muy a bien con cualquier partido que gobierne y decir siempre cositas que hablan de mucho sin decir nada y que ningún riesgo hacen correr a esos/as esmerados/as adalides/as de la caquita caramelizada. Miren esta frase mismamente: "Falta corazón, podría ser el diagnóstico. Tendríamos que educar para la concordia". Qué grima, por Dios. Pero es lo que gusta hoy en día a los funcionarios, lameculos y burguesitos encantadísimos de haberse conocido a sí mismos delante de esa botellita de Ribera. No sé cómo pueden digerirlo, la verdad.
Qué te apuestas a que ésta llega también a consejera de Estado. Si no es con este gobierno, será con el siguiente. Al tiempo.

18 mayo, 2007

Objetividad, independencia y un güevo.

Hoy he viajado unas horas en coche y he escuchado bastante la radio, especialmente los noticiarios. Siempre llevo sintonizada Radio Nacional, (la) gobierne quien (la) gobierne. Así que se me van grabando las mismas noticias una y otra vez. Al final de la tarde, en un tramo entre montes, pierdo la señal de esa emisora y me quedo en lo primero que logro sintonizar, Onda Cero. Llegan otra vez las noticias y, ¡diantre! creo que he cambiado de país y no sólo de cadena. En Radio Nacional venga repetir lo que ha dicho el FMI sobre una posible bajada del crecimiento económico debido a la subida de los tipos de interés y a que el personal va a tener que empezar a ahorrarse las cañas de los domingos después de misa. Pues en Onda Cero cuentan eso mismo y, de propina, que la cosa esa en la que manda Rato ha dicho también que qué pasa con la Comisión Nacional del Mercado de Valores y que hay que darle más independencia del Gobierno. Luego glosan el arrepentimiento de PompisDos, que dice que se le ha ido la mano con lo de las impugnaciones de las listas de ANV y que vaya por dios y que tres avemarías y una vuelta de cilicio se imponen por tamaña felonía y, de paso, por estar dejando con el culo al aire a Supremo, al Constitucional y hasta al Sursum Corda. Y digo yo que cómo será lo de este hombre, si lo llamará el Gran Mentirosón todas las mañanas para pedirle que se degrade un poco más y enseñe hoy un pezoncillo peludo, mañana el apéndice de aquella manera, y así, o si se le ocurrirán a él solo esas reflexiones de tantísima enjundia. Y ahora los de Batasuna proclamando a voz en grito que hasta el Fiscal General del Estado reconoce que estas elecciones están amañanas y no tienen legitimidad, etc., etc. ¡Qué país! Por cierto, y en El País acabo de ver editorial zumbándole bien a Miguel Sebastián. ¡Qué País!, insisto
Qué trozo de viaje me han dado. Luego esos caraduras de Onda Cero ponen a Tere de la Vega declarando que a estas elecciones sólo se presentan candidaturas legales y pacíficas. Pacíficas ha dicho, sí; hoy mismo.
Pero con lo que ya me quedo perplejo es con lo que cuenta el Gara, al parecer. En todo el santo día, en RNE ni pío sobre el particular. Y en Onda Cero venga a darle con que los batasunos andan diciendo que antes de la tregua permanente (que, si no me equivoco, permanece aún, pues el carácter sacramental ya sabemos que no se borra ni con el agua ni con el fuego) el PSOE se reunió con ellos ¡veinticinco veces! (no, si al final el premio Nobel de la paz se lo llevará Eguiguren y ya verás la cara de beduino estreñido que se le queda a Diablín), muchas de ellas mientras gobernaba el PP y el bobo de Aznar (¡asesino!, ¡asesino!) se creía que el Cazurro Falsario se lo montaba por lo legal. Manda carallo. No nos merecemos un gobierno que nos mienta. Y los de Onda Cero dale que dale con que en todo el día la Moncloa no ha dicho esta boca es mía. Y que avisa Gara de que estos días va a contar más cosas. Verás cómo acabamos viéndole hasta el tanga a Eguiguren.
Dicho esto, me apresuro a declarar que seguro, segurísimo, que todo lo que ha dicho Onda Cero es mentira, lo de Gara también, y lo de PompisDos una mala interpretación que él mismo hizo de sus propias palabras y que no hay derecho a ir repitiendo por ahí. Por eso hace muy requetebién Radio Nacional en no andar divulgando semejantes bulos, no contribuir a la crispación y prestarnos su esmerado servicio público. ¿El servicio público? Ahí mismo, enfrente lo tiene usted. No se olvide de tirar de la cadena.
Ah, y conste que digo todo esto sin querer hacerle el juego a la derecha. Tranquilo, Mileurosamatoris.

