03 noviembre, 2009

La igualdad que importa

Volvemos al tema de izquierdas y derechas, pero pretendiendo que sea en serio y no como caricatura y con el espíritu de secta que tanto se lleva ahora. Si hay una idea que define a la izquierda, a la que uno, a pesar de tantos pesares, se sigue sintiendo cercano, es la idea de igualdad. Quiero decir que sigo fiel a esa idea, no a las caricaturas que bajo el nombre de izquierda se presentan a las elecciones o pululan en mítines, manifestaciones y manifiestos. Izquierda significa -al menos para mí- combate del privilegio, oposición al principio de que la sociedad se halla dividida entre personas que por naturaleza, atributos o predestinación están abocadas a imperar sobre otras cuyo destino lógico y evidente es someterse, subordinarse, ya hablemos de poder o de bienestar. Ni por predestinación divina ni por raza ni por nacimiento ni por sexo hay nadie que tenga un derecho natural e incuestionable a ser más que nadie, ése es el lema primero y decisivo.
Ahora bien, ese supremo principio de la igualdad cabe entenderlo de dos maneras, como igualitarismo puro y duro y como igualdad de oportunidades. El igualitarismo propone un reparto idéntico de los bienes y las cargas sociales, de modo que nadie, haga lo que haga y sean cuales sean sus méritos, tenga más que nadie, pues se trata de repartir a partes iguales. En cambio, la igualdad como igualdad de oportunidades es compatible con que unos ganen o tengan más que otros, con la diferencia en grados de bienestar o poder en la sociedad, siempre y cuando que todos disfruten las mismas oportunidades de competir y alcanzar con idénticas posibilidades los puestos mejores. Me apunto a esta segunda opción, la de la igualdad como igualdad de oportunidades, y me parece que constituye objetivo bastante para una coherente y decidida acción política.
Me parece que uno de los errores del pensamiento actual llamado progresista es lo que podríamos llamar la fragmentación o compartimentación del igualitarismo, unida a un retorno a una visión puramente formal de la igualdad. Se lucha hoy principalmente contra las discriminaciones formales por razón de género, de orientación sexual, de cultura, de religión, etc., y se pone el acento en que nadie sea discriminado por ninguna de esas circunstancias, a fin de que se reconozca la igualdad ante la ley de mujeres y hombres, de heterosexuales y homosexuales, de blancos y negros, de ateos, cristianos o musulmanes, etc., etc. Pero como la lucha se centra exclusivamente en esa dimensión formal o meramente jurídica, la meta se considera alcanzada en el momento en que, por ejemplo, haya tantas diputadas como diputados o cuando pueden por igual casarse los homosexuales o los heterosexuales. Sin infravalorar el significado de tales logros, ese planteamiento tiene el grave problema de que se pierde de vista lo esencial, esto es, que el pobre de nacimiento que tiene vedado por imperativo social el acceso a ciertos puestos en la sociedad, sigue estando discriminado en lo que más importa, aunque pueda casarse con uno de su mismo sexo o aunque tenga al lado de su casa una mezquita en la que se le permita cultivar su fe. Hay personas que por sus circunstancias económicas están excluidas de la competición social en igualdad y con fair play, por mucho que se reconozcan y se amparen sus derechos de género, sexuales o religiosos, entre otros. Está haciendo falta un nuevo Marx que haga ver que la igualdad ante la ley no es el objetivo final, sino un simple prerrequisito para que sea posible una verdadera igualdad de oportunidades, pues la simple igualdad nominal en los derechos es perfectamente compatible con la más onerosa discriminación material.
Importa mucho, por ejemplo, que las mujeres tengan sobre el papel los mismos derechos que los hombres, pero más relevante es que una mujer nacida en la familia más pobre tenga las mismas posibilidades de llegar a presidente del gobierno, a astronauta o a presidenta de un consejo de administración que una mujer nacida en la cuna más rica. Y mucho me temo que ese objetivo último está quedando oscurecido por plantear la lucha nada más que por objetivos parciales, formales, por poner la meta en lo que no es nada más que un paso, una etapa. Y también por causa de ese paternalismo que sólo se fija en la igualdad numérica, en que, por ejemplo, haya en ciertos organismos el mismo número de representantes de un sexo que de otro.
Igualdad de oportunidades quiere decir que, a igual mérito y a idéntico esfuerzo, todos los niños que hoy nazcan en este país han de disponer de idénticas ocasiones para alcanzar las posiciones sociales más cotizadas, aquellas en las que más se gane o más se mande. También aquí es fácil obcecarse ante las meras apariencias. No se consigue esa igualdad, por ejemplo, por el mero hecho de que todos tengan un título escolar o universitario, sino cuando los títulos valen lo mismo y en la selección social se atiende nada más que a la capacidad y al rendimiento. Igualdad de oportunidades significa que un hijo mío no debe partir con ventaja por el hecho de que yo pueda pagarle un colegio caro o tenga amigos en la universidad o la Administración. La igualdad de oportunidades sólo rige verdaderamente si mi hija, con sus dos años, va a tener mañana que competir en buena lid y en perfecta equidad con el niño de su edad que ha nacido en el barrio más pobre de León, y si hay garantías reales de que, de los dos, se llevará el gato al agua el que más y mejor trabaje y se esfuerce, el más inteligente, el mejor dispuesto. Esas garantías no las tengo que poner yo, las tiene que asegurar el Estado, que para eso está y se llama Estado social. El Estado social no es el que da limosna, es el que evita los privilegios de nacimiento o derivados de la suerte.
Para que esa igualdad exista hay que aplicarme impuestos a mí para que ese otro niño pueda alimentarse, estar sano y recibir una educación excelente. Pero si los impuestos que yo pago sirven para aumentar las desigualdades sociales, para subvencionar a mangantes, para enriquecer más aún a los que ya son ricos o para financiar políticas que del igualitarismo sólo toman la apariencia para la galería, entonces es mejor echarse al monte y reconocer la cruda realidad de que el nuestro no es un Estado social, sino una selva en la que han de seguir los privilegiados en sus privilegios y los menesterosos en su miseria.
Si esto es un Estado social o pretende serlo, mi hija no ha de tener ningún privilegio, absolutamente ninguno, por ser hija de catedrático, por ser mujer o por hablar bable -ya se lo estoy enseñando-. Si no ocurre así, todo es un gran engaño y seguiremos viviendo en una sociedad semifeudal disfrazada de progresismo y cuentos chinos.
Por eso me cisco en la derechona de toda la vida y también en esta izquierda de guaperas y pillos sin remisión. Por eso hay que replantear la política y refundar una izquierda seria que vaya a lo esencial y se deje de zarandajas y majaderías.

