He
visto el partido del Barcelona y el Real Madrid, cómo no, si me gusta el buen
fútbol. Entre esos dos equipos mis simpatías cambian por épocas, dependiendo de
lo bien que me caigan entrenadores y jugadores o de lo que disfrute con el
juego de unos u otros. En los últimos años prefiero que gane el Barcelona, por
tales razones. Pero, en lo que modestísimamente me toca, no estoy dispuesto a
que el deporte contemplado en televisión signifique para mí nada más que lo que
razonablemente supone, entretenimiento con algo -poco- de emoción.
Si
cobrarle gusto a un equipo u otro va a implicar tomar partido político, paso. Para
pasiones intensas, me gustan más las de otro tipo y la política la prefiero en el ágora, no en los estadios. El deporte en general, y en
particular el fútbol, tiene fuerte influencia emotiva sobre muchas personas y
sobre masas de gente. Para políticos y, sobre todo, politicastros, es fuerte la
tentación de manipular con ánimo espurio esos sentimientos. Pero para los
equipos llamados grandes hay también un gran negocio, pues sus mayores ingresos
ya provienen de la venta de camisetas y artículos que sean símbolos de los
clubes. No sé cuántos de los partidarios del Barcelona que vivan en Badajoz,
Cádiz, Albacete, León o Santander se lo pensarán antes de comprarles a sus
hijos la camiseta con esos colores para los próximos Reyes, si es que llevarla
va a significar poco menos que votar metafóricamente en un referéndum
imaginario.
A
los ciudadanos de a pie cada día nos achican más los espacios, dicho sea con
símil de estrategia futbolística. Es una pena y un error. En una de estas,
volvemos a leer novelas o a jugar al mus con los del barrio, y punto. Cada día
es más difícil opinar con libertad plena de cualquier cosa sin que vengan los
etiquetadores a calificarte o adscribirte, o a leerte los mandamientos de la
corrección política o a enarbolar contra ti algún catálogo de discurso único o
pensamiento correcto. Ahora, para colmo, ya ni va a caber contemplar un partido
de fútbol sin que parezca que entonas un himno nacional, el que sea, o sin
poder aislarte un rato de la matraca continua de las políticas más infames.
Los
directivos se arriman al sol que, por próximo, más caliente. Jugadores y
entrenadores tienen que mirar por su negocio y salen por la tangente o callan
para otorgar. Es su problema, no el mío. Lo que yo tengo que hacer es dejar de
ver esos partidos, sanseacabó. Mi leve dosis de alienación futbolera la tenía
asumida, pero de ahí no quiero pasar. Con su pan se lo coman y que les
aproveche. Yo sí que, humildemente, he de hacerme independiente. No es fácil,
con tanto ruido alrededor, pero ahí vamos y es cuestión de perseverar.
2 comentarios:
No entendía muy bien su entrada porque no he vivido en Cataluña. Pero casualmente el otro día estuve hablando con una nórdica que vivió en Barcelona y ahora la he entendido mucho mejor. Me contó que allí es fundamental seguir al Barça para integrarse. Si no, estás fuera.
Saludos.
Al menos los euskofascistas de Bildu son coherentes pues abogan por una liga vasca y nada más que vasca. Pero estos catalanes, como patriotas, son realmente pedorros y pichaflojas.Lo quiereen todo: la carne y el pescado, el mar y la montaña... la independencia y que el Barça juegue en la liga española. No entiendo como tios y tias hechos y derechos son capaces de actuar como niñatos sobrealimentados y zangolotinos. Está muy bien el numerito de las esteladas (¡Que pena que Leni Riefenstahl haya fallecido!) pero si no hay una pancarta kilométrica pidiendo liga propia el show se me antoja una monumental mariconada.
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