12 septiembre, 2012

Teoría del ni-ni



                No hace mucho, este verano, le preguntaba yo a un chaval de mi familia política que qué había sido de Fulano, uno de su edad que vive cerca y con el que a menudo lo veía antes. No hace nada, me respondió. ¿Quieres decir que no estudia? No, añadió, ni estudia ni trabaja. ¿Y a qué se dedica, entonces? A nada, está en casa tranquilamente. ¿Y sale, se divierte, va de vacaciones…?, seguí yo, para redondearme la idea. Sí, me dijo, eso sí, vive muy bien y muy a gusto.

                Ayer comentaban los medios unas estadísticas que indican que somos, en España, el país con una tasa más alta de jóvenes que ni estudian nada ni trabajan en cosa alguna, cero actividad. Parece que batimos marcas en semejante ranking. Mira, otra razón para estar orgullosos y tenernos por los mejores.

                Supongo que, entre los así señalados, habrá jóvenes que buscan empleo y no lo encuentran, que a lo mejor hasta estaban dispuestos a laborar en muchas cosas, si algo les saliera. A esos no me referiré aquí. Pero de los otros, de los vocacionales del nirvana y el dolce far niente, que también hay, voy a sostener una hipótesis para cuya ratificación necesitaría respaldo de historiadores y antropólogos. Mantengo que esa variante de clase o grupo social ocioso es un producto genuinamente propio de esta cultura, mentalidad o modo de vida de hoy, que en España adquiere tonos particulares y posiblemente más intensos.

                A riesgo de ser pesadísimo, empiezo otra vez por mi pueblo y mis tiempos de niño. En Ruedes, el concepto de no hacer nada no se manejaba, no era parte de nuestro horizonte vital. Había gente más laboriosa o con más pereza, como en todo lugar, pero no hacer nada era imposible, no cabía andarse mano sobre mano todo el día o alimentarle los hongos al sofá (tampoco había sofás, eso es cierto) como dedicación única y primordial. ¿Por qué? Porque un individuo tal se habría muerto de hambre. ¿Y si era un hijo de familia? Pues habría acabado de patitas en la calle (en la caleya) y con un pie marcado en las posaderas. Sencillamente. De jovenzuelos y allá, sabíamos que las alternativas eran únicamente dos: estudiar o trabajar. De  la tercera, de la pasiva con recochineo, no se tenía noticia. Nadie, ningún padre ni la comunidad como tal, estaba con ánimo y disposición para adoptar y alimentar parásitos. Pues de parásitos estamos hablando al referirnos al quieto indiferente que, además, no se plantea privarse de sus copichuelas, de su ocio agradable y de su móvil de última generación.

                Cierto que el ocioso ha existido siempre, como miembro de determinados grupos y clases sociales. Pero dos precisiones han de añadirse de inmediato. Una, que generalmente se trataba de gente rica, con fortuna familiar y heredada. Lo nuevo de estos tiempos que corren es que se puede ser un joven ni-ni aunque en casa no haya mucho dinero o sobreviva la familia a trancas y barrancas y cargada de hipotecas. Lo segundo es que jamás se decía ni se asumía eso de no hacer nada, nada útil o con vistas al futuro. El pudiente con tiempo abundante se disfrazaba de administrador de su fortuna y su patrimonio, por ejemplo. Y algunas personas, condenadas a la espera y colocadas en un papel fuertemente pasivo, se estaban preparando para asumir el destino socialmente impuesto. Así, la joven casadera aprendía a bordar o a cocinar o a cuidar niños, para estar en condición de asumir las labores familiares dictadas por la sociedad patriarcal.

                Tampoco en otras culturas me consta -a lo mejor yerro en esto- que se haya dado esa figura del que a posta ni hace ni intenta hacer. Cada cual tiene y tenía su función, fuera la de unos cazar, gobernar la de otros o atender el huerto o cuidar de los niños. La menor sanción que espera al que a nada se aplica porque nada le apetece es el ostracismo, acompañado de hambre, en el mejor de los casos. Nada de protección, mimo, alimento por la cara o familiar conmiseración.

                Así pues, y si estoy encaminado con esta hipótesis, nos hallamos ante un fenómeno novedoso y muy peculiar, para el que habría que buscar explicación. ¿Qué ha hecho que entre nosotros aparezcan esos “ni-nis” voluntarios y que sobrevivan tan campantes y hasta vivan estupendamente? Será una suma de factores y circunstancias, aventuremos sobre algunos.