17 mayo, 2007

Jurisprudencia simbólica

Me toca otra vez enviar articulillo de palabras contadas a Ámbito Jurídico, el periódico colombiano de Derecho. Así que, al límite del plazo, he perpetrado lo que a continuación copio aquí. Encaja mejor en los debates de aquellas tierras y está escrito pensando en eso, pero algo se puede tal vez aprovechar en lo que aquí nos concierne. Ahí va:
La Sociología del Derecho ha ido perfilando la noción de legislación simbólica, que es un concepto capital para entender buena parte de la actividad legislativa de los parlamentos actuales. En Colombia existen buenos estudios al respecto, comenzando por el libro de Mauricio García Villegas. Nos hallamos ante legislación simbólica cuando el legislador produce leyes sobre temas de relevancias social pero con un propósito más propagandístico o puramente político que con el fin de que sean verdaderamente aplicadas. Se trata de buscar la apariencia de que el autor de la norma se preocupa de asuntos de trascendencia pública, mas sin poner realmente los medios para que los problemas en cuestión sean en la práctica resueltos y las respectivas sanciones aplicadas. La finalidad de tal proceder es puramente legitimatoria, no se quiere la eficacia de la ley en cuestión, sino el puro efecto político, salvar las apariencias y ganar votos a base de mero fingimiento. Existen temas especialmente propicios para un tal proceder, como le legislación medioambiental. También se aprecia ese carácter en leyes cuyo contenido es puramente declarativo, por no decir, declamatorio, en las que se proclaman los más nobles objetivos y se afirman los más elevados compromisos sin que, al tiempo, nada de la realidad social resulte afectado o modificado por semejantes brindis al sol. En la legislación española actual existen cientos de muestras clamorosas de ese cínico proceder del poder legislativo.
Va siendo hora de que desarrollemos a la par la idea de jurisprudencia simbólica. Podemos denominar así aquella práctica jurisprudencial mediante la que los jueces se afanan en procurarse una imagen social conveniente a efectos de conseguir réditos inmediatos o futuros, ya sea en la forma de eco mediático positivo, ya como medio para procurarse el día de mañana favores, cargos y prebendas de distinto tipo. Para tales fines las ataduras de la ley suelen resultar molestas, y de ahí que los tribunales poseídos por tal perversión tiendan a hacer uso de métodos o pretextos que aumenten su discrecionalidad. Eso explica buena parte la apoteosis actual del principialismo, la exacerbación del papel de los misteriosos valores constitucionales y la muy sesgada utilización de las artimañas de la ponderación. Con esto no pretendemos atacar ni la noción de principios o valores constitucionales ni el proceder ponderativo, sino sólo resaltar que, en manos de jueces que sean más “políticos” que técnicos esmerados del Derecho, pueden convertirse en la excusa perfecta para una práctica judicial puramente interesada y parcial que se escuda en tales conceptos de moda y guarda así la apariencia de exquisita objetividad. Si hablamos, por ejemplo, de ponderación de principios y derechos constitucionales, basta observar la abismal distancia entre las indicaciones que para su recto uso se contienen en obras como las de Robert Alexy y Carlos Bernal y los desaguisados que con tal pretexto suelen componer las cortes constitucionales.
Convendría desarrollar pautas que permitan detectar la presencia de tal jurisprudencia simbólica en algunos los tribunales. Una, bien elemental, pero muy certera, consiste en cotejar las sentencias con los intereses del poder político establecido. Estamos ante jurisprudencia simbólica cuando una corte se muestra rupturista y revolucionaria, marcadamente progresista, en aquellos asuntos en los que no están en juego derechos de casi nadie o que afectan a muy poca gente, mientras que en los casos que tocan muy directamente los intereses de los gobiernos y los grupos dominantes se tiende a plegar velas y dar la razón al poder que mañana nos puede devolver el favor. Por ejemplo, cuando se declara inexequible un tipo delictivo que apenas se aplica y, sin embargo, no se ve inconveniente constitucional en prácticas en las que se dirime la permanencia de gobiernos y presidentes. Otro indicio lo contemplamos cuando ante la vulneración flagrante de ciertos derechos los tribunales no reaccionan protegiendo inmediatamente a los ciudadanos ahora mismo afectados, sino ordenando a los políticos que hagan cosas en el futuro. Supongamos, para concretar más, que un preso interpone una tutela porque en las condiciones de su encierro corren muy serio peligro sus derechos a la vida, la salud y la integridad física y moral. Cuando el tribunal no responde ordenando que se ponga a ese preso en una cárcel mejor o en la calle, sino que contesta simplemente que debe el gobierno construir nuevas y mejores cárceles, no está protegiendo el derecho del recurrente, sino aparentando ser mejor político que los que gobiernan. ¿Cómo se puede combatir ese vicio judicial? Evitando la tentación. Si lo que tales magistrados buscan es su propio éxito político, social o económico en el futuro, se debe evitar de antemano la ocasión del mismo. ¿Cómo? Mediante un afinado régimen de incompatibilidades. Bastará, por ejemplo, con establecer una estricta y clara prohibición legal de que los magistrados de las más altas cortes puedan en un plazo de diez o quince años concurrir como candidatos a elecciones políticas, ocupar cargos de designación gubernamental o ser contratados por grandes empresas. Qué cosa mejor que un noble retiro, muy bien pagado, por supuesto, para quien ha dado lo mejor de sí mismo en el servicio a la Justicia. Que descansen y disfruten en la contemplación de su gran obra jurídica pasada, que no tengan que seguir trabajando y sacrificándose por nosotros ni humillándose ante nada ni ante nadie. Ya se sabe, además, lo que se dice de la mujer de César...