Es
un eterno retorno, cada tanto aparecen los fanáticos represores y reprimidos y
solicitan la lapidación de quien hace con su cuerpo y con sus órganos sexuales
lo que le da la real gana y sin dañar ni perjudicar para nada ni a la sociedad
ni al interés general ni a cosa ninguna que colectivamente nos pueda importar,
salvo que seamos de esos tarados que piensan que si la gente se masturba la
sociedad enferma y se le seca el PIB o se le dispara la inflación. Tarugos
siempre ha de haber, claro, y ceporros e inquisidores y resentidos e impotentes
que no administran bien su propia inanidad. Pero no basta defender el derecho a
la intimidad de cada cual o insistir, sin más, en que la práctica sexual en
privado forma parte de la vida privada, precisamente, y no hay por qué meterse
a hurgar ahí ni a comentar; y a insultar y poner reglas, menos. Está bien esto,
pero conviene que la reflexión sea algo más profunda y que no nos quedemos en
la bienintencionada mención de algunos derechos o algunos tópicos de un
liberalismo que, luego, resulta que no tenemos completamente incorporado a
nuestros juicios y nuestra vida.
Supóngase
que un señor o señora gusta de tocarse los pies mientras ve la tele o es
aficionado a ducharse con un gel de algas. ¿Algún problema? Diríamos que no,
que está en lo suyo y bien hace si tales cosas le agradan. ¿Y si se toma unas
fotos mientras se refrota el dedo gordo de la extremidad inferior derecha?
Tampoco vemos objeción. ¿Y si le regala esa foto a un amigo suyo? Lo mismo.
Bueno, pues ahora pongamos que ese señor o esa señora se masturban de vez en
cuando. Oh, cielos, más de cuatro ya se ponen nerviosos. ¿Masturbación? Vade
retro. Si se trata de un varón, pase; pero una dama como es debido no se
entrega a tales vicios, pensarán más de cuatro. Con lo que llegamos al primer
elemento constitutivo de una sociedad de represores meapilas, la convicción,
difusa y que aún se mantiene, de que, en lo que toque al sexo, la mujer es y
tiene que ser, por definición, más pura, etérea, ajena al placer no reglado y
sometida a las normas sociales que tratan de controlarlo.
Si
esa persona, y en particular esa mujer, se saca unas fotos o se graba en pleno
afán autoerótico, para qué queremos más, eso ya se tilda de perversión
incurable. Y qué escándalo si osa entregarle el documento gráfico a alguien de
su confianza, de su afecto o con quien también comparte momentos de disfrute
carnal. Si es al cónyuge, malo; si es a un amante, el acabose, pues entonces ya
son varias las reglas que se vulneran, la de ser propenso o propensa al placer
de la carne propia y la de no cumplir la sacrosanta norma de la fidelidad a la
pareja presente o a la que pueda tener un día, incluso.
Cuidado,
estamos hablando de quien no busca el escándalo social y realiza tales
conductas en el ámbito estrictamente privado. Concedamos que pueda haber alguno
que se espante o se alarme al ver a alguien masturbándose con fruición y que,
por consiguiente, puedan tener sentido esas pautas sociales que reprimen la
exhibición del propio cuerpo en determinadas tesituras. Pero aun en esto habría
que apuntar algunos matices. También a mí me inquietan o hasta me molestan
determinados usos sociales y, sin embargo, no me queda más remedio que
aguantarme y no me dedico a organizar cacerías de quienes los practican. Por
ejemplo, preferiría no ver a ciertos fanáticos del fútbol haciendo el cafre o
dispuestos a partirse la cara por el equipo de sus amores; o, ejemplo más
complicado, me apena y me molesta ver a algún penitente subiendo de rodillas
las escaleras de un santuario o flagelándose la espalda para que su Dios le
perdone los pecados. Más aún, cuando algún conocido o amigo se me despide con
un “hasta mañana, si Dios quiere”, me viene la tentación de decirle que soy
ateo y que se abstenga de esas fórmulas, o de replicarle con un “hasta mañana y
que eches un buen polvo esta noche”. Pero me aguanto y respeto, claro que sí.