6 comentarios:

HVN dijo...

Igualdad de oportunidades es lo que siempre he defendido yo y no me considero de izquierdas, pero porque izquierda en este país tiene una connotación diferente a la que la que aquí comentas.

Lo malo de esto, es que a los más de izquierdas (españólicamente hablando) no les interesa aquello de igualdad de oportunidades y sí igualdad de la 1º que dices, de esa que todos tienen lo mismo independientemente hagan o no algo. Así, en una sociedad con igualdad de oportunidades y donde se premie el mérito, más de uno sería directamente envíado a pie de obra y ay, amigo, eso no lo quiere ni el que no vale para más.

Luego esa misma gente es la que se queja de que los inmigrantes ocupan todos los puestos de trabajo, puestos que ellos mismos no quisieron ocupar, sabiendo que no valían para nada mejor. Pero claro, no se puede tener contentos a todos, y a estos de la izquierda española les conviene más tener a estos contentos.

Rogelio dijo...

En los últimos años, como consecuencia del nivel mostrado por la clase política española y del creciente malestar que un volumen importante de esta sociedad lleva años incubando, han surgido varios proyectos que han suscitado cierto interés y en algún caso han obtenido importantes logros en términos relativos.

Creo que han llegado tarde y que de alguna forma no dejan de ser más de lo mismo: luces y sombras.

Las posibilidades que hoy brinda la tecnología transcienden el modelo actual, permiten por vez primera la toma de decisiones en vivo y en directo, al margen del número de decisores.

La Democracia Directa, el Concejo Abierto están llamando a la puerta y debemos darles paso.

Por el tiempo que llevo enganchado a su blog apuesto doble contra sencillo que si vd. fundase un partido, este su servidor comulgaría con el 90% de sus postulados, pero porqué contentarme con un mísero 90% si mis puntos de vista se acomodan al 100% con digamos 33 opciones políticas proponedoras o con 254 entes proponedores.

De forma que si se anima y acaba fundando cualquier asociación, partido, grupo, comando que junto con sus ideales defienda la puesta en marcha, sin prisa pero sin pausa, de un sistema político basado en la Democracia Directa puede empezar a girarme la cuota de afiliado.

IuRiSPRuDeNT dijo...

Sr Catedratico hay que dar cera, cera, mucha cera.

Segun The SCImago Institutions Rankings (SIR) 2009 World Report la ULE ocupa el puesto 1391 de 200 nstituciones de todo el mundo.

Por debajo de Granada (337), Sevilla (359), País Vasco (413), Zaragoza (418), Oviedo (549), Vigo (676), Murcia (677), Salamanca (721), Valladolid (730), Málaga (743), Castilla-La Mancha (776), Navarra (805), Alcalá (845), La Laguna (857), Cantabria (866), Córdoba (901), Extremadura (917), Islas Baleares (929), Las Palmas de Gran Canaria (1.170), Jaén (1.182), Cádiz (1.193), Almería (1.293) y de otras muchas instituciones de países tercermundistas...

http://www.scimagoir.com/

PD: Lo mismo este informe es poco objetivo pero ahi está ese dato. uffffff

Ramon dijo...

No se me ofenda, pero de la igualdad de oportunidades ya se hablaba en la propaganda de la Ominosa Dictadura (el franquismo, para ser claros), y no se ha avanzado gran cosa en este tema.

roland freisler dijo...

Y no puede haber igualdad de oportunidades a cocientes intelectuales distintos , discapacidades de todo tipo o que cuando uno vuelve a casa tenga al enemigo dentro (yonkismo, etc...)
Sin embargo , seguramente se podría alcanzar la igualdad en lo material.

Anónimo dijo...

Si eso es la izquierda, le está dando la razón al demócrata orgánico D. Gonzalo Fernández de la Mora y Mons, cuando pronosticó hace bastantes años el ocaso de las ideologías y que solo quedaría la buena gestión de los recursos públicos. ¿Conoce a alguién de derechas, normal, que no firmara lo suyo de izquierdas?.