19 octubre, 2010

El Derecho y la familia, el matrimonio, los afectos y... el sexo. Un manifiesto inaugural con ánimo provocativo

Lo de inaugural es por lo siguiente. Voy a hacer un poco de publicidad. Como se ve en el programa que copio al final, tendremos en la Facultad de Derecho de León, y conectados a tres instituciones latinoamericanas, una actividad interdisciplinar sobre "Familia y relaciones afectivas. Derecho, ideología y dinámicas sociales". Me tocará hacer ahí una pequeña ponencia y anticipo, a modo de programa "revolucionario", algunas ideas, para ir calentando el debate. Ahí va:

¿Será posible imaginar un campo en el que la relación entre Derecho y sociedad esté más minada por contradicciones y más llena de paradojas que éste del Derecho de la familia y del Derecho de los afectos? Difícilmente. Un repaso exhaustivo de tantas incoherencias y de tan grandes imposturas nos llevaría mucho tiempo, así que mencionemos nada más que unas cuantas muestras bien elementales.

Para empezar, lo que la investigación social constata hasta la saciedad, desde la Historia hasta la Antropología, desde la Sociología hasta la Economía, es que, a lo largo de los tiempos y aun en las diversas culturas de ahora mismo, no ha existido ni existe un único modelo de familia o de matrimonio ni una forma exclusiva, ni siquiera claramente dominante, de entender las relaciones amorosas y las pasiones sexuales. En modo alguno. Imagine el lector la combinación que quiera, hombres con varias o muchas mujeres, mujeres con varios o muchos hombres, mujeres con mujeres, hombres con hombres, adultos con niños, suegros con nueras, yernos con suegras, parejas que se entrecruzan y se reparten, lo que sea, y siempre habrá algún pueblo que haya institucionalizado esa práctica y la haya considerado el no va más de lo moralmente debido y lo socialmente respetable. En unos lugares y épocas se ha valorado la fidelidad conyugal y se ha tratado de imponer a golpe de normas y castigos; en otros, se consideraba un lamentable indicio de egoísmo e insolidaridad. Mírese este dato que nos regala la Antropología: “En un estudio de 109 sociedades, los antropólogos comprobaron que sólo 48 prohibían el sexo extramatrimonial tanto al marido como a la esposa[1]”. En ciertas partes de China era común que una mujer se casara con el fantasma o espíritu de un hombre fallecido; con su ceremonia y todo, matrimonio perfectamente válido y respetado allí. En Alaska, es tradición que los matrimonios organicen cruces de parejas con otros matrimonios y se tiene por descortesía el rechazo de la mujer de otro o el hombre de otra. Los na, en China, ni siquiera tienen nada parecido a la institución matrimonial y los niños nacen gracias a amistosas visitas nocturnas que embarazan pero no engendran otros compromisos.

Y, sin embargo, en todas las partes y en todos los momentos los de cada tribu piensan que lo natural y lógico es lo suyo y que lo que allí se hace es lo que mandan los cánones y lo que resulta grato a los dioses. Talmente como aquí y ahora. Unos creen que sólo el matrimonio heterosexual (e indisoluble) es de Derecho natural, y los otros artificiales del todo, además de pecado, para más inri. Otros reclaman que también valga como matrimonio la unión de uno con uno o una con una, pero se espantan ante la poligamia o la poliandria. Y así sucesivamente, universal aplicación de la ley del embudo que disfraza la costumbre de ley eterna y que pugna por llevar el gusto propio a la gaceta oficial, como norma para todos.

Veámoslo a día de hoy. Del sesenta y ocho para acá se ha ido produciendo una revolución, al menos aparente, que ha hecho la apología del amor libre y que ha pugnado por aflojar las férreas ataduras con que la moral establecida y el Derecho vigente sometían a esposos, hijos, amantes..., a todo el mundo. Pero bajo el grito ejemplar de viva la libertad, hemos ido a reclamar que el Derecho se nos meta otra vez en las casas y en los lechos. Que no tengamos que casarnos si no nos apetece, pero que la unión no matrimonial cuente igual que el matrimonio, por ejemplo. O sea, parecía que íbamos hacia el “esto son lentejas, si quieres las comes y si no las dejas”, pero desembocamos en el “si no quieres lentejas, ración doble”. Sin escapatoria. ¿Que los homosexuales padecían discriminación social? Cierto, así que regulemos sus relaciones como si fueran las de los heterosexuales, sometámoslas a la ley y que se casen como todos o que cuente lo suyo como matrimonio aunque no estén casados.

