19 febrero, 2011

Manifiestantes

He andado un poco despistado estos últimos días y he venido por aquí, por el blog, menos de lo que suelo. Había algo de trabajo atrasado y también, para qué negarlo, ese manifiesto universitario que hemos perpetrado los Siete de Göttingen y que va viento en popa, con más de quinientos firmantes en el momento en que escribo estas líneas.

Así que vamos a charlar un poco sobre la psicopatología del firmante de manifiesto. No pretendo ser mordaz, podría sonar a descortesía en estos momentos en que andamos buscando apoyos para nuestro documento. Sólo trataré de elaborar una tipología con frío espíritu científico. Cuando me refiera a los que firmamos o no firmamos manifiestos y escritos de similar propósito no estaré aludiendo a este que nosotros nos traemos ahora entre manos, sino que hablaré en general. Y un matiz más, para evitar equívocos: estaré pensando en manifiestos y así que tengan algo de críticos con alguna medida de algún poder, el que sea, pero que no esté muy lejano. No me refiero, pues, a cuando a uno le ofrecen a la firma un escrito contra la caza de petirrojos en los Andes peruanos, si tal hubiera, y uno no es peruano ni tiene ningún primo que se dedique a esas minucias cinegéticas.

Para acabar con las advertencias, no me meteré, ni para bien ni para mal, con dos tipos de sujetos: los que firman el documento que sea porque están de acuerdo con su contenido, y los que no lo suscriben por estar con ese contenido en desacuerdo. Eso se pretende, ni más ni menos, y unos y otros hacen muy bien, según lo que sus convicciones bien serias les demanden.


Ni que decir tiene que este que suscribe está pensando en el tipo de personal que conoce en los ambientes universitarios que frecuenta. Por ahí fuera, en otros lugares, quién sabe cómo será. Aunque sospecho que similar.

Vayamos con la tipología de sujetos y actitudes al recibir la invitación para firmar un manifiesto o cosa por el estilo, y descartados de la taxonomía los que simplemente se mueven por sus puras y duras convicciones.

1. Calculator. Espécimen muy frecuente. No suele estar muy interesado en los contenidos, ya que su conciencia no es excesivamente escrupulosa; o nada escrupulosa. Lo mismo puede firmar a favor de la pena de muerte para los pedófilos que de la legalización de la pedofilia en cualquiera de sus manifestaciones. Lo que nuestro calculador hace siempre es lo que su nombre indica, pensar qué le traerá más ventaja, si el sí o el no. De eso depende, únicamente de eso. No vaya usted a pedirle nada que personalmente le parezca arriesgado a él. Descarta si calcula riesgos y se apunta si prevé ventajas. No hay más.

No es cuestión de cargar las tintas contra Calculator, pues todos tenemos algo de su tara, y espíritus puros, lo que se dice puros, dicen que hubo en tiempos un par de ellos, pero se los cargaron los enemigos. ¿Firmaría yo un manifiesto para la supresión de los ejércitos si mi señora fuera coronel y estuviera a punto de ascender a general? Es probable que no, para qué negarlo. ¿Y uno contra la pena de muerte, si resulta que mi pareja es verdugo (¿se dice verduga? ¿No? Pues debería), cobra buen sueldo como tal y se quedará en la calle si no tiene nunca más a quien ejecutar? Sí, firmaría. Entre esos dos polos nos solemos mover y late en todo esto un interesantísimo problema de ética que podríamos tratar otro día. Cuando le pongo tonos críticos a la descripción de Calculator no es porque en sus juicios prácticos pondere con algún efecto su interés y el de los suyos, sino que solamente me dan ganas de ensañarme con los tipejos que nada más que consideran eso, pues para ellos no existe ni interés general ni bien común ni nada que vaya más allá de su ombligo aseadito.

2. Pepe YoYó. Está emparentado con Calculator, pero a este de ahora le pueden más la soberbia o la vanidad que el puro interés, que el simple cálculo de conveniencia personal, y, por ello, hasta llega a equivocarse grandemente sobre esto último. Como le da bastante rabia reconocer que no lo firma porque él no lo redactó, suele poner una de esas disculpas que a él le parece que son signo de gran personalidad y que “epatan” a cualquiera. Como “YO no firmo escritos que empiecen por uve” o “YO jamás he suscrito un panfleto de menos de quince páginas”. Si le has pasado uno de quince, entonces el argumento es que le resultan repulsivos los escritos reivindicativos demasiado largos. Si le das cancha, te suelta, de propina, la conferencia sobre la ineficacia consustancial de los manifiestos y cualesquiera formas de reclamación escrita en la era posmoderna.