Pero
normalmente los líos no surgen porque alguien haga exhibición pública de su
vida sexual, sino porque se difunden imágenes o datos de la práctica
estrictamente privada de la sexualidad. Los represores, y también los mirones
inmaduros, no se limitan a vigilar el espacio público y a velar por la pureza
de las conductas eróticas en el ágora, sino que meten la nariz en los recintos
particulares, difunden lo que descubren y hacen público lo privado para, ahí,
ensañarse a gusto. Ese es el asunto capital, las normas sociales atinentes a la
vida estrictamente privada implican la “publificación” de la privacidad.
Cuando
hay una regla social referida a lo que yo hago en la intimidad con mi propio
cuerpo o a mi vida sexual en solitario, con mi pareja o con otros adultos
libres y que consientan, esas conductas dejan de ser privadas y mis
conciudadanos se tornan jueces de mi estricta libertad individual. De ahí que,
si defendemos la libertad, lo más adecuado es estar por la desregulación, por
así decir. Ni siquiera conviene insistir en el cambio de unas normas por otras,
de la norma represora por otra más tolerante. No, debemos hacer ver que ese es
o tiene que ser un campo libre de toda norma social y que no hay otra regla más
que esa, la que habilita la libertad en un espacio sustraído a todo juicio colectivo.
Que Fulano o Fulana se masturben, se hagan fotos en tal ocupación, tengan
amantes o se lo monten a dos o a cinco es asunto que ni siquiera ha de juzgarse
colectivamente como legítimo o ilegítimo, bueno o malo, loable o reprobable. Es
cada uno en la parte de su vida en que a los demás, en conjunto, ni daña ni
beneficia y, por consiguiente, saquemos los demás nuestras normas de ahí,
quitemos de esa parte de la vida nuestras sucias manos, nuestro perverso ojo y
nuestros afanes catalogadores. Ahí cada uno está en su derecho, pero no porque
el Derecho tipifique esos comportamientos como permitidos, sino porque ha de
ser un espacio libre de Derecho.
¿Y
la moral? La moral es estrictamente personal, de modo que, al acoger yo
determinados sistema de normas morales, carezco de toda base y toda legitimidad
para intentar imponerla a los otros. Puedo considerar que la masturbación en la
intimidad es pecaminosa o inmoral, pero entonces el problema lo tengo conmigo
mismo y con la congruencia de mis actos con mis creencias, y para nada he de
meterme con el hacer del vecino que no comparte las normas mías. ¿Y la moral
social? Puede estar justificado, por supuesto, que queramos que para
determinadas conductas individuales rija una prohibición o un reproche social,
colectivo, pero únicamente bajo una muy escrupulosa condición: que se pueda
racional o razonablemente justificar que tales prácticas particulares causan un
daño colectivo o un daño a bienes de otras personas que son merecedores del
amparo social o que solo socialmente pueden ser eficazmente defendidos. Pero, a
mi modo de ver, hace falta ser zoquete para pensar, a estas alturas de la
civilización, que perjudica a la sociedad o a alguien que una señora se
masturbe o que un paisano tenga una amante o un amante o se encame con una
muñeca hinchable.
En
el muy reciente caso de la concejal toledana y su juicio por la opinión pública
y mediática, hubo dos fases muy interesantes. Primero se dijo que la grabación
que la mujer se había hecho en pleno tocamiento era para su marido, pero ahora
andan escribiendo que el destinatario del regalo era su amante. Y alguno me espetará:
¿a usted le gustaría que su mujer tuviera un amante y le enviara un presente de
esa naturaleza? Y mi respuesta solo puede ser así: de lo que yo piense a ese
propósito, sea lo que sea, no tengo por qué darle respuesta ni explicación a
absolutamente nadie, así que hágame el favor de retirar la pregunta, que me
ofende tanto si para mis adentros la contesto con un sí, un no o un depende.