                El modelo social positivo del ciudadano activo ha sido reemplazado. La aspiración primera de mucha gente hoy, la pauta ideal socialmente difundida no es la de hacerse haciendo, sino la de ser y estar sin hacer. Los más envidiados son los que viven del cuento, de los demás o del Estado, que viene a ser lo mismo. Quién no ha comentado alguna vez que qué suerte la de ese que se prejubila con cincuenta años y una buena pensión. En la urbanización donde resido hay varios así, a quienes, por supuesto, personalmente de nada culpo. Se les ve dando largos paseos, leyendo a cualquier hora el periódico en el jardín, todavía jóvenes, al fin, y bien despreocupados. No ha de chocarnos que algún hijo nuestro los contemple igualmente y decida ser como ellos, aunque de inmediato, con dieciocho años o veinte, y sin el correspondiente periodo previo de cotización a la Seguridad Social. Entiéndaseme, no acuso a los prejubilados que traigo como ejemplo, sino a la envidia que les tenemos y a la admiración irreflexiva con que comentamos su situación, hasta en presencia de los pequeños. En mi aldea, antes, habrían dicho que qué gente tan desgraciada, que cuánto se aburrirá y que cómo no se les ocurrirá tener al menos un par de vacas o una buena huerta para entretenerse y para hacer algo útil.

                No sería raro tampoco que influyera una perversa síntesis entre compasión mal entendida y cultura que abomina del esfuerzo. En eso también corrijo siempre que puedo a quien deja caer determinadas cosas delante de mi hija de cinco años. Por ejemplo, es muy común que cualquier amigo o pariente le diga a ella eso de que qué pena que se acaban las vacaciones y que vas a tener que empezar a ir al colegio y a madrugar. Ahí me tienen a mí, saltando de inmediato, para explicar que madrugar es interesante, para que el día tenga más horas, y que estudiar en el colegio no es castigo, tortura ni desgracia, sino maravilla divertida y que en el futuro servirá para saber muchas cosas y tener un buen trabajo. ¿Y lo que captan los críos cuando les soltamos eso de pobrecito, cuantísimo tiene que estudiar o que por qué les exigen tanto en los exámenes? ¿Y cuando está la criatura con sus libros y dándose al estudio y llega la tía despistada o el abuelo fatídico y le casca aquello de que cómo no se cansa de estudiar y que si no preferiría jugar un rato al fútbol o con las videoconsola? A mí el que me da una pena horrible, horrible, no es el joven que estudia fuerte o el mayor que trabaja de sol a sol -en condiciones no inicuas, por supuesto-, sino el que, por vocación, se pasa las horas y los días ante el televisor o tumbado al sol o rascándose las corvas por las esquinas. Ese sí es un desgraciado de campeonato y un animalillo al que la vida le pasa por encima sin enterarse.

                Es de una lógica aplastante: desde niño ha oído lo de pobrecito y qué faena ir al cole, y que no atosigues al niño pidiéndole que ayude a recoger la mesa, que estará agotado, y que malditos los profesores que piden estudio o los patronos que te dicen que no cobras si no trabajas, y que no te preocupes, corazón, que la play-station te le voy a comprar aunque suspendas y no quieras ayudarme en el taller o a hacer las camas…; así que, un día, ese joven se dice a sí mismo que va a conseguir que dejen de compadecerlo por esforzado y que hará felices a los que lo rodean, quienes ya podrán quedarse tranquilos al verlo levantarse a las tantas y sin labores que lo fatiguen. Deja de estudiar, deja de trabajar y… a ver cómo esa familia le cuenta ahora que el trabajo es conveniente o el estudio necesario. Podría él alegar, sin mayor incongruencia, que se abandona al ocio y la inacción precisamente para hacerlos a ellos dichosos al contemplarlo así, descansado, y para que no sufran más.

                La generación” ni-ni”, o al menos esa parte de ellos que voluntariamente están sin trabajar ni intentarlo y sin estudiar nada, es evidente resultado de las generaciones nuestras, la de sus padres, la generación que podríamos llamar NPI, ni puñetera idea. Salen de nuestros temores, de nuestros complejos, de nuestra inconsistencia ideológica, de nuestros fatales modelos, de nuestra propia condición de comodones y quejicas, de nuestro estilo de tramposillos, de la picaresca que ante nuestros mismísimos hijos exhibimos cuando nos montamos la baja laboral con truco o el escaqueo consumado y con guasa.