Pero con el YoYó hay un truco infalible que permite su diagnóstico bien certero. Aguante usted la parrafada oral o escrita sobre su alergia a los manifiestos y la futilidad de la escritura y luego, como si fuera usted tonto del todo, dígale así: “Oye, Pepe, con esto que dices estoy yo pensando que sí, que es verdad que no vale nada este papelajo que te he presentado. ¿Qué te parece si lo rompo ahora mismo, redactas tú uno nuevo y lo firmas en primer lugar? Mano de santo. Primero carraspeará, luego se le escapará una sonrisa, después hinchará un poco más el frecuente barrigón y al fin transigirá: “Bueno, lo haré por ti y por tus amigos, aunque ya sabes que yo no creo en estas cosas…”. Y te casca otra charla, ya puestos, sobre cómo a él ya en el colegio le ponían siempre un diez en redacción.

3. Juan Tempusnonfugit. El peligro de este es genérico, no se refiere particularmente a manifiestos o firmas. Vive para ver en qué puede gastar su tiempo como si no lo estuviera tirando. Da igual que le pases un papel o que le preguntes qué marca de calzoncillos usa. Siempre te va a decir que por qué no quedáis a tomar un vino a las doce para hablarlo despacio. Y, si le das cuerda, pueden transcurrir semanas con la misma rutina. Un día, que mañana nos vemos para ver si encontré un libro que tengo yo sobre esto; al día siguiente, que no lo encontré, pero, mira, si nos tomamos un café mañana llamo a Fulano, que tiene mucha experiencia y nos puede aconsejar. Al otro… Parece que está contigo y que ha tomado con entusiasmo tu empresa, pero no quiere más cosa que darse gusto a sí mismo, ya que por lo común se aburre y necesita chuparle las horas a otro para dar sentido a las suyas.

4. Tony Cagueta. Este sí que abunda. Vive sin vivir en sí, es un ratoncillo temeroso, una huidiza lagartijilla, una lombriz intestinal, no sé. Siempre encuentra motivos para el pavor. No es por mero egoísmo, como Calculator, es porque se ve pequeño y teme que alguien lo pise sin darse cuenta. ¡Garbancito, dónde estás…! Puede tirarse una semana sin dormir por culpa de tu puto manifiesto. Deshoja una margarita con infinitos pétalos: qué me pasará si firmo, qué me pasará si no firmo, qué me pasará si firmo, qué… Un día, dos, un mes… Le encantaría alguna solución imaginativa, tipo firma con tinta invisible: tú ves que ha firmado y les cuentas a lo de confianza que sí, pero los otros creen que no. Ningún peligro, de esa manera, qué bien. Si aprietas un poco y se queda sin excusas, aún cogerá la lista e irá viendo cada nombre para hacerse una idea de qué riesgos corre o cuántas horribles represalias le pueden caer. Todavía te dará largas un par de días, pues hoy no le escribe el boli y mañana se le abrió la muñeca y no quiere poner mala letra al signar en tan ilustre compañía. Mientras, durante esas dos noches, reza para que te mate un camión y dejes de atosigarlo con las puñeteras firmas. Si se atreviera, te estrangularía él mismo, pero, claro, no se atreve. ¿Y sobre el fondo? ¿Qué piensa sobre el contenido del papel? Sobre eso no piensa nada, la ideología no le llega al cuello. Como para pensar está uno, cuando están a punto de asesinarlo o de someterlo a las más crueles sevicias por poner su rúbrica ahí, en cuartilla tan explosiva. Sí, tan explosiva. Porque a nuestro Cagueta lo invitas a una reunión para pedir a los fumadores que no echen las colillas al suelo, y ya estará temblando, pues hay un catedrático en su Facultad que fuma y a lo mejor se entera y se pica y viene y… A correr otra vez al baño, la vida de este hombre es un no parar.

5. Lucy Manica. La llamo Lucy por política de género, no sea que alguna señora se enfade porque son tíos todos estos a los que voy poniendo de vuelta y media. Y lo de Manica viene de maniquea y fue cosa de las amigas. Porque para nuestra querida Lucy el mundo es en blanco y negro y para de contar, nada de grises. Concretando, están los nuestros y los otros. Y punto. Los nuestros son los de aquí, y los otros, los de allá. ¿Y qué define el acá y el más allá? Pues los signos. Por ejemplo, si eres progre, te caen bien los vegetarianos y si eres conservador, vas a misa. Cosas así, ser progre es comer cosas de soja, amar las focas y presentarte en las listas de UGT para las elecciones sindicales de tu uni. Y ser conservador es comulgar, peinarse con gomina y desear los chuletones del prójimo. Para Lucy todo esto es más lógico que ideológico. Es que a ella no le gusta estar con cualquiera y detesta que la confundan con los del otro bando. Por eso extrema el cuidado con la vestimenta y con la firma de manifiestos. Porque cada uno tiene que firmar los suyos, que son los de los suyos, y hay gente que a veces quiere liarte, hija.

