Se queda uno como paralizado, inmóvil y, cuando empezamos a recuperar el fluir normal de los sentidos, se escarba en la memoria y es en ella donde se remueven las imágenes de un pasado que tiene pálpitos de historia antigua, de algo que ha estado sepultado allá en las honduras y que de pronto adquiere contornos y hechuras claras. Aquello que vagaba como fugitivo e impreciso en los ecos del pasado cobra presencia cercana e inmediata, disipadas ya todas las nieblas.
Y sale la emoción del viaje, su preparación minuciosa, sus gozosas esperanzas ... El coche a punto, el itinerario seleccionado, el punto preciso por el que vamos a salir de España, por el paso de La Junquera en Cataluña o por el puente de Behobia en el País vasco, para mí el apropiado porque yo entonces vivía en Bilbao. La llegada a Biarritz o a san Juan de Luz, la búsqueda del local, la cola para comprar, cola de hermanos unidos en los mismos pálpitos, la entrada adquirida y ya en la mano apretada que temblaba y temblaba porque aquello era antes trofeo que simple credencial para el acomodador.
Si la sala era oscura se debía a que los ritos exigen penumbras para que todo el ser vibre y se concentre, para que la atención sea máxima y se dirija sin perturbaciones hacia el punto luminoso, hacia el exacto ángulo que nos ha de llenar de gozo y ha de envolvernos en la magia de las imágenes trémulas y en alarmas de alegoría.
Y entonces, recogidos allí como me consta que se recogen quienes se entusiasman en los oficios religiosos, todos muy en silencio y con circunspección de neófitos, aparecía en la pantalla María Schneider haciendo y diciendo no sé qué cosas. Porque la verdad es que nadie atendía a lo que esa mujer hacía o decía ni a nadie importaba en qué episodios se hallaba envuelta.
Lo trascendente era ella, su pícara mirada; su pelo alborotado o recogido en anárquica oferta de caprichos; sus pechos, enormes vasijas en gozoso desequilibrio porque uno -el izquierdo- era más firme y se hallaba asentado en su tronco con el desafío que es propio de las gárgolas de catedrales muy conscientes; el otro -el derecho- vagaba más a su aire, caía de forma más despreocupada, como queriendo desafiar la ley de la gravedad pero al final se recomponía y mostraba su seriedad inconfundible, seriedad de pujanzas inequívocas.
María Schneider se nos mostraba como lo que era: “une fleur du mal” que hacía mucho bien porque exaltaba la imaginación y enderezaba en la buena dirección el rumbo de los pensamientos deshonestos.
La Schneider sobresaltaba la honestidad del más casto de los varones, nos hacía odiar con vehemencia a Marlon Brando, y nos transportaba a la región donde suenan esas campanas que nos convocan a pulsar en todos los timbres del pecado.
Era deseable como la mujer de otro. Bien mirado, es lo que en puridad era.
Y ahora nos dicen los periódicos que esta mujer ha muerto. Menos mal que nosotros sabemos que los periódicos gustan de sobresaltarnos y sobre todo que mienten como canallas astutos que son, ávidos de nuestro dinero. Y que por sobrevivir en este mundo sin lectores son capaces de inventar las historias más truculentas. Como esta, la de que María Schneider ha muerto. Ella: maceta de todas las flores, catarata inextinguible de todos los bríos. ¿Qué sabrán los periodistas de la vida y de la muerte?
Y sale la emoción del viaje, su preparación minuciosa, sus gozosas esperanzas ... El coche a punto, el itinerario seleccionado, el punto preciso por el que vamos a salir de España, por el paso de La Junquera en Cataluña o por el puente de Behobia en el País vasco, para mí el apropiado porque yo entonces vivía en Bilbao. La llegada a Biarritz o a san Juan de Luz, la búsqueda del local, la cola para comprar, cola de hermanos unidos en los mismos pálpitos, la entrada adquirida y ya en la mano apretada que temblaba y temblaba porque aquello era antes trofeo que simple credencial para el acomodador.
Si la sala era oscura se debía a que los ritos exigen penumbras para que todo el ser vibre y se concentre, para que la atención sea máxima y se dirija sin perturbaciones hacia el punto luminoso, hacia el exacto ángulo que nos ha de llenar de gozo y ha de envolvernos en la magia de las imágenes trémulas y en alarmas de alegoría.
Y entonces, recogidos allí como me consta que se recogen quienes se entusiasman en los oficios religiosos, todos muy en silencio y con circunspección de neófitos, aparecía en la pantalla María Schneider haciendo y diciendo no sé qué cosas. Porque la verdad es que nadie atendía a lo que esa mujer hacía o decía ni a nadie importaba en qué episodios se hallaba envuelta.
Lo trascendente era ella, su pícara mirada; su pelo alborotado o recogido en anárquica oferta de caprichos; sus pechos, enormes vasijas en gozoso desequilibrio porque uno -el izquierdo- era más firme y se hallaba asentado en su tronco con el desafío que es propio de las gárgolas de catedrales muy conscientes; el otro -el derecho- vagaba más a su aire, caía de forma más despreocupada, como queriendo desafiar la ley de la gravedad pero al final se recomponía y mostraba su seriedad inconfundible, seriedad de pujanzas inequívocas.
María Schneider se nos mostraba como lo que era: “une fleur du mal” que hacía mucho bien porque exaltaba la imaginación y enderezaba en la buena dirección el rumbo de los pensamientos deshonestos.
La Schneider sobresaltaba la honestidad del más casto de los varones, nos hacía odiar con vehemencia a Marlon Brando, y nos transportaba a la región donde suenan esas campanas que nos convocan a pulsar en todos los timbres del pecado.
Era deseable como la mujer de otro. Bien mirado, es lo que en puridad era.
Y ahora nos dicen los periódicos que esta mujer ha muerto. Menos mal que nosotros sabemos que los periódicos gustan de sobresaltarnos y sobre todo que mienten como canallas astutos que son, ávidos de nuestro dinero. Y que por sobrevivir en este mundo sin lectores son capaces de inventar las historias más truculentas. Como esta, la de que María Schneider ha muerto. Ella: maceta de todas las flores, catarata inextinguible de todos los bríos. ¿Qué sabrán los periodistas de la vida y de la muerte?
2 comentarios:
Que los peiodicos mienten es una realidad.solo responden a la voz de su amo .Es una de las mayores estafas de esta partitocracia apesebrada, !! Que pena!!
que joven. es nuy triste morir tan joven en el primer mundo donde solo hay zancadillas y casi no te da tiempo a hacer nada.yo si muero joven no haré nada en la vida. no me dará tiempo. me causa pena la gente víctima de la heroína y otras drogas,había mucha desinformación , demasiada.no había oido hablar de la actriz. pero debe ser un mito para quiénes me preceden.celebro haber nacido tras la dictadura. me hubiera gustado nacer algo más tarde pero nunca el pasado fue mejor que el presente.siento la perdida de una mujer tan joven.
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