¿Y las separaciones? Puesto que había que acabar, y bien está, con la imagen de inferioridad y dependencia de la mujer convertida en sierva y mantenida, se ha procurado que con ocasión de separaciones y divorcios los maridos les pasen pensiones que las sigan manteniendo, pensiones que se llaman compensatorias, no porque compensen la pérdida del amor o de la compañía, sino la del nivel de vida que se adquirió al casarse con quien tenía posibles; o sea, si mi cónyuge me mantenía, que me siga manteniendo. Prueba irrefutable de que en nuestro sistema el matrimonio también puede ser negocio, y no sólo negocio jurídico.

En cuanto a los hijos, también con ellos se ha hecho muchísimo para que la mujer no se libere de su secular opresión. Pues se acabó viendo de lo más natural y justo que los niños estén al tanto de la madre y que ella bregue más que nadie con su educación y su cuidado, razón por la que los legisladores y jueces han estimado muy apropiado que después de los divorcios sigan los pequeños de cuenta de la madre y que el padre, a su vez, ponga dinero, que es para lo que los varones valen según la tradición, para aportar el sustento. Ahora, al fin, parece que algunos y algunas empiezan a tomar conciencia de que ciertos regalos son envenenaos y se quiere convertir en ley la custodia compartida.

Qué gran pretexto es el del interés del menor, para que los mayores luchen a brazo partido por los intereses suyos, los de ellos. Y cuánto vaivén de dictámenes contradictorios y tesis incompatibles. La figura del padre es crucial, dicen unas veces para atar jurídica y económicamente a algún varón. La de la madre es referencia capital para el pequeño, se alega cada vez que hay que cargar a la mujer con custodias y trabajos. Diríase, entonces, que, ya que tan importantes son las dos figuras, lo que el Derecho fomenta es la familia con papá y mamá y que, todo lo más, prevé salidas para las crisis familiares inevitables. Pero no, pues también se da toda facilidad para las familias monoparentales o para que los homosexuales adopten, en pareja o por separado. Bien está todo ello, aquí vamos nada más que a la incongruencia de un discurso que consiste en decir en cada ocasión lo más rentable o lo que suene políticamente más correcto en función del equipo que juegue o del partido que mande.

¿Libertad sexual? ¿Relaciones libres? ¿Desjuridificación de la vida sexual de las personas? Aparente nada más, y en el mejor de los casos. Sea usted varón o hembra, cuídese muy mucho de lo que hace, cómo lo hace, cuándo, dónde, con quién. Exija algún documento que acredite la edad de la contraparte, pídale un reconocimiento médico antes de ponerle la mano encima con la mejor intención, preséntele usted mismo un buen certificado de salud, procure que no haya lejos algún testigo, por si necesita probar que la otra persona estaba en sus cabales o que no hubo fuerza ni de un lado ni del otro, pero vigile que no ande cerca gente con cámaras que trate luego de probar que sus maneras son escandalosas o atípicas u originales en exceso o exhibicionistas porque puede pasar un niño un día o algo violentas aunque con la otra parte esté todo hablado y vaya bien así. Por supuesto que es imprescindible que el Derecho penal proteja a los débiles y castigue a los abusones, pero nada más que para garantizar que las personas libres hagan con su cuerpo lo que otras personas igualmente libres les consientan, no para salvaguardar morales colectivas ni obsesiones de reprimidos y acomplejados. Porque es de temer que estemos cayendo en un nuevo y sutil puritanismo, ahora que nos creíamos tan pletóricos de derechos y expectativas.