A nuestra Manica se le hace cortocircuito en la sisa cuando no lo ve claro o lo ve mezclado. Tú le pasas a la firma una reclamación que suscriben lo mismo unos del PSOE que unos del PP, y ya la tienes temblando. Hace como que lee y relee el texto con la máxima concentración, pero en realidad está sacando la cuenta de cuántos son más, si los firmantes de Comisiones o los de Camisones. Si le sale uno más de los primeros, sólo uno, firma y cuenta que debe de ser que los otros se le colaron a alguien por inadvertencia o a base de malas mañas. Si la cuenta le sale negativa, no firma, no se vaya a creer la gente que a ella le flaquean sus turgentes convicciones.

Para qué seguir. Otro día, más. Pero me voy a permitir una tesis, para terminar. La salud social de un país y la esperanza con la que en él se puede vivir depende de la siguiente proporción: será mayor cuantos más sean los que por sus convicciones serias tomen un partido u otro, firmen o no firmen, en nuestro ejemplo; y será menor cuanto más crezca el porcentaje de cantamañanas como los que he descrito medio en broma y medio en serio.

La tesis propiamente es esta: qué jodidos estamos en España, pues.

1 comentario:

un amigo dijo...

El tema no es trivial. Pensamientos deshilvanados de una mañana de domingo:

- describir los miedos, e incluso tomarles un poco el pelo, no está reñido con reconocer que se ejerce control social sobre las voces discordantes (un cínico diría, sobre las voces tout court). Otra cosa es que -especialmente para funcionarios- la libertad de expresión es grande, mayor que en ningún otro periodo histórico, y quien no la ejercite está verdaderamente siendo muy pero muy miope. Ningún proceso histórico es irreversible, y no está dicho que lo que tenemos hoy lo sigamos teniendo mañana. Especialmente si dejamos que el órgano se atrofie.

- todas las manifestaciones me parecen buenas, en cualquier contexto, desde los más críticos hasta los más aparentemente apaciguados. Como ya hace tiempo teorizaron brillantemente los corajudos chiquillos de
act up, el silencio es muerte. Salir a la calle, tanto virtualmente como físicamente, alzarse y hablar, me parece lo más sano del mundo.

- uno de los métodos de control social de las manifestaciones consiste, precisamente, en codificarlas. Estamos viviendo esta tendencia desde hace unos años. En España, hemos montado la farsa de la condena del terrorismo, que es una nueva forma metafórica de definir la pureza de sangre, naturalmente por parte de los 'puros'. Si no condeno algo, inmediatamente soy sospechoso. No sólo estamos aceptando que se generalice la pérdida de la presunción de inocencia jurídica, sino que estamos promoviendo la
pérdida de la presunción de inocencia social.

- Facebook, tratado en esta casa hace unas semanas (sólo de pasada, y merecería bien más), trabaja exactamente sobre el mismo mecanismo, bajo apariencias algo más risueñas y aparentemente bienintencionadas, pero idénticas al ejemplo anterior en su estructura esencial: te llueven invitaciones a adherir a causas "buenas", y tu condición social de "bueno" depende de tu adhesión a las mismas.

- un problema de las firmas - son 'demasiado' cómodas. Y las acciones (relativamente) cómodas tienden a decir (relativamente) poco. Permítanme un ejemplo absurdamente extremizado, ¿pero para qué si no es domingo? El Japón premoderno codificó socialmente el suicidio, invistiéndolo de un denso significado, casi todos positivos. Pero para poder acceder como individuo a ese retorno social positivo no bastaba la vía 'fácil' (estoy simplificando, lo sé) de tomarse una sobredosis de opio y echarse a dormir para no despertarse más. No: había que abrirse la barriga, lo que no era otra cosa que demostrar extrema decisión para acceder a dichos significados positivos: pagar un precio relativamente alto para obtener (socialmente, ya no individualmente, porque el proceso acababa con el individuo biológico) resultados relativamente altos.

Ahora, rebajando de varios órdenes de intensidad el compromiso del que hablamos - la firma o adhesión por sí sola, tiende a decir poco. Lo que hay que estimular es la acción política, en el sentido esencial de la expresión (es decir, sin nada que ver que las estructuras pseudopolíticas que hoy la prensa llama 'políticas'), cada uno en su ámbito.

Salud, y que continúe el buen domingo,