Lo
que cada uno haga con su sexo es nada más que suyo, y punto, si no hay otras
personas implicadas de alguna forma. Obvio que si Fulano y Fulana son amantes
pueden establecer sus propias reglas, pero las suyas y nada más que para ellos.
Lo mismo si son novios o esposos. A es pareja de B y tiene, al tiempo, relación
carnal con C, vulnerando así un acuerdo de fidelidad con B. ¿Tenemos nosotros
algo que decir a ese propósito? Absolutamente nada, no es tema que nos
concierna en lo más mínimo. Salvo, claro, que consideremos socialmente vigente
la norma que impone la fidelidad sexual en la pareja y que estimemos que debe
ser reforzado su cumplimiento mediante la presión social. Pero en ese caso se
acabó la libertad del individuo y será puro fariseísmo afirmar que en tal campo
gobierna el derecho a la intimidad y a la privacidad. Ese derecho a la intimidad no quiere decir meramente que no tengamos
derecho a ver y saber –por ejemplo colocando cámaras para espiar o escuchas
telefónicas-, sino que supone algo mucho
más serio y profundo: no tenemos ninguna legitimidad para juzgar, en la plaza
pública, aun cuando por azar o accidente veamos o sepamos.
Si
A incumple su pacto de fidelidad con B, en el caso de que lo haya, es B el
único con legitimidad para echarle en cara a A su conducta, el faltar a su
palabra y al acuerdo entre ambos. Con su pan se lo coman. Igual que puede
ocurrir que no tengan tal “contrato” o que hayan optado por el de contenido
opuesto, el de darse mutuamente libertad para tener amantes. A nosotros lo uno
o lo otro no nos afecta y nos debe importar tan poco como que decidan entre los
dos comprarse un perro o vender el gato que tenían. Y nada cambia porque se
trate de un concejal o un presidente de la nación.
Tantos
años y siglos de simultánea mitificación y represión de lo sexual han dejado en
las sociedades y las mentalidades un rastro muy difícil de borrar, es una
mancha que no se va así como así. Millones de conciudadanos nuestros son
desgraciados, profundamente, debido a esa represión que se les ha impuesto, que
tienen asumida y que respaldan y ratifican con sus miedos, sus complejos y sus
indignaciones. La sociedad no será sana y nuestro mundo no resultará, en eso,
habitable mientras no asumamos, hasta las últimas consecuencias, que nuestros
órganos sexuales son algo tan normal y hasta trivial como nuestros dedos del
pie o nuestras pantorrillas, y que lo que cada cual haga con ellos nos tiene
que importar tan poco como el que uno se ponga zapatos con calcetines o vaya en
sandalias y sin medias, o como que juegue al fútbol o dé pedales en bici. Mas
eso no llegará mientras en los medios y entre la gente siga siendo noticia
tremenda que una concejal se masturbó ante su propia cámara y que a lo mejor
tiene un amante. Igual que ahora no sería noticia que se hubiera comprado una
bicicleta estática o que hubiera decidido depilarse con láser los antebrazos.
Los
asquerosos, los peligrosos, los que nos amenzan son los que la critican y la
llaman puta en la calle, seguramente después de haber buscado desesperadamente
en la red el vídeo de marras y de haberse cascado unas pajillas al
contemplarlo. Menudos degenerados y cuánto debemos temerlos.
9 comentarios:
De acuerdo en su análisis pero, cuestions morales aparte, si hay algo que el pueblo no perdona es:
- Gente con responsabilidades públicas que es tan ingenua/tonta como para enviar a alguien un vídeo masturbándose y creer que eso no lo saldría a la luz en algún momento.
- Ante la difusión, dar explicaciones. Gran error.