                Me adelanto a la previsible objeción, la de que puede haber padres que no se atienen a ese modelo y a los que, con todo, les aparece un vástago con alevosa zanganería. De acuerdo, pues la responsabilidad no es estrictamente individual, sino grupal, y el mal no está en esta o aquella casa, sino en el ambiente. Pero aquí me hago y hago la pregunta decisiva: si a usted le ocurre eso con un hijo, ¿qué haría o qué cree que se debe hacer? Yo lo tengo claro y con claridad lo canto, aun a riesgo de que me parte un rayo o me tenga que tragar un día mis palabras: patadita en la retaguardia y a volar, corazón, a tomar vientos. Cada palo aguanta su vela y cada perrillo se lame su culillo. Hijos incluidos. Como ha sido toda la vida y en todas partes, menos aquí y ahora, entre nosotros, que nos queremos tanto.

6 comentarios:

roland freisler dijo...

Hay otro tipo de vástago, vampiro también, que tiene el ni de trabajo pero que "estudia", se trata de ese que se matricula en los Cursos de FP : masaje, peluquería, auxiliar infantil o geriátrico..., esos que son 2 años y te dan al final una merendola y una banda de colores.
Yo se de la hija de una amiga que a sus 26 añazos ya tiene 3 bandas de 3 colores diferentes.
La fenómena hace los 2 cursos con buena nota y todo, echa currículums ese verano en 90 sitios y allá por mitad de agosto empieza a llorar con la depresión de que no la llaman de ningún sitio y bueno que para no quedarse en casa y ser ni ni, pues que hace otro curso de 2 años que le han dicho que tiene más posibilidades y así a seguir zampando en casa y viva la Pepa que no es gerundio.
Cuando tenga 40 años quizá pueda vender al peso las bandas.

roland freisler dijo...

Profesor a ver cuando nos comenta esta sentencia :

Perogrullo juez
ANTONIO NÚÑEZ

Su señoría el titular del Juzgado de lo Penal número 1 de León, Lorenzo Álvarez de Toledo, acaba de absolver de prevaricación al alcalde y dos concejales de Quintana del Castillo, por firmar licencias de obras «claramente acompañadas de irregularidades y corruptelas que la sociedad española tolera desde hace siglos a su clase política». Así nos va y más claro agua. Añade el de la toga en sus resultandos y considerandos que la actuación de los imputados era «altamente censurable y claramente constitutiva de una ilegalidad», pero iba a dar igual condenarlos o no. Esto último es mío.

El juez Lorenzo, que gasta apellidos, mostacho y perilla del primer Duque de Alba, a lo mejor es un retataranieto, añade en la sentencia que el caso llevado a su tribunal es lo corriente: no había informe del secretario municipal, el alcalde dijo que no se había embolsado dinero y que sólo conocía las licencias de obras «por la carátula» —será porque en los pueblos nos conocemos todos— y que, ya es casualidad, no se había tomado declaración a los beneficiarios, «cuyos testimonios hubieran resultado altamente ilustrativos, incluso de un posible delito de estos últimos sujetos». Con cara de aburrimiento en una foto de este periódico don Lorenzo manifiesta también que «la forma de trabajar en los ayuntamientos nos es bien conocida».

La redacción del penalista reconcilia a un servidor con la literatura judicial por lo claro que dice todo y no como la del resto de sus colegas, más propia de Groucho Marx y que empieza invariable y farragósamente con «la parte contratante de la primera parte...». Aún así el estilo se podía haber mejorado con alguna que otra verdad de Perogrullo, como «estoy hasta donde me alcanzan las puñetas de tanto político corrupto y caradura que se sienta ante mí por los chanchullos más variopintos y, si condenara a estos tres jetas a diez meses de prisión, que no se cumplen, y ocho años de inhabilitación para el cargo les iba a dar igual, porque no van a devolver nada y seguirán negándolo todo hasta el patíbulo». Estamos de acuerdo.
Que la clase política está corrompida y no se parece en nada a la Madre Teresa de Calcuta está probado. E igualmente que la gente lo tiene asumido de muy antiguo y sigue votando, aunque sea tapándose la nariz. Quien esto escribe, por ejemplo, ha rejuvenecido un tanto con el salomónico fallo de Álvarez de Toledo después de haberse sentado trece veces en el banquillo —toquemos madera— dos de ellas procesado y siempre absuelto, si bien la última con todos los pronunciamientos en contra, según dijo mi entonces abogado Manuel Jiménez de Parga padre.