No conviene engañarse sobre el Derecho de familia, pues cada vez es más Derecho y menos de familia. Quiere decirse que lo que cada día importa más son los asuntos económicos y patrimoniales. Si todo ha de valer como matrimonio y nadie quiere que sea tan libre su relación libre, es porque, al fin, interesa heredar o recibir pensión o subrogarse en el arrendamiento o mantenerse en el usufructo o... Las penas con pan son menos. No suena muy romántico, pero el Derecho de familia no es el Derecho de los afectos, sino el de los efectos. Quizá siempre lo ha sido. Tal vez no cabe de otra manera. Por eso nos molesta a algunos que se juridifiquen tantas relaciones para que sean todas familiares, para que no haya escapatoria de lo económico y cada sentimiento tenga precio y cada caricia contraprestación monetaria. Al final, es como si (casi) todas las relaciones acabaran siendo de pago; cambia nada más que el momento del abono.

Porque, y en resumen, en qué quedamos. Cuando decimos matrimonio y familia ¿hablamos de instituciones naturales o de relaciones meramente jurídicas, básicamente contractuales? Si la familia es célula básica e institución natural, no podrá serlo de cualquier manera ni podrá llamarse tal a cualquier cosa. Pero si la relación matrimonial es ante todo contrato, que lo sea hasta sus últimas consecuencias y que ninguno de los cónyuges tenga en ningún caso que pagar como si estuviera rompiendo o deteriorando el no va más de la ley natural. Que sea contrato, nos parece correcto, pero que lo sea con todas las de la ley, como uno más, como un contrato de tantos, sin parafernalia, sin mitologías, sin adornos políticos ni aditamentos de moralina. Que rijan las generales de la ley y que no haya más límite que el de un muy laxo orden público y la protección de los que no pueden consentir o no pueden aún. Fuera de eso, que cada quien acuerde con quien desee y con cuantos desee, que las condiciones se estipulen en cada contrato entre los concretos firmantes, que los efectos sean los por ellos queridos y nada más que ésos.

Que el Derecho de los matrimonios y el de las familias parezca regulación para personas responsables que asumen sus propios actos y no van llorando por ahí cuando ya no los quieren o no los quieren igual o no les pagan el apartamento. Que todo el que quiera le fije a su aportación a lo común el precio que más le plazca y que no acepte el que no desee. Que quien prefiera que su pareja reciba pensión cotice por ella, o por ellas. Que quien desee pensión compensatoria lo ponga por escrito para que la otra parte lo firme antes de dar el sí, no vayamos a tener algún error en el consentimiento. Que quien vaya a trabajar en casa y para los dos (o los que sean) de la casa le fije justa remuneración a su labor y que el otro lo suscriba a tiempo, y que no se permita casarse a los que no especifiquen esas condiciones. Que en materia de herencias rija la libertad plena, y ni legítima ni problemas con la legítima o el legítimo. Que el régimen económico-matrimonial común sea el de separación de bienes, para que no tenga el hombre que separar después lo que el Derecho torpemente juntó. Y, en suma, que cada palo aguante su vela, hombres y mujeres, padres y madres, heterosexuales y homosexuales. Aunque sea al precio de que tenga el sistema jurídico que incurrir en el engaño de presumirnos responsables y libres, y maduros, y dueños de nuestra vida y de nuestros cuerpos y de nuestros afectos; no como ahora.

[1] Stephanie Coontz, Historia del matrimonio. Cómo el amor conquistó el matrimonio, Barcelona: Gedisa, 2006, p. 41.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

El texto no parece escrito por ti, le falta algo de chispa.Nos tienes malacostumbrados.
Y tampoco es sostenible, el derecho ha de regular lo que regula.

Anónimo dijo...

En contra de la opinión del anterior Anónimo, creo que el texto es estupendo. No es rara la sensación de que las disputas doctrinales acerca de la familia y la regulación del matrimonio, son fundamentalmente disputas doctrinarias. Entre tanta literatura y tanto debate artificioso -sin el menor respeto, las más de las veces, por los afectos y las personas-, hay que agradecer la luminosidad de este Manifiesto.