- Usar a la prensa y marear la perdiz con dimito/no dimito, dependiendo "del apoyo recibido en las redes sociales" y chorradas similares, lo cual denota bastante poca entereza y seriedad.
Pero, sin duda, lo que menos perdona "el pueblo" es que lo tomen por tonto:
- Casada, con hijos y ¿graba un vídeo masturbándose dedicado a su marido?
- Y, no se sabe cómo, ¿acaba en las redes sociales?
Dejando la moral aparte que, como bien se dice en el artículo, es cosa de cada uno, cuando a la gente la llaman "tonta" a la cara, suele responder de manera agresiva...
Saludos.
Se me ha olvidado comentar algo. Se argumentará, ¿acaso no se engaña al pueblo con otras cosas (impuestos, recortes, ec...) y "se perdonan" a los políticos?
La respuesta es: sí, pero a pueblo siempre le queda un atisbo de duda. Quizá en el fondo los políticos tienen razón porque nosotros no entendemos de economía; quizá hay algo que se nos escapa...
Sin embargo, en temas como masturbación, sexo o infidelidades, el pueblo es un auténtico experto. En esos temas, es imposible de engañar.
Saludos.
Muchas gracias por sus comentarios, estimado Pau. Propiamente no discrepo de sus apreciaciones, pero sí querría añadir algún matiz.
Vaya por delante que la señora concejal no parece el ejemplo más depurado de fuerte personalidad o claridad de ideas, aunque habría que ponerse en su lugar y vaya tela estar en boca de todos por semejante razón. Sobre eso, sobre las escasas luces, quizá, de la mujer, cabe también juzgar, como usted bien hace, pero yo estaba hablando de otra cosa. Tenga en cuenta igualmente que, yendo a los más burdo, los que le gritaron en la puerta del Ayuntamiento no la tildaban de torpe o mentirosa, sino de puta y lindezas similares. Si lo que el pueblo le reprocha es que sea algo boba, que le digan boba, no zorra.
Yo iba más bien a esto otro. La gran noticia que inicia el tremendo revuelo nacional no es que apareciera una grabación en la que se veía a tal dama contradiciéndose o, pongamos, escribiendo con faltas de ortografía. No, el bombazo social fue que apareciera masturbándose. Si en su vídeo se la viera meramente calzándose los zapatos al revés o sacándose moquillos, nadie vendría con que cómo se le ocurre grabarse y mandarle la película a su marido o a un amigo. El detonante fue la masturbación y, después, ante la dubitativa o torpe reacción de la susodicha, llegaron los otros juicios, que en algún caso pueden estar justificados, como usted muestra.
Hay generalizaciones que resulta arriesgado hacer, pero me atrevo a preguntar cuántos serán o seremos los que alguna vez han o hemos fotografiado o grabado alguna acción atrividilla o que pueda parecer procaz y hasta la han o la hemos mandado a alguna persona de nuestra íntima confianza. ¿Han o hemos hecho muy mal? ¿Somos unos imprudentes de tomo y lomo al confiar así en alguien y no pensar lo que se nos puede venir encima si hemos puesto la confianza en un zoquete?
El tema más relevante, insisto, es el de qué cosas pueden o deben importar socialmente y qué otras no merecerían la atención crítica de un grupo social. Mi tesis es que el hacerse cruces porque un sujeto, concejal, profesor o peón de albañil se masturbe y se grave así es un indicio de algún tipo de dolencia psíquica o moral del escandalizado, no del otro. Este otro puede ser un torpón, un imprudente o un cabeza hueca, claro que sí, pero, entonces, llámesele tal y no puta o degenerado.
Si a mí me llega por vía torcida un vídeo de una vecina dándose a los placeres carnales, es posible que lo contemple con cierta fruición y una sonrisa en los labios, pero no me voy al presidente de la comunidad de propietarios a protestar por tener en el vecindario a tan alegre señora, ni siquiera si ella es concejal. Seguro que usted tampoco.