De mis pasos por los tribunales guardo especial nostalgia de la primera querella de oficio por desacato a cierto exalcalde de León que mandó aparcelar para urbanización de chalés la finca rústica de recreo de su señor padre. El alcalde era de los últimos de Franco y el fiscal que me empapeló tiene ahora un vástago en Fiscales para la Democracia. Coño, qué tiempos. Los chalés acabaron en un pufo fuente ingente de pleitos entre los pardillos compradores y yo quedé absuelto, pero me prohibieron entrar en el Ayuntamiento por otro articulillo con motivo de la primera visita de los reyes para la que se construyó un mingitorio hortera de mármol y moqueta marrón con materiales millonarios de un concejal del gremio, cuyo hijo también fue luego concejal por el PP. Bueno, pues vino don Juan Carlos y no meó, lo cual me convirtió en un antisistema. Lo de Quintana del Castillo, Lorenzo, comparado con aquello es una chorradica.

Aquí la sentencia de su señoría Álvarez de Toledo no vale, por supuesto, para las Juventudes Socialistas ni para las Nuevas Generaciones del PP. Y menos para los contribuyentes, le digo a usted con el debido respeto.

Anónimo dijo...

Ya se José Antonio que especifica my claramente la tipología de ninis a los que se refiere..., y no me doy paro aludido, pero en la actualidad ni estudio "formalmente" ni trabajo muy a mi pesar. También he oído los resultados acojonantes de esas encuestas, ahora bien esto me ha hecho reflexionar... Yo también debo aparecer reflejado en ellas porque como digo, ni estudio ni trabajo... ¿tendré derecho a la cobertura sanitaria??? He hecho las dos cosas en mi etapa de estudiante, tengo 30 años, dispongo del título de doctor, estancias, cursos, publicaciones, un par de máster, especialidad, licenciatura, idiomas, tres años cotizados en diversos trabajos y he acabado incluido en las estadístias de ninis porque repito ni estudio ni trabajo... No sé de donde salen esas estadísticas, ni quien las elabora, pero deberían de una puñetera vez analizar cual es el motivo de que existan tantos ninis y en todas sus variantes... JEjeje si alguien quiere un abogado junior, pasante, xico de los recados o hasta de compañia, con muchas ganas de trabajar a quien pagar lo justo para alquilar una habitación y vivir con una minima dignidad, que contacte conmigo!!. Y no es coña... Saludos!

Anónimo dijo...

es que por lo visto las estadísticas son del 2010, ahora toca saber como están en el año actual
engloba jóvenes hasta los treinta, y en ese tramo de edad pueden estar los que terminaron los estudios y tienen la desgracia de no colocarse.Yo lo veo como una gran desgracia, quien va a querer no tener ingresos. Presumimos que los papis dan asignación a todos los nini, esto es la paga semanal o que todos trapichean con drogas

que se dejen de discursos baratos y hagan las cosas como las tienen que hacer para que haya una mínima garantía de poder trabajar y estudiar. Porque esto último a partir de ahora, chungo. Toca apoquinar y como toca apoquinar, el que tenga estudiará y que no, es muy raro que no te quede ninguna en ningun curso. Pierdes el apoyo en algún momento y entonces como dice rosland freisler trae más cuenta ir a la fp. Que no creo que sea a que te pongan una banda sino a aprender algun trabajo, que como dice freisler suele ser ayudante de. Esto es axiliar enfermería, ayudante del enfermero, auxiliar infantil pues igual, cosillas. Luego enganchan con la carrera y cuando los contratan porque los contratan si enganchan le pone la categoria del fp. Tengo un conocido ingeniero que esta trabajando gracias a su fp, porque querían un ingeniero pero a precio fp. Así que con todo el paro que hay los que tienen su fp de chiste como dice roland y engancharon la uni trabajan antes que el universitario con master. ^porque esto es el capitalismo, te pago lo que menos pueda.

Orballo dijo...

Le dejo un enlace en relación con el tema, por si le apetece leerlo:

http://www.elconfidencial.com/sociedad/2012/09/16/mi%2Dvida%2Dcomo%2Dun%2Dnini%2D105478/

Un saludo.

Jose dijo...

Yo he tenido la suerte de estudiar y conocer a gente de todo tipo y condicion.
Muchos no pudieron o no quisieron ir a la Universidad, pero era gente muy válida.
Otros que fueron, en cambio, se pasaron 5 años jugando al mus.
A día de hoy, no son nadie los segundos y si los primeros.