Cordiales saludos.
Si le soy sincero, no he seguido demasiado las noticias, y la primera que llegó a mí fue la de su dimisión. ¿Quizá si no hubiera dimitido y/o hecho declaraciones la cosa hubiera ido por otros derroteros? No lo sé.
Ya le digo que no vi a esa gente del pueblo abucheándola y llamándola de todo, pero no dudo que seguro así fue... Basta con, por ejemplo, ser de fuera y echarse de novio/marido a un divorciado/viudo del pueblo para que lo más bonito que le llamen a esa mujer sea "zorrón".
Nadie debería meterse ni escandalizarse con sus prácticas sexuales. Mucho más habiéndolo hecho en su espacio privado, no como otras también con cargo municipal, que prefieren hacerlo en lo alto del Castillo de Olite.
Las corporaciones municipales están que arden...
Saludos.
El único consuelo es que la gente que le da alguna importancia a este tema y se sitúa en un lado o en otro y grita y escribe columnas y tal, no dejan de ser individuos superados por los tiempos y que ya no son relevantes.
Pronto desaparecerán del todo.
PD: No he visto el vídeo de las broncas pero tengo curiosidad, había alguien de menos de 30 años ?.
PD2: Podría reducir la dificultad de los captchas, por favor ? Me cuesta un triunfo acertar cada vez que quiero comentar.
Este asunto me recuerda la historia, quizá apócrifa, de la señora fisgona y reprimida que tras el franquismo, en el momento de la relajación de las costumbres y de la desaparición del delito o falta de escándalo público, llamó a la Guardia Civil para quejarse de los tocamientos "indecentes" de una pareja cerca de su ventana. La Guardia Civil acudió y tras informar a los dos jóvenes lascivos que su conducta no violaba ninguna norma les pidió que, por consideración a la citada señora, se fueran a un lugar más discreto. Así lo hicieron pero al cabo de un rato la misma señora llamó de nuevo a la Benemérita para lamentarse por lo mismo. "Pero,¿están aún allí?" pregunto el agente. A lo que respondió la buena mujer: "No, están en el otro lado del parque, pero con mis prismáticos aún los puedo ver tocándose".
Hoy le noto un poco espeso. El derecho a la intimidad empieza en la responsabilidad de uno. Dicho esto, se lía más al no ver la gravedad del caso. Una pobre mujer es pillada dándose gusto... De inmediato, millones de compatriotas se lanzan a las televisiones a analizar paja por paja la vida sexual de la susodicho. Somosnadie... Y así hasta la destrucción de la susodicha... Pobre mujer!!! Dónde quedó la caridad y el buen juicio?
>> El derecho a la intimidad empieza en la responsabilidad de uno.
Que yo sepa la susodicha no se dedicaba a subir videos a youtube con su version personal del arcipreste de Hita ni se paseaba por los programas del corazon haciendo alarde de sus habilidades en el arte del amor propio. Si apelamos a su responsabilidad personal por el hecho de que ella haya enviar el video a un amante vengativo o que haya podido dejar un ordenador sin contraseña (oh cielos!), lo que estamos haciendo es dar coartada al linchamiento colectivo. Pero esto es España, y si alguno se metio a fisgar videos eroticos ajenos alli donde no estaba invitado y otros se dedicaron a distribuirlo por aquello del derecho de acceso a la cultura, por supuesto, la culpa y la responsabilidad es de la señora por haberse tocado.
Si en su vídeo se la viera meramente calzándose los zapatos al revés o sacándose moquillos, nadie vendría con que cómo se le ocurre grabarse y mandarle la película a su marido o a un amigo. El detonante fue la masturbación y, después, ante la dubitativa o torpe reacción de la susodicha, llegaron los otros juicios, que en algún caso pueden estar justificados, como usted muestra.
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